domingo, 6 de septiembre de 2009

Una indagación ¿Un método?

Ahora que se está poniendo en evidencia que todos queremos apropiarnos del alma y el genio de este autor traduciéndolo (traicionándolo) tengo menos vergüenza de sumarme al coro, por ejemplo con este texto cuya sintaxis me ha dado los usuales quebraderos de cabeza para equilibrar la flexibilidad de estilo que no poseen nuestra lengua ni nuestra lectura, con la claridad de una exposición profunda y sutil.

Fragmento importantísimo por su contenido, vuelve sobre el método que estimula el recuerdo inconsciente e incluso el mecanismo para superar ciertas deficiencias neuronales.

Además puede resultar desconocido para el lector porque, se trata de un borrador para Sodome et Gomorrhe I. Está en el manuscrito y la primera copia dactilográfica (la que no fue corregida por Proust) pero no aparece en el texto definitivo, seguramente para no introducir esta digresión, bastante externa al desarrollo del tema que está tratando. El texto editado se limita a señalar: mes reflexions avaient suivi une pente que je décrirai plus tard et j´avais déjà tiré de la ruse apparente des fleurs une conséquence sur toute une partie inconsciente de l´oeuvre littéraire. No obstante, Proust retomará la idea en Le temps retrouvé.

.... en el cerebro mismo del escritor que envejece, cuando todavía brilla de inteligencia, ya un comienzo de afasia le hace decir una palabra por otra, olvidar un día la carta que pensaba escribir el día anterior. Juzgándolo por las precisiones profundas con que siembra su conversación y los importantes versos que cita, los demás lo toman a broma cuando dice que está perdiendo la memoria. Sin embargo, es él quien tiene razón y sus contradictores se equivocan como aquel filósofo que creía refutar que Voltaire fuera neurasténico aduciendo su inmensa actividad intelectual y que fuera hipocondríaco porque bromeaba sobre sus enfermedades. Pero desde otro punto de vista, si este comienzo de afasia, de amnesia, prueba la esclerosis del cerebro a despecho de las precisiones profundas y los sucesos antiguos recordados con nitidez, en revancha, no se podría probar que en esa clase de de cooperación fisiológico-espiritual exigida por la producción de una obra, una especie de instinto inconsciente del cerebro no lo impulse a reservar sus fuerzas para la intuición, para el recuerdo de intuiciones, y a dejar escapar los hechos puramente materiales.

Como quiera que sea, yo llegaba a preguntarme si de las más maravillosas partes de nosotros mismos, por muy inconscientes que sean bajo el gobierno de sus hermosas leyes ciegas, no podríamos llegar, quizás a causa de su mayor proximidad al pensamiento, a tener de ellas un conocimiento distinto del que tendríamos desde fuera, distinto del racional y científico, si no podríamos llegar a conocerlas directamente, es decir, a que ellas se conocieran a sí mismas, a que en una pequeña parte, en ciertos puntos, se doblen de consciencia y se hagan autorreflexivas, como la carne cuando debajo de nuestra frente se hizo ojos ..................................................................................................................

De tal forma que el único libro que merecería la pena de ser escrito (si alguna vez la voluntad de trabajar me llegara) sería aquel que levantase unicamente el velo de la inconsciencia sobre las leyes que dirigiendo la imaginación, mas dirigiendo también el amor propio, son divinas en los poetas, pero lo son también en los imbéciles.

En un primer intento, hacer consciente, hacer que se nos formule, lo que es inconsciente, es exactamente nada, parece imposible. El esfuerzo es largo, parece que sea por siempre inútil. Y sin embargo ¿no ocurre que en nuestro espíritu hay cosas que vemos de golpe salir completas de la nada, creadas ex nihilo, en la reminiscencia por ejemplo?

Sin duda, a veces, tratando de recordar algo rozamos un indicio, cogemos, a veces, una antena del recuerdo que se hurta, podemos encontrar un punto de apoyo sobre tal o cual noción concerniente al recuerdo, y tras cada fracaso nos decimos, ¡valor! ¡un último esfuerzo! Pero no sucede siempre así.

En Balbec, cuando vi el nombre de Mlle. Simonet del que me había hablado Gilberte, no me dije que ella hubiera pronunciado este nombre delante de mi. No me quedaba nada de él, ignoraba si era largo o corto, formado de una sola palabra o de dos, corriente o raro, sonoro o sordo, terminado en e muda o en vocal, resplandeciente o mate, francés o extranjero, parecido a tal o cual otro. Durante horas hice el esfuerzo, si es que se puede llamar esfuerzo a un trabajo hecho en el vacío, que no se apoya en nada, que no se ayuda de nada. En mi espíritu la página en que intentaba poco a poco recomponer este nombre permanecía en blanco. Durante horas. Y de pronto, de golpe, sobre esta página, lo vi trazado completo por una mano invisible y divina que me parecía no haber podido guiar: Albertine

Ed. Cit.Vol. III. Sodome et Gomorrhe. Notes et variantes. Págs 1270/71