miércoles, 3 de noviembre de 2010

Un proustiano que no "proustifica"

Desde la adolescencia Proust cultiva voluntariamente una escritura personal de sintaxis demodée y minucias inteligentes. En 1887, sus camaradas más cercanos del Liceo Condorcet,  ambiciosos y cultos como él,  inventan el verbo proustificar ,“proustifier”, para calificar burlonamente  ese modo  excesivo:
“ habíamos creado entre nosotros el verbo para expresar una actitud un poco demasiado consciente de amabilidad, con complicaciones sentimentales que se podían calificar de bucles interminables y preciosistas”. (F. Gregh. Mon amitié con M.P.)

Pues bien, por un contagio insidioso, todos los proustianos cuando hablan o escriben de Proust proustifican de palabra y obra. Casi no se advierte hasta que se da de bruces  con uno que no lo hace. Es el caso de Louis Gautier Vignal en Proust connu et inconnu. Editions Robert Laffont 1976.

Este libro formó parte de uno de esos alijos un poco casuales que se traen de un viaje. Comprado a un bouquiniste de cualquiera de los mil puestecillos que tapizan Avignon con ocasión del Festival, llegado a casa, y antes de leerlo, se integró tan perfectamente en la biblioteca que desapareció. Al cabo de quince años, y por una movida de las que se hacen  en las viviendas afortunadamente cada mucho tiempo, helo aquí, un poco ajado, con su estilo editorial encantadoramente anticuado y dedicatoria autógrafa del autor a unos amigos ilustres. Un vistazo bibliográfico me hace sospechar que hoy sea inencontrable y es lástima, porque sus 293 páginas, más un anexo de autógrafos de Proust, me han proporcionado una tarde divertida y una lección, si no una vacuna, contra el virus de la proustificación.

La obra no está exenta de penetración e interés. En el estilo lingüístico sobrio del buen francés y siguiendo las normas de una exposición académica, aborda aspectos  biográficos y literarios de Proust. Si lo que aquí digo ofrece una visión injustamente reduccionista de este trabajo de Gautier Vignal, se debe  a que sólo espigo en su libro las partes que, en aras de la objetividad, se dedican a desmontar la mitología suscitada por ciertos aspectos de la vida de Proust mal conocidos o morbosamente amplificados.

La verdad, ni idea de quién era el conde L.G.V. (y debería tenerla, porque se citan alguna vez sus contactos con Proust).  “Du même auteur “, en el ejemplar, me informa de sus abundantes publicaciones en el campo de los estudios históricos, ensayo, novela, teatro y poesía. De su vida él mismo provee  abundantes datos: …familia de ilustres militares franceses vive la mayor parte del tiempo en Alemania, Italia, Inglaterra y la Costa azul francesa. Licenciado, como Proust, en Derecho y Letras, sigue durante años en Dresde, postgrados de música y filosofía, sobre todo de Kant. Acerca de su personalidad y su modo de exposición da buena idea la autodescripción que hace en el libro:

“Me gusta dar consejos. Es una disposición que ya tenía desde la infancia. A los doce años, la víspera del día en que, en nuestra casa de campo, iba a recibir la confirmación de manos del arzobispo de Niza, mi confesor me dijo que podía pedir al Espíritu Santo que me concediera dos dones que era libre de elegir entre los siete que me enumeró […………] descarté la fuerza, la ciencia, la prudencia, y pedí al Espíritu Santo el don de la inteligencia y “el don del buen consejo”. No sé hasta que punto me otorgó el primero, ya que uno no sabe nunca lo que vale la propia inteligencia, pero en lo que concierne a mi segundo deseo fui colmado. Doy muchos consejos. Los creo buenos. No siempre son seguidos”.

En 1914, sin conocerlo personalmente, Proust se dirige a él porque lo sabe amigo del aviador Roland Garros, pidiéndole que allegue noticias de las circunstancias de la muerte de Agostinelli. Ese mismo año G. V. se traslada a París. Afectado él mismo por la fiebre del heno, tampoco es movilizado y se instala en la capital durante la guerra. Visita a Proust y se establece entre ellos una amistad y una frecuentación bastante asidua favorecida porque la mayor parte de los amigos y familiares de ambos están en el frente de batalla. Es una época en la que ya Proust casi no se levanta de la cama y G.V. lo visita en casa, lo acompaña en sus escasas salidas, le presenta algunas personalidades del mundo intelectual que siguen en París y… le da consejos.

El autor de Proust connu et inconnu concibe por el escritor un gran cariño protector y una admiración enorme, pero lo analiza  desde una lógica del bon sens  poco usual aplicada a Marcel Proust. Lógica que, si de un lado cabe dudar si alcanza a dar cuenta de las complejidades del amigo, nunca es errónea y, de otro, hace que el  lector se ría un poco de  sí mismo porque le muestra aspectos elementales en los que las propias altisonancias no le habían hecho caer. En suma, Proust connu et inconnu bien podría haberse titulado Proust desde el sentido común o Deconstruyendo a Proust

Por ejemplo, dice escribir este libro para corregir lo que se está publicando sobre el autor de La Recherche  “Muchos de los biógrafos de Proust lo representan como un ser caprichoso, original y extraño. Pero no hay que olvidar que la mayor parte de ellos no lo han conocido”. Y no sólo “el biógrafo inglés” al que critica tanto (aunque menos ácidamente) como Céleste, sino incluso algunos que  habiéndolo conocido se creen libres de informarse y autorizados a interpretarlo, como André Maurois.

Reivindica la información que aporta como un  deber de responsabilidad y veracidad. Pasa revista muy ordenada a los rasgos de carácter, comportamiento y modo de vida de Proust y, en una segunda parte que titula “Grandeza de la obra”, al estilo y los contenidos de la misma. Invariablemente sigue un método de análisis para rebatir los tópicos: tesis comúnmente aceptada, antítesis, prueba de la tesis y de la antítesis larga y documentada, comparación de la evidencia a que llega con la situación de Proust, tesis/conclusión.

Vale la pena resumir sus criterios siguiendo de cerca sus palabras para desmontar “la leyenda de Proust”.


La penosa tarea de escribir. Todos sus conocidos y biógrafos resaltan que para Proust escribir era un suplicio físico. El mismo se queja y lo explica muchas veces, como en esta carta a Louis de Robert : Una carta como la que le escribo en este momento, no se imagina que esfuerzo representa. Escribo [en la cama] apoyado sobre un codo y con el papel en el vacío. A las diez líneas estoy destrozado. Y si eso es con una carta, qué esfuerzo no debieron requerir tántos miles de páginas.

G. V. se asombra, lo aconseja ¿Por qué tanto esfuerzo? Es posible escribir comodamente; cita escritores que tampoco trabajaban en una mesa convencional, pero ¿por qué acostado en un lecho, por demás nada confortable? Incluso así, existen mesas-pupitre para enfermos, Y ¿por qué servirse  de gruesos cuadernos escolares de pasta dura? Dado que el autor no cesaba de modificar e incrementar lo ya escrito, los añadidos se hacían imposibles y, aprovechados ya los márgenes estrechos, Proust recurría a los famosos becquets, papeles pegados al borde de las hojas, de los que G. V. dice haber visto hasta cinco encolados unos a otros. ¿Por qué no usar folios sueltos, como hacen todos los escritores? sería facilísimo añadir y reordenar. Luego estaba el problema de los ojos. Proust se queja de la vista y cada poco tiempo manda a Céleste  a comprarle unas gafas, baratas porque las pierde o las estropea. ¿Por qué nunca se ha graduado la vista? O peor todavía, ¿por qué escribe con la sola luz de una lamparita sobre la mesilla de noche? Es necesaria una segunda lámpara que ilumine también el otro lado. Un problema más: la mala luz y la pésima caligrafía que su modo de trabajar produce dificultan, incluso para él mismo, la relectura. ¿Por qué no dicta a un mecanógrafo o, si quiere estar solo, hace mecanografiar  enseguida los textos?

Proust me daba la razón y se conmovía de mi solicitud, dice G.V., pero no hacía caso, “lo cierto es que el terrible esfuerzo de escribir se debía sólo a  su falta de sentido práctico y a la incapacidad de modificar los hábitos adquiridos”.

La enfermedad fatal. Proust es un enfermo, un enfermo crónico y grave. Él lo atestigua, sus conocidos son conscientes de ello, en el ánimo de sus lectores la batalla por la obra contra la enfermedad  provoca un sentimiento de comprensión, admiración y casi ternura; biógrafos y comentaristas etiquetan el mal de asma, neurosis, incluso algún tipo de epilepsia. ¿Cuál era la enfermedad de Proust?

Gautier Vignal no tiene dudas: fiebre del heno, alergia al polen. Y el propio autor reivindica muy seriamente su autoridad en la materia. Victima él mismo de esta afección la describe técnicamente, conoce los síntomas, la etiología, los remedios que a él le permiten llevar una vida perfectamente normal con sólo cuidados higiénicos. Respecto al mal de Proust se provee de toda clase de informaciones. Pasa revista a las enfermedades que se atribuyen a su nuevo amigo, interroga a familiares y conocidos, se remonta a los orígenes de las crisis, estudia su evolución… y, razonada y ejemplificada, se forma una opinión clara.

Proust no es un neurótico ni un ser psíquicamente anormal, menos un epiléptico, ni siquiera en términos técnicos un asmático, sólo padece, desde la infancia, alergia primaveral que cursa con síntomas parecidos a los del asma, pero que sólo se manifiesta en determinadas condiciones y épocas del año. Las molestísimas crisis que provoca, irritación de ojos y garganta, dificultad para respirar, estado catarral, pueden ser evitados con simples precauciones higiénicas y aliviados por medicamentos sencillos.

Otra vez G.V. se asombra. Proust, hijo del higienista más reputado de Europa, hermano de un gran médico, visitante asiduo de famosos doctores a los que no hace ningún caso! Por qué lleva esa vida de enfermo, está siempre muerto de frío, no sale de casa?

La conclusión es clara.  Proust está lejos de ser un enfermo. En puridad sólo una salud de hierro puede mantener vivo a alguien privado de aire libre, que no hace el más mínimo ejercicio, que, alimentándose de cafés y un croissant diario, carece de las calorías indispensables, que duerme de día y vela de noche. “Yo creo que si se sometiera sólo durante uno o dos años a un hombre joven y vigoroso al régimen que Proust había doptado tantos, se encontraría en un estado de debilidad comparable al de Proust cuando lo conocí en 1914”.

Otra vez los consejos juiciosos y la ayuda caen en saco roto, y G. V. coincide con Robert Proust en el motivo del enclaustramiento y abandono de sí mismo que está ejerciendo el escritor. “Si al principio Proust había hecho del día noche y de la noche día para evitar eventuales crisis de la fiebre del heno, cuando le conocí ya se había dado cuenta de que el modo de vida adoptado le permitía dedicarse a su obra sin ser constantemente apartado del trabajo por las tentaciones de una ciudad como París”. Tal existencia de recluso le permite graduar a voluntad las visitas de sus amigos, desatender invitaciones  y construirse una existencia tan favorable  la reflexión y la creación como desastrosa para su salud.

La alimentación, los somníferos y los estimulantes
. Marcel Proust nunca fue el niño glotón de La Recherche. Se sabe por Céleste que desde 1913/14 cuando ella se instala en casa del escritor, el alimento de este consiste en un desayuno hecho entre las cuatro y las seis de la tarde, compuesto de café, una cafetera, leche y dos croissants que más tarde se redujeron a uno. A lo largo del día no comía más. Muy raramente pedía un lenguado, una compota, unas uvas… pero lo más que hacía era probarlos y Céleste debía retirarlos intactos. Naturalmente  G.V. se espanta ¿Cómo no va a sentirse débil, cómo no va a padecer ese frío constante que le obliga en cualquier estación a llevar su abrigo forrado de piel e incluso a solicitar permiso de sus anfitriones para no despojarse de él durante las visitas y las veladas? No se trata de enfermedad, sino de pura miseria fisiológica.

 Que Proust seguía, incluso en esta época, invitando a cenar en el Ritz era cierto. G.V. cuenta el por qué y el cómo de estas cenas. “ Si Proust se había hecho un habitual del Ritz no era por la reputación elegante del hotel, sino porque estaba seguro de ser acogido a cualquier hora, por tardía que fuera. Ni siquiera a las 22 lo hubieran atendido en ningún otro sitio. Siempre generoso e incluso fastuoso, Proust quería invitarme a una buena cena. La hora no se prestaba a ello. Normalmente yo había cenado ya cuando Céleste me telefoneaba para invitarme de parte de Proust” En la sala desierta y poco iluminada G.V. pedía una cena ligera,  “Proust tomaba a veces una compota, pero la mayor parte de las veces no comía nada y se hacía traer café, no una taza, sino una cafetera de la que bebía tres o cuatro tazas. Además tomaba varios comprimidos de cafeína […….] Bajo el doble efecto del café y la cafeína, la conversación de Proust se animaba. Ya podía hablar durante horas de lo divino y lo humano con su voz sin estridencias, dulce, bastante débil, un poco velada.”

 Sigue el relato de cuando ya no les queda más remedio que abandonar el Ritz en el reguero de las propinas excesivas de Proust (G.V. cuenta cómo a veces era él quien fingía pagar la cuenta para evitarlas). Como para el autor de la Recherche es “temprano” y en el París triste y enlutado de la guerra no abren durante la noche espectáculos ni cafés y las damas de la alta sociedad no reciben, van a casa del escritor quien se tiende vestido en la cama, su amigo se sienta cerca de la cabecera y la conversación continúa hasta la madrugada.
“Cada vez que me levantaba para despedirme, Proust me retenía. Al fin lograba marcharme. ¿Iba él a acostarse, a dormir? ¡No! Contento de haber escapado algunas horas a la soledad que buscaba, pero que le pesaba, satisfecho de haber abordado con un amigo toda clase de temas que le interesaban y que estimulaban su talento, Proust iba a ponerse a la tarea. Después de trabajar durante largas horas, Proust no tenía sólo los ojos fatigados. Su fatiga era general. Aspiraba al sueño. Aspiraba al reposo, pero el café y la cafeína todavía actuaban sobre él. Para combatir su efecto no disponía más que de un medio: los somníferos. Los tomaba hacía años y aumentaba regularmente la dosis. Pero debía esperar mucho tiempo a que hicieran efecto. Dormía más o menos tiempo según su fatiga y la dosis de somnífero. Cuando se despertaba a media tarde, a veces después, se sentía aturdido. Para salir de su torpor pedía café. Y recomenzaba el círculo infernal en el que él mismo se había encerrado”.

Proust dandi y frívolo « salonard ». ¡Siempre tan elegantemente vestido, tan asiduo de los salones de moda donde pretendió, y logró, ser aceptado! ¡Aquellos tiempos que algún biógrafo titula “de la camelia en el ojal”! ¡Tan prendado de la moda, tan snob!

Tan novelesco como incierto, explica G.V., eso es confundir al autor con el personaje,  pero, sobre todo, ignorar los rígidos códigos indumentarios de la época que obligaban al chaqué, los guantes, el bastón y el sombrero de copa en determinadas ocasiones, al smoking o a la chaqueta y el sombrero hongo en otras. Proust se vestía como todo el mundo. “Cuando yo lo conocí en 1914 pasaba la mayor parte del tiempo en la cama y dado su género de vida no creía necesario renovar su guardarropa, usaba sus trajes de antes perfectamente adecuados y  pasaba desapercibido. Su única singularidad era pedir permiso para conservar puesto su abrigo de piel”.

Páginas de las más divertidas de Proust connu et inconnu. El autor pasa revista a la evolución de la indumentaria masculina adecuada a las situaciones sociales desde la época de Proust hasta Pompidou y Giscard d´Estaing. Afectación, dice, la de los hippis, que se ponen smoking de colores por la tarde, pantalones y camisas de flores por el día, incluso señores de una edad respetable llevan los cabellos largos hasta el cuello como si fueran recaderos o fontaneros. En fin, gracias a él nos enteramos incluso de que existía una chistera articulada, el  aut-de-forme-claque, con un mecanismo en la copa que permitía plegarla cuando era cómodo llevarla bajo el brazo, o de que quienes debían desplazarse desde lejos a la ópera, a una soirée fuera de París, o al Casino de Montecarlo lo hacían en tren, de día, totalmente ataviados para la gran ocasión.

”Uno no puede más que asombrarse de la hostilidad de ciertos críticos respecto a la vida de la alta sociedad, es decir, de los salones. Uno de ellos, por caridad callaré su nombre, ha tratado a Proust de “ridicule petit salonard”. Este crítico tildaría de salonard a Montesquieu, Fontenelle, d´Alembert o Diderot? Quienes hablan con desprecio de los salones ignoran lo que los grandes espíritus del XVII y el XVIII  equivalentes a los del XIX, gustaban de reunirse en una mansión hospitalaria a intercambiar ideas, ignoran el papel de los salones en la vida artística y literaria, sobre todo en Francia”. Claro que cualquier persona culta y refinada ama los salones! Es la oportunidad de conocer las más bellas casas, los tesoros artísticos más exclusivos,  las personalidades nacionales y extranjeras del mundo de la cultura ¿Dónde si no? Atribuir a Proust fascinación por el aspecto frívolo es no haberlo leído o no haber entendido nada. Muy lejos de ser victima del snobismo, su visión del mundo aristocrático es burlona. Nunca fue hombre de grupo cerrado sin interés por lo que ocurre fuera de él, si lo fuera ¿habría ridiculizado  como lo hace el “espíritu Verdurin”? En cuanto a su sospechado afán de desclasamiento es bien sabido que Proust tan delicado cortés y afectuoso era con la gente importante como con la gente modesta. 

La misteriosa vida sexual de Proust.
Tema del que se ha escrito mucho y se sabe poco. Toda suerte de atribuciones amorosas, anécdotas muy escabrosas que nunca se sabe de dónde proceden…rumores, pero G. V. dice  no conocer ningún testimonio directo, un escándalo o una confidencia que los documenten. Así establece la base para reflexionar sobre el asunto: “Generalmente estamos muy mal informados sobre los deseos y los sentimientos de las personas. Unas los disimulan por discreción, otras por timidez y algunas por necesidad” Ni siquiera la correspondencia o las confidencias informan verazmente; el pudor, la prudencia, la vanidad, la visión personalista lo hacen imposible.  Por otra parte, “aun sin considerar los diferentes tipos de inversión sexual y limitándose a los seres que son normales de nacimiento se podría escribir un largo capítulo sobre anormalidades en el amor”.

 Aunque dice que “Para explicarse claramente sería necesario emplear el lenguaje de un clínico que tratase de la condición física de los individuos e incluso de su constitución psíquica” y hace pertinentes distingos entre el amor deseo, el amor pasión, el amor dependencia el amor ternura y otros, él argumenta su análisis con un largo estudio del concepto, de sus componentes espirituales y psicológicos, y la relación de estos con el placer sexual en la obra de Proust y de Stendhal. Hablando de Octave, personaje de Armance, de Stendhal: “Armance es la historia de un “babilan”. La palabra de origen italiano fue usada por primera vez, en francés, por el presidente de Brosses en Cartas familiares (1739-1740). El babilan es un amante platónico por decreto de la naturaleza. Más crudamente en nuestros días se usa el término “impotente”, pero un babilán no es siempre un impotente. Octave es capaz de dar placer a su joven esposa, pero quizá está imposibilitado para compartir ese placer.”  De un amigo que  se interesaba ardientemente por las mujeres: “mi sorpresa fue grande cuando me confesó que no era capaz de poseer a las mujeres en las que pensaba constantemente”.

Además: ”Aunque en la mayor parte de su obra P. no hace concesiones al público [.......] también cabe preguntarse si al poblar La Recherche de invertidos de ambos sexos e introduciendo escenas escabrosas no ha cedido a la tentación de seducir, como tantos escritores y cineastas, a los aficionados a las obras licenciosas”. O: no hay ningún tema que no sea tratado en La Recherche, ¿Por qué habría de eludirse este?

En fin, si es imposible estar informados de la vida amorosa de Proust, lo único honesto que se puede hacer es analizar los datos que poseemos, dice G. V., y les pasa revista. Aparte del amor  adolescente por  Marie Bernardaky, parece que hacia los veinte años mantuvo relaciones con una joven vienesa,  se sabe de su enamoramiento de Jeanne Pouquet y que  los amigos en cuyo círculo se movía eran manifiestamente mujeriegos. Además, se olvida que sus muchísimas amistades femeninas eran cultas y espirituales como las masculinas y que en la correspondencia que mantiene con ellas emplea los mismos términos laudatorios y cariñosos que con sus amigos.

Sobre las amistades amorosas masculinas de Proust no se puede ser afirmativo con la misma claridad. Se sabe que estuvo vinculado a un joven suizo atractivo e inteligente, luego a un inglés. Los dos murieron jóvenes y Proust experimentó gran pena. Muy unido también a Reynaldo Hahn viajó con él a Bretaña y mantuvieron una larga amistad. Se da por hecha su “liaison”significando que había entre ellos relaciones sexuales. Si Reynaldo hubiera sido sólo un hombre atractivo quizá podría creerse, pero Reynaldo era un ser excepcional: músico notable como pianista y compositor, gran conversador en cuatro o cinco idiomas, autor de éxito… Se concibe perfectamente que Proust se complaciera en la compañía de Reynaldo por las extraordinarias cualidades de su espíritu y sus dotes de músico. Como saber no se sabe más. También se habla de su “liaison” con Lucien Daudet. Proust era amigo de la familia Daudet. Muy amigo de Léón el hermano mayor, cuya intervención fue decisiva en la concesión del Goncourt, pero Lucien era más afin a Proust en carácter y en ideología, los dos tenían las mismas aspiraciones para las cosas del espíritu. Amaban los dos la conversación y la vida social. Tenían mucho tiempo libre. No bastaría eso a explicar su asiduidad?

El colmo de lo morboso en que biógrafos y comentaristas se entretienen es la relación de Proust con su secretario Alfred Agostinelli. “La hipótesis ha sido enunciada por biógrafos que no conocieron a ninguno de los dos y poseen informaciones de segunda mano. Veamos los hechos”.

Proust conoce a Agostinelli en 1907; es uno de los tres chóferes que él emplea indistintamente en en Cabourg durante el verano y en París en invierno. En esta época los automóviles eran raros y al oficio de conductor se dedicaban jóvenes que tenían pasión por la mecánica y que gozaban de un marchamo de deportistas, como ocurrió más tarde con los aviadores. En 1911 en París, Agostinelli se dirige a Proust solicitando una recomendación de trabajo para Anna, su querida; el escritor lo atiende y Agostinelli desaparece sin que Proust, al parecer, se interese en retenerlo. El verano de 1913 Proust parte para Cabourg conducido por Agostinelli. La estancia sólo dura 10 días. Proust vuelve con él a París de manera imprevista, sin siquiera recoger sus cosas en el hotel y el matrimonio Agostinelli se instala en la casa del boulevard Haussman.
Como Odilón Albaret, ya casado con Céleste, ejerce de chófer, Agostinelli es contratado como secretario. De esa época, Proust a su anterior secretario Albert Nahmias:. “Evite hablar de mi secretario, (ex - mecánico). La gente es tan estúpida que podrían ver en eso (como han visto en nuestra amistad) alguna traza de pederastia. Me da lo mismo por mí, pero no querría  afligir a este muchacho.”
Por entonces parece que tuvo proyectos de matrimonio con una viuda. En cartas a dos amigos alude a “una persona a la que veo raramente en París” (que no es Agostinelli ni Anna, ya instalados en su casa) y a una “situación delicada”. Cabe pensar que ese asunto fuera el desencadenante de su retorno precipitado. Pero no se sabe de quién ni de qué se trata.  .

 “¿Pueden imaginarse juegos amorosos entre el hombre débil y enfermizo que era Proust en esa época y Agostinelli?, ¿con el consentimiento de su mujer?, ¿sin que lo supiera Céleste que no simpatizaba con  la pareja? Esta relación amorosa nos parece totalmente improbable a quienes, como yo, conocimos a Proust en esa época. Yo creo que lo que se ha sospechado una liaison fue, en realidad la inclinación de un hombre débil, frágil, incapaz de ir y venir libremente, que llevaba una vida artificial,  semirreclusa y laboriosa hacia un hombre  joven, apuesto, activo y que sentía por el escritor un sincero afecto”.

En cuanto a las expresiones de afecto o de pena que se pueden documentar en cartas o conversaciones tras la muerte de Agostinelli,  Proust las prodigaba habitualmente, era su estilo: “No hay que olvidar que usaba con frecuencia el superlativo. Usaba, por ejemplo la palabra ternura, en donde la mayoría de la gente utiliza afecto o aprecio”. No obstante, en la última carta a Agostinelli, escrita el 30 de mayo de 1914, el mismo día que el aviador murió en el mar cerca de Antibes, Proust, tras citar una poesía de Mallarmé “que a usted tanto le gusta aun encontrándola oscura”, habla del avión que pensaba regalarle y termina sencillamente:“Le estrecho amistosamente la mano”.  “Si en nuestra primera entrevista Proust me habló largamente de Agostinelli y la pena que le causaba su muerte, en adelante no mencionó  delante de mí al aviador. Su tristeza se había disipado. Fue la guerra con sus angustias, sus sufrimientos y sus duelos lo que marcó en adelante la vida de Proust”.

Lo que sigue es la conclusión de G.V. ; “Respecto a la vida amorosa de Proust no sabemos nada preciso. Fue sensible a la belleza a la gracia, al encanto de los seres de ambos sexos, pero eso no es exclusivo de Proust.
Se ha hablado de sus relaciones con mujeres y con hombres, pero nada se puede afirmar al respecto.
Por mi parte creo que a Proust siempre le faltaron los medios físicos necesarios para una verdadera vida amorosa, es decir para una vida sexual.
En la época en que lo conocí, no estaba enfermo pero vivía como tal [……….] llevando en el plano corporal una existencia reducida, incompleta, restringida.
Antes de esta época,  me han dicho sus antiguos amigos que en el plano físico estaba en el mismo estado de fragilidad, de debilidad, de indigencia.
Reuniendo todo lo que he comprendido en mis largas entrevistas con Proust, adquirí la convicción de que era un “babilan”,  más completamente que lo fue el Octave de la novela de Stendhal.
En los sentimientos que haya podido experimentar por los seres de uno u otro sexo la imaginación tuvo más que ver que los sentidos. Estos sentimientos pueden pues ser calificados de platónicos según la expresión acuñada hace mucho tiempo para ese género de inclinación”

El carácter y la obra. Del mismo modo ponderado Gautier Vignal va pasando revista a la vida y el carácter de Proust nada melancólico, dice, sino jovial, dulce y de una infinita paciencia, siempre dirigido a complacer y a gustar a los demás. También a la obra en un estudio agudo y elogioso. Y respecto a ella igualmente algunas demostraciones desmitificadoras acerca de lo que se ha juzgado conocimiento exhaustivo de Proust acerca de pintura, música, filosofía…pero quizá lo mas curioso es esta apreciación: ”Me parece sin embargo que la crítica concede demasiada importancia a la noción de tiempo perdido y recobrado. La concepción proustiana es nueva en la literatura novelesca, pero el sentimiento de la huida del tiempo no es una revelación reservada a los grandes espíritus. Está al alcance de todos”.

Puede coincidirse más o menos con la visión que Louis Gautier Vignal ofrece de Proust, pero no cabe duda de que esta mirada a ras de suelo es una aportación presidida por el amor a la verdad y como él mismo diría “higiénica” contra la suposición y la mitomanía que embrollan la biografía del autor de À la Recherche.

Sevilla, octubre de 2010