viernes, 18 de noviembre de 2011

Disparates coronados de adelfas

Por mantener activo el blog, a veces inserto materiales que rescato de mis notas antiguas. Así este artículo, que ya tiene unos años, de Manuel Vicent en  El País y la carta que a propósito de él le envié a la redacción del periódico. Copio directamente el borrador.En el texto de M. Vicent subrayo en rojo los aspectos que comento en mi carta. 


Nota. Edito la primitiva entrada. Dos amables comunicantes me señalan que algunos aspectos no quedaban claros en la primera redacción de la misma, así que los preciso más. Sólo cambio eso y el título de la entrada, ya que el nuevo texto no es estrictamente el borrador a que aludía. Críticas y sugerencias son siempre bienvenidas. Muchas gracias a quienes me leéis. 


Carta

Sr. Vicent.

No puedo por menos de hacerle llegar algunas puntualizaciones que por sí solas califican su artículo  Marcel Proust: Así hila el gusano la seda en Babelia del 18/10/2008.

Aunque Vd lo reitere, ni Reynaldo Hahn ni Lucien Daudet fueron condiscípulos de Proust en Le Condorcet. El escritor se matricula, con 15 años, en este liceo en 1886. A Hahn lo conoce en 1894, a través de él conoce  a los Daudet y la relación  amorosa con Lucien comienza en  1896.

Incluir en este grupo a Charles Haas es un auténtico disparate cronológico.  Nacido en 1832, es decir, 41 años mayor que el autor y muerto en 1901 cuando este tiene 20 años, dar crédito a lo que usted dice supondría imaginar al colegial quinceañero iniciando a un muy mundano caballero de cincuenta y muchos. Claro que, según usted, ¡¡¡ iban  juntos al colegio!!!... Lo cierto es que Proust apenas conoce a Haas personalmente. La fascinación por él como modelo para diseñar a Swann se alimenta sobre todo de fotografías: la tomada por Tissot en 1868, los retratos de Paul Nadar y las que pueden verse en la actual colección Roger Viollet.

Tampoco Proust publicó nunca Jean Santeuil. Es un intento de novela que abandona en 1899 sin terminar y muchos de cuyos materiales utilizó en La Recherche.

Lo que sí es un verdadero “lirio salvaje”de su cosecha es que Vd describa a Proust acudiendo a la Universidad  en  atuendo de gala, levita y orquídea en el ojal, con que lo retrata Jacques-Émile Blanche en 1892. Más exacto habría sido utilizar alguna de las fotos que muestran a Proust en el contexto estudiantil a que Vd. se refiere.

Proust no sólo "se matricula" (como Vd dice) en leyes: cursa completas esta carrera y, a continuación, la de Letras.

Lo de corruptor de menores y secreto visitador de burdeles masculinos, lo dice Vd. Como saberse sólo está documentada su relación con el burdel de hombres que Le Cuziat abrió en Rue L´Arcade en 1917. Sí  lo están, en cambio, sus visitas a casas de tolerancia femeninas y su larga relación con una de estas demi-mondaines. Lo de “cazador nocturno de los trasmontes” además de otra falsedad es una vileza.

Más: ni su madre le rechazó el beso de buenas noches (más bien se lo negó), ni la taza en que humedece la magdalena es de camomila. Que las muchachitas de Balbec eran rubias… puede que sea una licencia de Vd.. En todo caso la más importante de ellas, Albertine, es descrita explicita y repetidamente como morena.

Un cierto conocimiento de la ortografía de los nombres que menciona no estaría demás: no Hass, sino Haas; no Combrey, sino Combray, no Leontie, sino Léonie, y no cito todos sus errores…demasiados para atribuirlos a los duendes de la imprenta.

Podría seguir. Y eso sin criticar que aquello que parecería más creativo de su parte, la imagen del gusano hilando su seda, sea préstamo bastante manoseado desde que en 1905 Proust lo usara en una carta a Robert Dreyfus. Licencias y opiniones son personales. En cambio los datos son cosa objetiva y no hay que  confundir a lectores que probablemente se fíen de usted y den crédito a una semblanza fundada sobre datos falsos de un autor al que Vd. demuestra no conocer.

Dedíquese a la ficción, Sr. Vicent, y no pontifique acerca de lo que ignora, que Vd, aristócrata de las letras, me  recuerda aquello que dijo Cocteau a Proust cuando este se quejaba de que una duquesa no lo había leído: “on ne peut pas reprocher aux insectes de ne pas lire Fabre”. 

Lamento que un suplemento cultural prestigioso no controle la publicación de desinformaciones  como esta, pero más aún la irresponsabilidad y desprecio a sus lectores que suponen de parte de Vd. A mí los dos acaban de perderme como lectora-compradora.

Atentamente.


Artículo

REPORTAJE: DAGUERROTIPOS

Marcel Proust: así hila el gusano la seda

MANUEL VICENT 18/10/2008
A los 37 años comenzó a tejer su capullo de oro en miles de cuartillas en las que toda una época se iba deslizando por el sumidero. Al final se convirtió en la crisálida más evanescente de la historia de la literatura. Y todo por una magdalena
El niño mimado monta un drama porque su madre, que atendía a unos invitados, no ha subido a darle el beso de buenas noches. El adolescente enfermizo, lleno de melindres, incómodo con su corbata tan ancha como la cofia de su nodriza alsaciana juega por las tardes en los jardines de los Campos Elíseos con niñas de la burguesía dorada, se enamora perdidamente de una de ellas, Marie de Bérnardaky, hija de un aristócrata ruso, pero su belleza lo deja paralizado. El estudiante del Liceo Condorcet, afectado y ceremonioso, se retuerce en una neurosis compulsiva porque algunos condiscípulos, de los que también se ha enamorado, no le devuelven el afecto que él está dispuesto a darles. Entre todos el más guapo e indiferente es Daniel Halévy, quien soportará innumerables cartas doloridas de amor y despecho. Otros compañeros forman parte de esta galería de deseos contrariados, Jacques Bizet, Reynaldo Hahn, Lucien Daudet, Charles Hass, a los que trata de introducir con zalamerías en el mundo de los placeres ambiguos donde la belleza se libra de toda carga moral. El desprecio a sus requerimientos, sin dejar de admirar su ingenio por conseguirlos, será la ofrenda que reciba de sus amigos, si bien alguno será conducido de la mano a la oscuridad del jardín de las Tullerías y luego a realizar el doctorado en los prostíbulos masculinos de la plaza de Clichy.
Marcel Proust es un joven macilento, con ojos febriles de hindú, pelo negro partido por una raya en medio, bigote dibujado sobre unos labios mórbidos, que acude a la universidad con botines charolados, guantes blancos, levita entallada, corbata de plafón y un lirio salvaje en el ojal. Se matricula en Leyes, pero realmente no es sino un cazador de mariposas que aspira a ser recibido en los salones de París abiertos por algunas condesas en el faubourg de Saint Germain donde reina Zola, entre otros figurones enlevitados. Humillarse ante una aristocracia ya carcomida, adular a los petimetres del gran mundo y divertirlos con réplicas mordaces, malgastar el talento en besar la mano a las princesas fue un ejercicio que le permitió convivir con unas criaturas que luego serían personajes de ficción. Robert de Montesquiou, madame Straus, el conde y la condesa Greffulhe, Antoine Bibesco, los criados Celeste y Odilón Albaret, el mecánico Agostinelli, la princesa de Polignac, la condesa de Chevigné fueron parcial o enteramente transformados en Charles Swann, en Odette de Crecy, en Robert de Saint-Loup, en el barón de Charlus, en los duques de Guermantes, en madame Verdurin, arquetipos de una saga que se agitaba en un mundo que estaba a punto de esfumarse.
Esta gente tenía a Marcel Proust por un cronista amanerado de las fiestas de la alta sociedad. Había publicado una novela autobiográfica, Jean Santeuil, poco valorada mientras luchaba contra el asma y por mantener en secreto su doble vida de secreto visitador de burdeles masculinos, de cazador nocturno en los trasmontes. En los salones de la aristocracia era tenido por un zascandil escalador de los favores mediante la adulación más descarada y por ese motivo era objeto de bromas que Marcel soportaba a cambio de alguna sonrisa complaciente que se desprendiera de los labios de alguna princesa, de algún joven encantador que además fuera proclive al vicio nefando. Pero Proust iba hilando poco a poco su capullo de oro como un gusano hasta que al final se convirtió en la crisálida más evanescente de la historia de la literatura. Y todo por una magdalena.
La taza de camomila humeaba bajo su nariz y este hombre ya maduro un día mojó en ella una magdalena que se disolvió en varias migas dentro de la cucharilla. La elevó a los labios y no sucedió nada la primera vez. Tampoco la segunda. Pero a la tercera aquellas migas produjeron un efecto extraño. El sabor de la magdalena le abrió un alveolo del subconsciente donde la esencia del tiempo se hallaba sumergida. De pronto su sabor le trasportó a otra magdalena lejana que, de niño, su tía Leontie le daba en Combrey y a partir de ese perfume comenzaron a abrirse espacios de la vieja casa con sus voces, rostros, muebles, paisajes, todo un tiempo que se había perdido en la memoria.
De pronto recordó la escena en que su madre le rechazó el beso de buenas noches, las conversaciones en el jardín, los paseos de media tarde cuando, al salir por la puerta de casa, decidían si ir por el camino donde tenían la mansión los señores de Swann o por el lado de los marqueses de Guermantes. El humo de la camomila le trasportó también a los jardines de los Campos Elíseos y ahora aquella niña rubia que le había enamorado, Marie de Bérnardaky, se transformaría en Gilberte Swann. El tiempo era esa misma sensación que te acoge a veces entre el sueño y la vigilia, en que, al despertar, uno no se halla despierto del todo y por un momento ignora si está en la ciudad o en el campo, confunde su propia existencia y los objetos que le rodean. En ese estado de somnolencia emergió de su subconsciente la región de Balbec, sus vacaciones de adolescente en Normandía, con su abuela y la criada Françoise en el Gran Hotel de Cabourg, y sus excursiones a Deauville, a Trouville y a las casas de campo de sus amigos de París. En el Gran Hotel estaban aquellas muchachas en flor que jugueteaban con el adolescente Marcel en las praderas. Se llamaban Albertine, Adrée, Gisele, Rosemunde. Eran rubias, de mejillas doradas, con ojos de mar y bajo las sombrillas de colores movían sus cuerpos elásticos y hacían brotar risas claras mientras sonaba la orquestina de pistones en el paseo del malecón. Tal vez Albertine Simonet en sus coqueteos de aproximación y despego no era sino el trasunto de Daniel Hálevy, tan guapo y esquivo, y las otras niñas eran también las figuras masculinas de Jacques Bizet, Reynaldo Hahn, Lucien Daudet, los compañeros del Liceo a los que suplicaba un poco de amor furtivo sin conseguirlo. El arte nace siempre de la frustración.
Marcel Proust había nacido en 1871. Después de una vida neurótica y disipada, a los 37 años abandonó el mundo, se encerró en una habitación forrada de corcho siempre cerrada y humedecida con sahumerios para aliviar el asma y vestido con abrigo dentro de la cama, con tres bufandas y mitones como un gusano comenzó a hilar su capullo de oro durante una década en miles de cuartillas en las que toda una época se iba deslizando por el sumidero. Aquellos personajes de la aristocracia, aquellos jóvenes y niñas doradas estaban ahora a su merced. Con ellos creó un mundo de vicios y ensoñaciones, de fascinantes fiestas y cenagosas almas, pero la crítica tardó mucho en comprender que aquel primer libro de En busca del tiempo perdido no era una crónica frívola más de los salones, sino una creación pérfida en la que la memoria y la melancolía pueden reducir a la unidad todos los días de la existencia. El primer libro fue rechazado por André Gide, asesor de Gallimard, que nunca se arrepentiría bastante. Luego le dieron el Goncourt y la fama, pero hasta el momento de su muerte luchó frente al editor con una neurótica obsesión por extraer hasta el último hilo de seda de las vísceras más intimas de sus criaturas antes de cerrar la edición. Al final su legado fue éste: aquellos seres petulantes de la alta sociedad de París, vacíos, mediocres e inconsistentes que rodearon la vida del escritor han pasado a ser paradigmas de un mundo fascinante que llena nuestro espíritu de belleza al recordarlo y que sólo es bello porque se ha esfumado.



viernes, 16 de septiembre de 2011

La Recherche en el procesador de texto

Hace unos días releía El lenguaje como trabajo y como comercio. (F. Rossi Landi. Argentina 1975. 63 pág) curiosa de comprobar si para la explotación de los procedimientos de escritura mediante ordenador, también serían válidos los criterios de Rossi Landi sobre producción y capital lingüístico pero, sea por lo previsible  de las conclusiones del ensayo, por lo forzado de haber adaptado, sí o sí, los más altos y abundantes postulados teóricos a una argumentación simple, o por lo lejanos que parecen ya esos “planteos estructurales", que así se llama la colección, el opusculito me aburría y, a la vez, me distraía hacia la sensación nebulosa del trasfondo en el que se va dibujando otra idea.

Ante todo cumplamos con parroquia: Ferruccio Rossi Landi es un teórico importante del lenguaje de los años 60 del pasado siglo. Dentro del pensamiento del materialismo histórico, trabaja en lo que él mismo describe como “una expedición sobre un territorio inexistente”: el de la confluencia de la lingüística con la filosofía analítica y la teoría marxista. Su filosofía del lenguaje, en la base de los primeros estudios de semiótica no metafísica, ha tenido amplio seguimiento, por ejemplo en Umberto Eco.

Yo lo leí en los años ochenta con más esfuerzo que fruto. Mi cultura filosófica no daba para tanto y, además, ¿qué podía esperarse de una casi incondicional de Barthes, al que la escuela de R.L. tilda ¡nada menos! que de de cripto-reaccionario? En los préstamos que aquí deba a la obrita de referencia, me confieso de trivialización y paráfrasis.

Y devuelto al césar lo que es del césar revenons à nos moutons.


La sensación dicha al principio se concretó: se me apareció Marcel Proust (a mí se me aparece Proust, como Pessoa se aparecía a Ricardo Reis), dispuesto a componer La Recherche en un procesador de texto.

¡Qué cataclismo para la obra y todo su universo artístico, social, lingüístico y económico! En el lenguaje telepático propio de la situación me apresuré a tratar de disuadir al fantasma benévolo, argumentando bajo la influencia de lo que acababa de leer. Puede que él recibiera la idea con atención, pero contestar no contestó nada, así que aproveché mi incursión en el universo paralelo abusando de su silencio.


“ - El artilugio electrónico este es muy interesante, pero ¿aportaría algo a usted que ha amado los coches, pero nunca se le ha ocurrido conducir uno, ha metaforizado bella y largamente el teléfono, pero ha preferido que fuese Céleste la encargada de telefoner, ha usado el telégrafo, pero fue víctima de sus equívocos?…Un buen lector de la Recherche podría recordar que usted, Monsieur, da importancia incluso al significado de la caligrafía como expresión personal “…cada persona, hasta la más humilde, tiene bajo su poder esos pequeños seres familiares a la vez vivos y acostados en una especie de letargo sobre el papel, los caracteres de su escritura que son exclusivamente suyos” (IV 105). Está seguro de querer utilizar ese chisme?


Un artista es alguien que crea su propio remolino y que es responsable de mantenerse en él a flote. Esa es su nobleza y su esfuerzo: ese debatirse es la fundación del yo autoral y el mapa del viaje entre ese yo y “lo otro”, la huella en el producto de la búsqueda de una verdad subjetiva y la expresión de la elección estética, cosas ambas que tanto le importan.
Produciendo el texto con el ordenador usted daría la falsa imagen del autor que flota tranquilo eludiendo comunicar la responsabilidad de haber creado el vórtice y el esfuerzo de no ahogarse. Peor: usted mismo destruiría las pruebas, dinamitando su laboratorio secreto, para mostrar la obra como la superficie tersa del lago que oculta el cráter insospechado. Es eso lo que pretende ?


Sus lectores somos afortunados de que no haya ocurrido así. El rastro de los estados previos de su texto y de la idea existe materialmente. El crítico lo investiga, los genetistas de la obra, los historiadores, los lingüistas, los biógrafos encuentran en él sus materiales y los ponen a disposición de del lector alimentando la posteridad de la obra de arte, según usted única posteridad del artista.


Y eso en general, pero en esta obra y para esa raza extendida (¿otra race maudite?) de los proustianos significa mucho. Qué sería de ellos sin la documentación ingente que queda de la composición de La Recherche? Los cuadernos, los borradores, las sucesivas mecanografías corregidas, las pruebas de imprenta nuevamente modificadas constituyen una gran parte del sentido. No sólo introducen en la historia de su trabajo de escritor. Dejan ver el forjarse del discurso, permiten participar en el juego laberíntico de la construcción de una novela. Muestran el camino entre los vestigios embrionarios de idea y propósito y los cambios de rumbo que conducen a un tema y un estilo, a un significado ideológico y artístico, al esfuerzo del autor vinculado a la intencionalidad y la complejidad de esa producción.


Imaginarlo a usted, Monsieur, dando forma a su obra en un procesador de texto, modificando, suprimiendo sobre la marcha supone tal vuelco en la comunicación, en las relaciones sociales, económicas y lingüísticas de su creación literaria que esta resultaría otra.


Quizás en la industrialización del producto impreso alguien habría salido ganando: los primeros y arrojados editores de La Recherche, Calmette, Gallimard, el bueno de Jacques Rivière se habrían ahorrado un calvario, pero los lectores nos habríamos visto privados de la solidez de las buenas ediciones críticas. Incluso de muchos pasajes del argumento desechados en la versión definitiva (si es que tal cosa existe)


Aun adoptando una actitud puramente formalista, aquella que acepta que los valores estéticos (la forma lingüística, la composición, la estructura), pueden sostenerse por su cuenta y que el juicio del arte puede ser aislado de consideraciones como las éticas y sociales que trata Rossi Landi, coincidimos con el filósofo del lenguaje en que una obra se forma en la dialéctica de la satisfacción de necesidades, en el proceso durante el cual se instituyen las relaciones de trabajo y producción y que la complejidad del trabajo está determinada por la complejidad de la necesidad. Ahora bien: la complejidad de su trabajo sería muy distinta si La Recherche hubiera sido elaborada en un procesador de texto. No sólo su escritura habría sido distinta. El resultado final también. También el comercio establecido con los destinatarios.


Dudo de que usted, Monsieur, procesador en ristre… hubiera sido un “poeta persa en una garita de portero”. Aunque Barrés usara esta expresión aludiendo a la construcción de una obra exquisita con materiales de la vida cotidiana, Rossi Landi entendería seguramente que la portería es la lengua de uso común y que todo autor, sea más o menos especial, irremediablemente escribe desde esa garita de conserje, llegue o no a convertirse o a ser comprendido como un poeta “persa".

Por el contrario, la escritura móvil y deslocalizada del procesador, la automatización del recurso a fuentes léxicas y referencias culturales habría convertido la loge de concierge en un palacio de cristal donde silenciosos lacayos impersonales con un gesto sencillo cambiarían el texto transportando partes del mismo de un lugar virtual a otro, comparando posibilidades de contenido y de forma, sustituyendo y suprimiendo con una acción instantánea que modificaría en tiempo real las unidades de memoria y de emulación en pantalla. Adiós a los mil borradores, a las paperoles a los becquets… Sí, también a los olvidos, a las repeticiones, a las incongruencias.
No sé, Monsieur, qué piensa usted de esto último, ignoro si le tentaría.


No digo que un procesador de texto pueda producir él solo una obra literaria. En realidad, igual que un autor, trabaja con un instrumento preexistente: la lengua, pero el corpus es muy diferente del de un hablante particular y una combinatoria externa suplanta la primitiva intencionalidad.

Rossi Landi explica cómo todo hablante ha pasado por la nursery del lenguaje donde aprende a servirse de productos y modelos ya hechos por la tradición que sólo en casos excepcionales es capaz de enriquecer. Pero el procesador de texto no es el jardín de infancia donde el hablante se forma, sino la oficina tecnológica donde, lingüísticamente adulto, vive y trabaja, y cada una de estas tipologías determina los rasgos del trabajo lingüístico.

En el primer caso, las operaciones mentales que gobiernan la producción de lo literario son fruto de una introyección individual que pone en marcha el tesoro lingüístico adquirido, sometiéndolo a una toma de conciencia por la que el habla o la escritura se convierten en un medio cuyo manejo presenta dificultades personales de expresión y comunicación, dificultades con las que los autores coetáneos de usted batallan solos. En el segundo, las operaciones mentales se externalizan y recurren a un universo más que colectivo mostrenco.

Desde luego, esta virtualidad de la escritura electrónica hubiera podido ahorrarle muchísimo esfuerzo a usted, a la obra muchas vaguedades, al lector la perplejidad en que pueden sumirlo muchos errores, menores unos, como los de esos personajes que reaparecen inopinadamente porque usted olvida haberlos hecho morir en capítulos anteriores, esos interlocutores imposibles porque el narrador habla con ellos a pesar de haber explicado antes que viajan en un coche distinto… otros de importancia para la estructura como la segmentación vacilante de la obra y sus partes. 

Ya sé cuánto tuvieron que ver en eso sus asuntos de salud y sus editores. Y seguramente esta escritura deslocalizada e inmaterial, como señal electrónica que es y que, como consecuencia lógica de la inmaterialidad del canal y de los propios textos, es transportable y participativa, inmediatamente legible a distancia y abierta a ser modificada por los destinatarios, podría haber acelerado la composición y corregido esas imperfecciones. ¿Desea usted, Monsieur, hasta ese punto la felicidad de los sufridos mártires que fueron sus editores y tipógrafos? ¿Le tienta ahorrarse el tormento de corregir dactilogramas y pruebas de imprenta?
Piense que podría ponernos en riesgo de que el criterio de otros supliera algunos “errores” gramaticales o algunos lapsus de memoria. Tal cosa ya sucedió…y no salió bien ¿Recuerda? Sólo gracias a los miles y miles de trazas que usted, Monsieur, fue dejando pudo remediarse tal desastre.

Además permita a esta lectora insistir en algo más grave: la movilidad de la escritura eléctrónica quiere decir exactamente que el texto no está fijado sobre un soporte, es virtual, frágil, existe en el ciberespacio, no sobre un soporte material y su construcción no deja huellas como lo haría sobre una hoja de papel. En este procedimiento los estados de composición de un texto no tienen interés, son, sencillamente, la manera de ensayar secuencias para obtener el texto deseado.”

A juzgar por su gesto, eso de que la construcción textual se identificara con el procedimiento de escritura no debió parecer baladí a Proust. Así que, animada como el conservador que defiende obstinadamente un monumento contra los restauradores poco fiables, ahondé en el argumento.


“- En efecto, la escritura electrónica añade un rasgo muy específico a la producción: el hecho material de escribir se vuelve autogenerador entendiendo por tal cosa que la escritura en ordenador influye o actúa sobre sí misma.


Si está pensando que la escritura siempre ha sido interactiva, (usted es un buen ejemplo, el mejor ejemplo), que quien escribe reacciona ante lo que ha escrito para transformarlo y que justamente la hipertextualidad informática facilitaría la explotación de infinitas posibilidades, permítame contarle la experiencia real de quienes hoy trabajan con este medio.


La rapidez con que las transformaciones y comparaciones pueden producirse en el ordenador modifica las consecuencias del impulso de transformación. La escritura sobre pantalla, a causa de las posibilidades permanentes de interacción se vuelve más exterior: buena parte de la actividad de quien escribe se dirige hacia la fabricación externa del texto, incluidas las posibilidades de presentación e incluso la de verificar en una inmediata copia impresa el aspecto final que tendrá el trabajo, mientras que la escritura manual y la mecánica dirigen más la atención del autor hacia el interior del texto y la reflexión crítica de los contenidos.

Incluso aspectos materiales del procedimiento que pueden parecer sin importancia la tendrían: usted vería la progresión de su texto en una pantalla  que lo desplaza en rodillo, no pasando páginas. Aunque no le hubieran  informado (seguramente lo habrían hecho) de que en la presentación de la escritura electrónica un párrafo de más de 10 líneas es un suicidio comunicativo, usted mismo lo advertiría con inquietud... Qué influencia va a tener eso en su sintaxis? Vería con agrado esas frases de cientos de palabras que son caracteríasticas de su estilo o las modificaría?


No hace falta ser R.L. para entender que el comercio lingüístico del intercambio comunicativo es un asunto social. Las consecuencias que el disponer de este nuevo tipo de escritura tienen para la circulación de mensajes, el arte y la economía no se imagina usted qué revolución han producido en las relaciones sociales de la literatura, el lenguaje y la industria de los productos impresos.

La puesta en obra del material de que se compone un idioma consiste en una planificación para satisfacer una necesidad concreta de comunicación explícita, el texto, e implícita, la intención del autor. A eso tiende el trabajo lingüístico y específicamente el literario. El locutor explota a fondo el modelo para obtener una comunicación propia que el sistema haga posible, pero no previsible Usted ha trabajado con ese criterio en los pastiches y en los textos críticos: lo que verdaderamente presenta el arte literario es el impacto de un autor sobre el modelo de la lengua.

La Recherche no es una obra fácil. Si bien la comprensión de un mensaje lingüístico se presenta en apariencia como algo natural ya que un auditor no puede dejar de interpretar en cierto modo la expresión emitida por un locutor de la misma comunidad lingüística, de ello no resulta que sea capaz de darse cuenta de la complejidad por la cual se producen tales expresiones y, en consecuencia, de su alcance objetivo, dado que  los productos del lenguaje humano se caracterizan por la posibilidad de satisfacer necesidades más complicadas de las que corresponden a su valor de uso práctico. En ayuda de la descodificación de ese valor diferente de La Recherche vienen precisamente los experimentos al margen que los lectores vamos a perder si usted decide elaborarla en ese chisme electrónico.


Tales ensayos van más allá de mantener disponible el capital lingüístico que usted entrega a los destinatarios de su obra. Incrementan el tesoro lingüístico social, sirven para que el acervo logrado no se agote en actos particulares de recepción, lo que equivaldría al consumo del capital disponible, sino que retroactuan sobre el capital de la comunidad aportando innovaciones a las palabras y a las combinaciones que las rigen. En eso, el método de escritura tradicional contribuye mucho más que el electrónico a perfeccionar el intercambio gracias a la fiabilidad material de los rastros de elaboración  interna a la acción humana de la escritura.”


Me pareció que el fantasma de Proust quería volver a su limbo temporal y, asumido que, ya que estaba en su habitación, no iba a coger su sombrero y marcharse como hacía Pessoa, era yo quien debía desaparecer, así que urdí a la desesperada un colofón.


“- Entiendo, Monsieur, que le interesa más este asunto del procesador como juguete que la posibilidad de admitir extraños en el acto de su creación o de no dejar huellas. Usted es muy consciente de deber encuentros felices a las migajas previas que ha ido dispensando a la curiosidad de los lectores y a los acertijos textuales que dejó a sus exégetas futuros. Que quieran adivinarlo a usted también contribuye al trabajo y al comercio del lenguaje,a la perduración de su fama, a los fondos de archivos y la actividad de coleccionistas, al sostenimiento de los libreros y a publicaciones mil. Incluso a ciertos mensajes tan prescindibles como este que flotan en el ciberespacio”.


Parrafada excesiva, la mía y subestimación de la calidad de la materia de los fantasmas. Antes de que terminara, el ectoplasma de Proust se había desvanecido.


Sevilla. Septiembre de 2011

martes, 30 de agosto de 2011

Bonsáis

Proust amaba los árboles. À la Recherche está llena de ellos: los grandes árboles de Francia, los espinos blancos emblemáticos de la infancia en Combray, los simbólicos árboles de Hudimesnil, los del Bosque de Bolonia convertidos por el otoño en delicados diseños contra el cielo… A la vez, las veleidades estéticas del momento concretan los anhelos exóticos del Romanticismo en valores plásticos, pero también en objetos y bagatelas que la circulación de mercancías pone a su disposición.


Los pabellones japoneses de las Exposiciones universales (1867, 1878, 1889) pusieron de moda la estética oriental, los pintores descubren entonces las estampas, los viajeros traen bibelots, las cocottes se apasionan por crisantemos, cojines de seda y lámparas japonesas. Galerías y tiendas especializadas, como la de Bing, mencionada por Proust, se abren durante toda la segunda mitad del siglo XIX y el “japonesismo” se convierte en un fenómeno presente en la vida artística y emocional francesa. Al mismo tiempo, eso sí, que los japoneses de la época Meiji contratan jardineros holandeses e imitan las modas y los salones de París. Nada más gracioso que un grabado (Mary Evans. Picture Library) del acto de promulgación de la Constitución japonesa en 1889 en que, acomodadas en altas sillas imperio, las damas japonesas cuidadosamente vestidas y peinadas a la francesa escuchan al emperador que, igual que sus dignatarios, luce uniforme con levita, banda y entorchados perfectamente occidentales.

Proust solía burlarse del Extremo Oriente de pacotilla, tan ridiculizado en su pastiche del diario de los Goncourt en 1883 y en una deliciosa e irónica descripción de la decoración de la vivienda de Odette, como muestra de la mezcolanza propia de esnobs sin gusto, seguidores de la moda del momento. Pero él mismo no escapa al orientalismo dominante. Así, ya en 1892, Proust regalaba a sus amigas ramos de quince crisantemos “esas flores orgullosas y tristes como usted”.

Y se fija en los bonsáis.

He aquí, en La Recherche la evocación proustiana, puesta en boca de Albertine:

Un helado no necesita ser grande,[…. ….] esos helados de limón son montañas auténticas reducidas a una escala muy pequeña, pero la imaginación restablece las proporciones como en los arbolitos japoneses enanos que, sin embargo, se reconocen sin dudar como cedros, robles y manzanillos hasta el punto de que si colocara algunos a lo largo de un reguerito en mi habitación, tendría, descendiendo hacia un río, un inmenso bosque en el que los niños podrían perderse .( La Prisonnière)

Hay en la obra mayor un par de alusiones más que ahora mismo no tengo localizadas. Algo referido a la capacidad de significación de esos árboles “cuya sombra no es mayor que la de una mano”.

También referencias a los “árboles enanos japoneses” (único nombre con que aparecen) en la obra menor de Proust y en otros escritos de la época, como la mención del jardín del súper aristócrata, súper elegante y súper extravagante conde Robert de Montesquiou quien añadía a su exagerada originalidad un rasgo exclusivo en forma de jardín japonés.

El apartamento del conde de Montesquiou, en la calle Franklin, se sitúa en la planta baja que da sobre un jardín en terraza suspendida dominando el Boulevard Delessert. Su jardín contiene un grupo de árboles enanos del Japón que cuida Hata, un jardinero japonés. Tuyas centenarias están colocadas en tiestos de porcelana. Se ha dispuesto también un jardín de rocas cuidado por un criado, igualmente japonés, que distribuye en él unas linternas al anochecer.
(De una crónica de la época)

Un pequeño pensionado vegetal desmedrado y resucitado os tiende sus brazos japoneses, suntuosamente nudosos y robustamente raquíticos, desde el fondo de Chelsea de París… o más bien desde el corazón.
(Carta de Robert de Montesquiou al pintor Wistler).

Un jardín tan raro y refinado como el que usted me permitió visitar hace unos días
(Proust en una carta a Montesquiou).

Las semillas son flores para la imaginación, del mismo modo que los árboles enanos japoneses de Bing son árboles para la imaginación”.
( Proust, en una carta a a Marie Nordlinger)

Precisamente, creo que es Painter quien menciona que Proust se hizo comprar tres de estos “árboles enanos japoneses “ para que le sirvieran de inspiración en su cuarto… No creo que le durasen mucho y quiero imaginar que la reflexión inspirada por su fragilidad temporal fue aquella que, en 1907, escribe a Mme de Noailles poniendo los bonsáis como ejemplo de la inmensidad que cabe en un solo verso: Mme. de Noailles sabe que las ideas enmarcadas en las dimensiones de tiempo y lugar, cuando son profundas, se liberan de la tiranía de uno y otro y entonces adquieren extensión y duración infinitas [……… ] Usted en sus metáforas sustituye la descripción de lo que existe por la resurrección de lo que hemos sentido ante la realidad, única verdad que nos interesa.

Proust saca partido de todo pero, en fin… este no es ni siquiera un tema, más bien una curiosidad.

Sevilla Diciembre 2009

martes, 7 de junio de 2011

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Esta tarde ociosa y algo aburrida en que una navega por su propio hipertexto me ha llevado a dar una vuelta por el blog sin más propósito que autoleerme. No niego que hay en ello un cierto gusto, pero también es otro ejercicio. Al fin y al cabo esto ni lo lee casi nadie ni me esfuerzo en propiciar el acceso, así que no intento ponerme en los zapatos de un hipotético destinatario para imaginar su juicio, como hace Proust con su zarandeado artículo en Le Figaro, sino que, inevitable, yo misma me desdoblo en receptor e, inevitable, me juzgo. Todos nacemos locos, algunos persistimos en serlo, dice Samuel Beckett.

Soy una proustómana? Puede: como si aquejada de mala vista, este autor y esta obra se hubieran convertido en un instrumento óptico  para alejar, acercar, aumentar, ver en perspectiva o en detalle la idea, el laboratorio del lenguaje, el mundo interior del artista, la relación con lo otro y con los otros…  o como un desván divertido, inagotable, complejo y acogedor.
Una proustólatra? No creo: al menos si tal cosa supone pasión monomaníaca por un autor con referencia al cual se juzga toda obra literaria o al que no se le encuentran defectos. Mi caracter tiende al distanciamiento, y los argumentos maniqueos me parecen primarios, reñidos con la profundidad y la independencia.

Este blog es la historia de una lectura. La continuación de un movimiento que dura ya más de treinta años, que ha necesitado de apoyos técnicos, mnemotécnicos y eruditos consignados por aquí, pero en el que la idea propia es libre de dibujar sus contornos.

Al ojearlo, me doy cuenta de que en buena medida trasluce mi historia. La de mis preferencias: víctima gustosa de textos-ladrillo en que lo novelesco reside en la construcción de la novela, (si supiera inglés o ruso tal vez me hubiera entregado a Joyce o a Pushkin), de mis contradicciones, tan amante del minimalismo estético vengo a apasionarme por el mensaje artístico más hinchado, de mi temperamento (esto no voy a explicarlo, por si acaso).

Alguna de las entradas del blog no las suscribiría hoy, o no completamente ¡Qué se le va a hacer! a veces una se pierde en este iter cuyo final, por suerte, no se vislumbra; ignoro el tiempo que se necesitará para descubrir (como dice Passouline) el rosebud del héroe, ese elemento escondido en el texto que secretamente resume y revela la clave.  

En algún sitio dejo equiparado el personaje de la Recherche con la Moby Dyck textual, si fuera más moderna lo equipararía mejor a un avatar del autor. El avatar, esa otra piel virtual, (más virtual que la máscara clásica) que, en virtud de una construcción voluntaria, presenta la persona y la personalidad liberados de la ganga cotidiana y los transporta, en riesgo, a la levedad de la propia ausencia.

No sólo Proust. Al escoger y reflexionar, todos nos elegimos y nos reflejamos, nos convertimos en nuestro propio avatar y nuestra vida insípida en una aventura de búsqueda.

Sevilla, junio de 2011

lunes, 14 de marzo de 2011

NOTA CRONOLÓGICA PARA LEER ÁLARDTP

Para Montserrat y Julio




PERIODO
FECHA
POLÍTICA Y PERSONAJES
BORBONES
1643 – 1715
1774 -1792
Luis XIV Rey Sol
Luis XVI
REVOLUCIÓN FRANCESA
1789



1792 /93/94




1795
Ejecución de Luis XVI y Maria Antonieta.
Bastilla

Convención nacional: jacobinos

El Terror: Robespierre

Derrocamiento de Robespierre

I REPÚBLICA
1795 – 1799
1799 - 1804
Directorio
Consulado de Napoleón
I IMPERIO
1804 1814
1815
Imperio napoleónico
Los 100 días. Waterloo
RESTAURACIÓN BORBÓNICA
1814

1814 – 1830
Abdica Napoleón

Luis XVIII y Carlos X
Constitución inefectiva
CASA DE ORLEANS
1830 -1848
Luis Felipe de Orleáns
Sufragio universal
Constitución efectiva
II REPÚBLICA
1848 - 1852
Luis Napoleón Bonaparte
II IMPERIO
1852 - 1870
Napoleón  III
Haussmann
GUERRA FRANCO-PRUSIANA
1870 - 1871
Pugna bonapartistas / realistas
III REPÚBLICA
1871 - 1946


1871    / 73




1872    / 79

1879 / 87

1887 / 94

1894 / 95


1895 / 99

1899 / 1906


1906 /13

1913 / 20







1920 / 24



1939/1945
Tiers: Tratado de paz con Rusia
La Comune de Paris (marzo/mayo 1871)

Mac-Mahon
Grévy

Carnot

Perier. Comienza Affaire Dreyfus

Faure

Louvet.  Fin de Affaire Dreyfus

Fallier

Poincaré. Leyes laicas. Expansión colonial.
1ª Guerra mundial: tratado de Versalles.

Jofre. Clemenceau (1918)

Millerand
Gobiernos progresistas

2ª Guerra Mundial
Gobierno de Vichy
Gobierno provisional

IV REPÚBLICA
1946 - 1957
Coflictos Indochina
Y Argelia
Schuman. Mendes-France

V REPÚBLICA
1958
Constitución 4 de octubre.
De Gaulle

viernes, 18 de febrero de 2011

Un informe policial

"PROUST SURPRIS CHEZ JUPIEN (Assouline. Le Monde 1/ 5/ 2005)
Mais ce qu’on ne savait pas, c’est ce que la police en savait. Grâce à Laure Murat, désormais, on sait.

Dans son rapport en date 19 janvier 1918, le commissaire Tanguy écrit au lendemain de sa descente rue de l’Arcade :

Cet hôtel m’avait été signalé comme lieu de rendez-vous de pédérastes majeurs et mineurs. Le patron de l’hôtel, homo-seuxuel (sic) lui-même, facilitait la réunion d’adeptes de la débauche anti-physique. Des surveillances que j’avait fait exercer avaient confirmé les renseignements que j’avais ainsi recueillis. A mon arrivée, j’ai trouvé le sieur Le Cuziat dans un salon du rez-de-chaussée, buvant du champagne avec trois individus aux allures de pédérastes. Et parmi eux, sur la liste, entre un soldat en convalescence et un capotal (1) en attente d’être réformé:“Proust, Marcel, 45 ans, rentier, 102, bd Haussmann”


Versión.
"Proust sorprendido en casa de Jupien. (Assouline. Le Monde 1/5/2005)

Pero lo que no se sabía, la policía lo sabía. Gracias a [la investigadora] Laure Murat, ahora lo sabemos todos.

En su informe de 19 de febrero de 1918, el comisario Tanguy escribe al día siguiente de su inspección en la calle de l´Arcade:

Este chalet me había sido señalado como lugar de cita de invertidos mayores y menores. El patrón de la casa, asimismo homosexual, facilitaba la reunión de adeptos al libertinaje antinatural. Las vigilancias que ordené confirmaron las informaciones recogidas. A mi llegada encontré al señor Le Cuziat en un salón de la planta baja, bebiendo champán en compañía de tres individuos con aspecto  de homosexuales”
Y entre ellos, en la lista, entre un soldado convaleciente y un suboficial (1) en espera de ser licenciado: "Proust, Marcel, 42 años, rentista, 102 boulevard Haussmann” (2).

1. Errata, supongo, en el original: “capotal” por caporal.

2. Ayer, entre mis papeles encontré esta nota antigua. Recordaba el dato, pero al volver a leerla me fijo en que Assouline señala que un adjetivo lo impresiona: “rentista”.

A mí tambien