martes, 30 de agosto de 2011

Bonsáis

Proust amaba los árboles. À la Recherche está llena de ellos: los grandes árboles de Francia, los espinos blancos emblemáticos de la infancia en Combray, los simbólicos árboles de Hudimesnil, los del Bosque de Bolonia convertidos por el otoño en delicados diseños contra el cielo… A la vez, las veleidades estéticas del momento concretan los anhelos exóticos del Romanticismo en valores plásticos, pero también en objetos y bagatelas que la circulación de mercancías pone a su disposición.


Los pabellones japoneses de las Exposiciones universales (1867, 1878, 1889) pusieron de moda la estética oriental, los pintores descubren entonces las estampas, los viajeros traen bibelots, las cocottes se apasionan por crisantemos, cojines de seda y lámparas japonesas. Galerías y tiendas especializadas, como la de Bing, mencionada por Proust, se abren durante toda la segunda mitad del siglo XIX y el “japonesismo” se convierte en un fenómeno presente en la vida artística y emocional francesa. Al mismo tiempo, eso sí, que los japoneses de la época Meiji contratan jardineros holandeses e imitan las modas y los salones de París. Nada más gracioso que un grabado (Mary Evans. Picture Library) del acto de promulgación de la Constitución japonesa en 1889 en que, acomodadas en altas sillas imperio, las damas japonesas cuidadosamente vestidas y peinadas a la francesa escuchan al emperador que, igual que sus dignatarios, luce uniforme con levita, banda y entorchados perfectamente occidentales.

Proust solía burlarse del Extremo Oriente de pacotilla, tan ridiculizado en su pastiche del diario de los Goncourt en 1883 y en una deliciosa e irónica descripción de la decoración de la vivienda de Odette, como muestra de la mezcolanza propia de esnobs sin gusto, seguidores de la moda del momento. Pero él mismo no escapa al orientalismo dominante. Así, ya en 1892, Proust regalaba a sus amigas ramos de quince crisantemos “esas flores orgullosas y tristes como usted”.

Y se fija en los bonsáis.

He aquí, en La Recherche la evocación proustiana, puesta en boca de Albertine:

Un helado no necesita ser grande,[…. ….] esos helados de limón son montañas auténticas reducidas a una escala muy pequeña, pero la imaginación restablece las proporciones como en los arbolitos japoneses enanos que, sin embargo, se reconocen sin dudar como cedros, robles y manzanillos hasta el punto de que si colocara algunos a lo largo de un reguerito en mi habitación, tendría, descendiendo hacia un río, un inmenso bosque en el que los niños podrían perderse .( La Prisonnière)

Hay en la obra mayor un par de alusiones más que ahora mismo no tengo localizadas. Algo referido a la capacidad de significación de esos árboles “cuya sombra no es mayor que la de una mano”.

También referencias a los “árboles enanos japoneses” (único nombre con que aparecen) en la obra menor de Proust y en otros escritos de la época, como la mención del jardín del súper aristócrata, súper elegante y súper extravagante conde Robert de Montesquiou quien añadía a su exagerada originalidad un rasgo exclusivo en forma de jardín japonés.

El apartamento del conde de Montesquiou, en la calle Franklin, se sitúa en la planta baja que da sobre un jardín en terraza suspendida dominando el Boulevard Delessert. Su jardín contiene un grupo de árboles enanos del Japón que cuida Hata, un jardinero japonés. Tuyas centenarias están colocadas en tiestos de porcelana. Se ha dispuesto también un jardín de rocas cuidado por un criado, igualmente japonés, que distribuye en él unas linternas al anochecer.
(De una crónica de la época)

Un pequeño pensionado vegetal desmedrado y resucitado os tiende sus brazos japoneses, suntuosamente nudosos y robustamente raquíticos, desde el fondo de Chelsea de París… o más bien desde el corazón.
(Carta de Robert de Montesquiou al pintor Wistler).

Un jardín tan raro y refinado como el que usted me permitió visitar hace unos días
(Proust en una carta a Montesquiou).

Las semillas son flores para la imaginación, del mismo modo que los árboles enanos japoneses de Bing son árboles para la imaginación”.
( Proust, en una carta a a Marie Nordlinger)

Precisamente, creo que es Painter quien menciona que Proust se hizo comprar tres de estos “árboles enanos japoneses “ para que le sirvieran de inspiración en su cuarto… No creo que le durasen mucho y quiero imaginar que la reflexión inspirada por su fragilidad temporal fue aquella que, en 1907, escribe a Mme de Noailles poniendo los bonsáis como ejemplo de la inmensidad que cabe en un solo verso: Mme. de Noailles sabe que las ideas enmarcadas en las dimensiones de tiempo y lugar, cuando son profundas, se liberan de la tiranía de uno y otro y entonces adquieren extensión y duración infinitas [……… ] Usted en sus metáforas sustituye la descripción de lo que existe por la resurrección de lo que hemos sentido ante la realidad, única verdad que nos interesa.

Proust saca partido de todo pero, en fin… este no es ni siquiera un tema, más bien una curiosidad.

Sevilla Diciembre 2009