martes, 15 de mayo de 2012

Antonio

Los invisibles

"Ha sido el acierto de mi vida, no sé cómo se puede vivir sin leer a Proust"

Titular de una entrevista publicada en Diario de Sevilla.es.el 5 de este mes. Texto completo aquí.


Su lectura me dejó perpleja. Sospeché que las relaciones que en ella se establecen entre esa obra y esa vida concretas fueran fruto de la elaboración periodística. No obstante me inquietó y como tiendo a  resolver lo inexplicado para no confundirlo con lo inexplicable, necesité saber si ese lector era verdadero. Así que sin ningún preámbulo me presenté en su lugar de trabajo. Por suerte, y eligiendo la hora, Antonio no estaba ocupado. Le dije que yo era también una proustiana horrorosa y que me había interesado conocer a alguien con una experiencia tan similar. El territorio común se estableció de inmediato y la charla fue fácil y agradable.

La entrevista del diario es certera y Antonio el lector que Proust imaginó y que yo no había creído real. Él solo, con el único bagaje de su sensibilidad e inteligencia, ha llegado a la empatía que cuenta. Hay que ser un espíritu muy fino para eso, si creemos a Proust: Al leer, cada lector es, en realidad, lector de sí mismo

Durante la conversación, en mi memoria, resonaban otros fragmentos de L´Àdoration perpetuelle en que Proust imagina a su lector:  suponer que la complicación de la alta literatura  es pasto sólo para académicos es hacer a esas gentes un honor inmerecido........ lo más lejos que llegarán si tienen un inteligencia lúcida y un corazón sensible es a ser la pura conciencia del otro....... pero el arte a lo que tiende es a descubrir nuestro libro interior y eso no es cosa de cultura crítica, sino de ser capaz de escuchar, de escucharse, de dar a los signos el significado que nuestros hábitos les han hecho perder....... sólo así nos dará  a conocer esa realidad que nos arriesgamos mucho a morir sin haber conocido y que es, sencillamente, nuestra vida.

Gracias a Antonio, este lector radical, voy a tomar al pie de la letra por primera vez la tan reproducida  cita: la verdadera vida, la vida al fin descubierta y puesta en claro, en consecuencia la única vida plenamente vivida, es la literatura.

Lo que de verdad lamento es que Antonio no se vea en este blog. Me dijo que sus horas de trabajo y de lectura no le dejaban tiempo  para iniciarse en la electrónica y que tampoco sentía interés por ella.  Otra vez Proust: el talento de un gran escritor no es mas que un instinto religiosamente escuchado en medio de un silencio impuesto a todo lo demás. Pero  ¿cuántos lectores han disfrutado imponiéndose ese silencio? ¿cuántos han sido capaces de establecerlo? No conozco a ningún otro.

viernes, 4 de mayo de 2012

Proust en español

Para Pepa, cuya inteligencia y fraternidad nunca agradeceré bastante.

Un dato fundamental no se menciona en el artículo: las ediciónes francesas sobre la que estos traductores han trabajado.Como aparece reflejado en otras entradas de este blog, el proceso editorial de La Recherche fue azarosísimo incluso en vida del autor y, muerto éste, ya ni te digo. La edición francesa hoy considerada definitiva es la establecida y presentada por Pierre Clarac y André Ferré. Bibl. de La Pléiade, en 1957. Hoy considero imprescindible la edición crítica de J.-Y.  Tadiè.


Sobre los traductores de Proust. Por Herbert E. Craig. Para LA NACION


Recientemente las traducciones al español de En busca del tiempo perdido se han multiplicado. El autor de Marcel Proust and Spanish America, especialista en el tema, considera los valores y las diferencias de las más conocidas, entre las que sobresale la realizada por Estela Canto

Aunque el poeta español Pedro Salinas hizo la primera traducción al castellano de los dos tomos iniciales de En busca del tiempo perdido -Por el camino de Swann (1920) y A la sombra de las muchachas en flor (1922)-, abandonó su trabajo en el tercero, y José María Quiroga Plá no completó su versión de El mundo de Guermantes hasta 1932. A causa de la Guerra Civil y la política homofóbica de los franquistas, hasta 1952 no apareció en España una edición completa de los siete tomos proustianos. Por eso fue una editorial argentina, Santiago Rueda, la que publicó por primera vez en lengua española todo En busca del tiempo perdido.

Para realizar esta hazaña, Santiago Rueda contrató al escritor argentino Marcelo Menasché, quien hizo su versión de los últimos cuatro tomos: Sodoma y Gomorra y La prisionera (1945), Albertina ha desaparecido y El tiempo recobrado (1946). Aunque dentro del país se consideraba la traducción buena, el contraste entre ésta y la de Salinas y Quiroga Plá era demasiado evidente y algunos críticos de otros países concluyeron que la de Menasché era inferior.

No obstante, la edición de Santiago Rueda llegó a todas partes de Hispanoamérica y se la puede encontrar aún en sus librerías y bibliotecas. Contra las dos versiones españolas de los últimos tomos, la de Fernando Gutiérrez (Plaza & Janés, 1952) y la de Consuelo Berges (Alianza, 1967-1969), le ha sido muy difícil a la traducción argentina competir en España. Pero Santiago Rueda y sus sucesores la han seguido publicando para los lectores de América.

Curiosamente con el nuevo siglo se inició otra época. En el año 2000 una nueva traducción argentina y dos españolas comenzarPoon a publicarse. Así aparecieron en ese año la versión de Del lado de Swann de Estela Canto (Losada, Buenos Aires), la de Por la parte de Swann de Carlos Manzano (Lumen, Barcelona) y A la busca del tiempo perdido I: Por la parte de Swann. A la sombra de las muchachas en flor traducido por Mauro Armiño (Valdemar, Madrid). Como se puede ver, los nuevos traductores modificaron el título Por el camino de Swann y Armiño cambió hasta el título general.

En realidad, la traductora argentina -a quien Jorge Luis Borges le había propuesto matrimonio alguna vez- había empezado su versión mucho antes. Es difícil decir con exactitud cuándo, pero aunque utilizó como base, al igual que Manzano y Armiño, una de las nuevas ediciones francesas que se publicaron a partir de 1984, ciertos detalles del texto sugieren que ella había trabajado anteriormente con la primera edición de La Pléiade de 1954. De todas maneras, antes de su muerte en 1994, Estela Canto puso fin a su trabajo.

Desde 2000 se ha continuado la carrera por publicar el total de la gran obra proustiana. En 2001, Lumen publicó la versión de Manzano de A la sombra de las muchachas en flor y Losada proporcionó su edición del mismo título en 2002. En este año apareció la traducción de La parte de Guermantes de Manzano, al igual que el segundo volumen doble de Armiño con La parte de Guermantes y Sodoma y Gomorra. Del lado de Guermantes traducido por Canto llegó con un poco de atraso en 2003, pero la versión de ésta de Sodoma y Gomorra se publicó en 2004, como la de Manzano. Evidentemente, Mauro Armiño ha ganado la carrera, pues su tercer volumen doble, que contiene La prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado, se publicó en junio de 2005. Según el anuncio de Losada, Estela Canto también finalizó los últimos tomos y han de estar disponibles en el futuro. Lo mismo se prevé en el caso de los de Manzano, quien sigue trabajando en Ibiza.

Si las tres versiones nuevas llegan a completarse, tendrán por lo menos dos grandes ventajas sobre las traducciones al español anteriores. Primero, se han basado en los textos franceses más recientes, lo cual es muy importante. Por servirse de las primeras ediciones francesas, Pedro Salinas vertió al español muchas faltas de imprenta, que nunca se han corregido. Menasché, por su parte, utilizó una edición francesa anterior a la muy estimada de 1954. Segundo, las nuevas ediciones de las editoriales Valdemar, Lumen y Losada serán de un solo estilo y reflejarán cada una la perspectiva y el arte de un traductor en vez de tres.

Sin duda, no es fácil decidir cuál de las traducciones nuevas es mejor. Salta a la vista que Mauro Armiño ha ingresado más en el mundo proustiano y ha añadido a su traducción mucha información para ayudar al lector. En su primer volumen doble, encontramos un prólogo erudito, un cuadro cronológico, tres diccionarios, una bibliografía y un álbum. Asimismo, al final de los tres volúmenes hay muchísimas notas sobre Proust y su mundo, y resúmenes de la acción. En contraste, Carlos Manzano nos ofrece sólo su texto, pero él se ha esmerado más en el estilo. En cierta forma, es muy atrevida la traducción de Manzano porque él ha querido crear un texto que un autor de lengua española hubiera podido escribir. Aprovechando la tradición barroca hispánica que va desde Góngora hasta Lezama Lima, intenta trasladar las complejidades sintácticas y estilísticas de Proust al castellano.

En el caso de la traducción de Estela Canto, no hallamos ni el aparato crítico de Armiño ni la osadía estilística de Manzano. La edición de Losada no lleva más adorno que las imágenes del genial fotógrafo francés Paul Nadar que figuran en las cubiertas, pero ésas son muy apropiadas. Así, algunos de los modelos de Proust -Charles Haas, Sarah Bernhardt, la Princesa Soutzo y Robert de Montesquiou- ilustran los tomos en los cuales aparecen los personajes que corresponden: Swann, la Berma, una dama aristocrática y el Barón de Charlus.

Después de haber comparado en muchos fragmentos el estilo de las distintas traducciones, pude concluir que Canto, Armiño y Manzano son más fieles al texto proustiano que Salinas, quien seguía a veces más su propia imaginación que la del novelista francés. Por otra parte, los tres traductores nuevos también evitan la excesiva literalidad de que pecaban Menasché, Gutiérrez y otro español, Julio Gómez de la Serna (autor de la traducción publicada por Aguilar), los cuales a menudo traducían modismos palabra por palabra. Aun me atrevo a decir que los nuevos traductores superan a Consuelo Berges en por lo menos un aspecto: ninguno de ellos trata de enderezar la sintaxis de Proust, como ella solía hacer. En este punto, sólo Manzano se acerca un poco a Berges cuando se sirve de guiones en lugar de comas o paréntesis para indicar cuáles son los incisos menos relacionados con la cláusula principal. De este modo, cambia la puntuación de Proust.

Sin duda, la cuestión del habla rioplatense es muy pertinente y nos puede ayudar a distinguir entre la versión de Canto y las de Armiño y Manzano. Como es natural, estos dos traductores reflejan el castellano de España y aquélla, el español del Cono Sur. Pero, como otros traductores actuales, los tres han tratado de dirigirse a un público muy amplio. Por eso, Estela Canto evitó los argentinismos que se le achacaban tanto a Menasché, como "mucama". De igual modo, Armiño y Manzano prefirieron servirse de modismos muy generalizados, como "tomarle el pelo" en vez de otros más limitados en el espacio y el tiempo como "darle con queso", que usó Salinas alguna vez.

Es quizás en Sodoma y Gomorra (el tomo proustiano que otro argentino dio por primera vez al mundo hispánico y en el cual ni Manzano se muestra tan brillante ni Armiño tan erudito) donde es posible ver mejor el modo en que Canto sí sabía defenderse como traductora de Proust. Ella presenta, con el mismo nivel de capacidad que los dos nuevos traductores españoles y en un grado más alto que los anteriores de ambos lados del Atlántico, ese texto muy original y polémico del novelista francés. Así, Canto nos hace ver con claridad el encuentro fortuito entre el Barón de Charlus y el sastre Jupien y cómo, por sus gestos, el narrador proustiano pudo darse cuenta de que ambos eran homosexuales. Luego, Canto nos ofrece, en un español totalmente normativo, pero de América, tanto la velada en casa de la Princesa de Guermantes como la segunda visita a Balbec, cuando el narrador comenzó a sospechar que su amada Albertine deseaba a otras mujeres. Ojalá que los tres tomos restantes se publiquen pronto para que podamos ver cómo la argentina Estela Canto terminó su versión de la novela proustiana.

Dostoïevski traduit, mais Dostoïevski adapté, amélioré, francisé… Le Monde. 03 mai 2010. Pierre Assouline

Como la entrada anterior, también para Pepa este magnífico artículo de P. Assouline, acerca de esas cosas  de las que tánto hemos hablado.

Honnêtement, combien de lecteurs français de Dostoïevski connaissent les noms de Elie Halpérine-Kaminski, Charles Morice, Henri Mongault, M. Laval, L. Désormonts, J-W. Bienstock, Marc Sémenoff, Boris de Schloezer, Pierre Pascal, Vladimir Pozner, Gustave Aucouturier, Dominique Arban, D . Ergaz, Lily Denis, Jacques Catteau, Dominique Delvallée, Sylvie Luneau, André Markowicz ? Une poignée, pas davantage. Encore qu’il faille faire une exception pour le dernier en date, pas seulement parce qu’il est l’un des plus jeunes, des plus bruyants et des plus récents traducteurs de cette œuvre, mais parce que sa téméraire entreprise, tout bousculer pour tout retraduire, fut un coup d’éclat salué comme tel. Mais d’une manière générale, il faut bien avouer que les lecteurs ne s’attachent guère à l’identité, à la singularité, voire à la qualité du passeur à qui ils doivent de découvrir un grand texte alors qu’elles s’inscrivent dans ses interstices.
A
La personnalité du traducteur peut sauter aux yeux dès le titre en couverture. Ainsi, certains tiennent que Les Possédés devraient plutôt s’intituler « Les Démons ». Il y a d’autres exemples. Mais avec Dostoïevski, rarement un titre de récit aura connu autant de variant et d’aventures que… Mais comment l’intituler sans prendre parti ? La voix souterraine ? L’Esprit souterraiesn ? Mémoires écrits dans un souterrain ? Du fond du souterrain ? Dans mon souterrain ? Notes écrites dans le sous-sol ? Mémoires écrits dans un sous-sol ? Le sous-sol ? Notes du sous-sol ?, Les carnets du sous-sol ? Mémoires écrits dans un souterrain ? Notes d’un souterrain ? Il faut savoir que tous ces titres existent ou ont existé. Dans ses conférences américaines, Vladimir Nabokov avait tranché une fois pour toutes : tout autre titre que « Souvenirs d’un trou de souris », ou à la rigueur « Souvenirs de dessous le plancher », ne peut être que stupide. Mais c’était Nabokov. Quand TransLittérature (No 28, hiver 2005), la revue de l’ATLF, décide de consacrer sa rubrique « Côte à côte » à Dostoïevski, elle choisit ce récit qui ne possède pas de titre canonique en français, « cas celle la rare dans l’histoire des traductions » souligne Hélène Henry dans la présentation de ces « Variations en sous-sol ». Encore les tous premiers traducteurs en 1886 de ce texte de 1864, E. Halpérine et Charles Morice, avaient-ils d’emblée joué cartes sur table en précisant qu’il s’agissait d’une « traduction et adaptation ». L’examen de la première page vient logiquement après celui du titre. En principe, tout se joue dès le début : le ton, la cadence, l’esprit de la traduction. TransLittérature imagina donc de comparer les incipits de cinq versions du long monologue/dialogue qui constitue ces fameux carnets du sous-sol en regard de l’original russe. Mais qu’est-ce qui distingue les deux plus récentes, celle de Lily Denis (1972 repris en GF-Flammarion) et celle d’André Markovicz (1992 repris chez Babel) ? « Le niveau stylistique, plus ou moins relâché, elliptique, vulgaire, voire grossier, autrement dit le rendu, dans son rythme et ses moyens lexicaux, de la « voix parlée » qui porte le texte » observe Hélène Henry. Dans la mesure où le narrateur en crise parle ses notes qu’il a rédigées, une ambiguïté surgit. Pour la résoudre, Lily Denis a alterné le passé simple (plus écrit) et le passé composé (plus oral), privilégiant ce dernier temps chaque fois que l’homme se laisse aller à ses passions ; elle a eu à cœur de respecter ses pléonasmes, ruptures de ton, maladresses, fautes d’usage, impropriétés et répétitions. Surtout les répétitions, d’ordinaire remplacées par des synonymes, ce que ce texte n’aurait pas supporté : « En le soignant trop, on le dénaturerait » estimait-elle ; il est vrai que le ressassement à l’oeuvre dans les séries lexicales qui composent le récit reflète bien la personnalité de l’homme du souterrain et l’atmosphère de son huis clos.

Ce qui n’a pas empêché André Markowicz de reprocher, à ceux qui l’ont précédé dans le rendu de cet auteur auquel il voue un véritable culte, de l’avoir fait apparaître comme un romancier français du XIXème siècle. Il a donc voulu lui restituer ce qu’il juge être sa véritable voix, ainsi qu’il l’annonçait dans son grand projet : « Les traducteurs ont toujours amélioré son texte, ont toujours voulu le ramener vers une norme française. C’était, je crois, un contresens, peut-être indispensable dans un premier temps pour faire accepter un auteur, mais inutile aujourd’hui, s’agissant d’un écrivain qui fait de la haine de l’élégance une doctrine de renaissance du peuple russe ».Comment ne pas interpréter la langue familière, parfois plus grossière que journalistique, d’un tel écrivain ? Aucune traduction n’y échappe, quels que soient la langue et l’auteur, Dostoïevski ne saurait donc s’y soustraire. En s’y attaquant après beaucoup d’autres, André Markowicz reconnaîtra avoir bénéficié d’un double avantage : l’expérience accumulée de tous ceux qui s’y sont frottés avant lui et l’édition complète des Œuvres du maître par l’Académie des Sciences de l’Urss. Au fond, tous ou presque se sont attachés à respecter l’oralité du texte, ses lourdeurs, son chaos poétique ; ils y sont parvenus avec plus ou moins de bonheur, parfois inhibés par la perspective de se voir reprocher par la critique le « mal écrire » de leur traduction alors qu’ils voulaient refléter celui de Dostoïevski ; et de toute façon, cette notion même de « mal écrire » est si française qu’en l’espèce, elle est obsolète car elle juge un écrivain russe au trébuchet de critères qui lui sont étrangers.

Jacques Catteau, maître d’œuvre du passionnant Cahier de l’Herne consacré à Dostoïevski, tient qu’il faut respecter sa langue dans sa rudesse et se brutalité. Mais que de prudence parfois dans l’autojustification comme s’il convenait déjà de se déculpabiliser ! Ainsi Vladimir Pozner, dans sa traduction de 1927 du Journal de Raskolnikov qui sera reprise longtemps après par La Pléiade : « J’ai suivi le plus exactement possible l’édition critique qui en a été publiée en russe par Glivenko. Je n’ai supprimé que quelques variantes, purement grammaticales ou intraduisibles en français, et quelques bribes de phrases dont il m’a été impossible de saisir le sens, même approximatif ; j’ai gardé la ponctuation même lorsqu’elle était défectueuse, et je n’ai fait qu’ajouter ou supprimer quelques alinéas et quelques virgules ; j’ai placé entre crochets la fin de tous les mots que l’auteur avait laissés inachevés ; lorsque je n’étais pas sûr d’en avoir bien compris le sens, je l’ai indiqué par un point d’interrogation ; de même pour les mots dont il m’a été impossible de fixer la terminaison. »

Il faut dire que dans ce texte, la narration passe du « moi » au « lui » de temps en temps, que le prénom du héros est variable et que les noms des personnages sont également variables ! En fait, tout traducteur de L’Idiot par exemple est censé savoir que l’épilepsie en constitue la structure poétique, que différents registres de la langage s’y côtoient et que, comme tous les grands personnages de son oeuvre, celui-ci est autant un homme qu’une vision du monde ; simplement, tous les traducteurs n’ont pas les mêmes moyens pour y parvenir ; certains ne s’autorisent pas toutes les audaces et ne s’accordent pas toujours le degré de folie que réclame la création. Il n’est que de voir les cas de conscience qu’un mot, un seul, peut provoquer chez un traducteur qui peut, dès lors, passer un temps fou à le résoudre. Ou à se résigner à l’impossibilité de le faire vraiment passer en français.

Dans sa préface au Songe d’un homme ridicule et autres récits (Folio), Michel Aucouturier s’attarde sur l’une des perles de ce recueil, une nouvelle intitulée Douce. Revenant sur l’étude psychologique du suicide d’une femme douce, il précise : « Il n’existe pas de mot français qui soit l’équivalent exact de l’adjectif russe « krotkaïa » qui implique certes et la douceur, et l’humilité, et la soumission, mais traduit plutôt ici une idée générale d’acceptation, opposée à celle de révolte ». L’implacable Vlamidir Nabokov a voulu confondre les traducteurs des Possédés qui selon lui se sont faits posséder : lors de la fameuse scène chez Varvara Pétrovna où tous les personnages s’entassent dans la même pièce, des altercations se produisent qu’« ils s’entêtent à rendre par le mot « scandales », induits en erreur par la racine française du mot russe skandal ». Vétille si l’on considère par exemple les problèmes rencontrés par Dominique Arban avec le « seuil » comme thème, motif et concept et les réflexions que cela lui a inspiré : « Le mot porog, en russe, est appliqué à des tourbillons d’eaux se rencontrant en un lieu précis, s’opposant en forces contraires, égales en leur puissance et donc ne pouvant se vaincre - sinon l’un des flots passerait effaçant l’autre, et supprimant ainsi le lieu de leur rencontre, ce porog justement… Si le mot seuil a passé dans la langue russe de la dénotation d’un lieu situé sur la terre ferme à la dénotation d’une rencontre de forces contraires au sein d’un fleuve ou d’un torrent, c’est qu’une analogie a du apparaître très tôt entre le seuil ‘en tant que lieu de passage et le seuil en tant que lieu de conflit ; de même qu’en sens inverse, la représentation tumultueuse du porog liquide a enrichi le terme « seuil » de nouvelles connotations. »

Les meilleures traductions sont aussi celles qui contiennent le meilleur appareil de notes. Pas seulement celles qui font assaut d’érudition, comme nous sommes en droit d’en attendre, mais celles qui creusent les détails. Celles qui sauront identifier un patronyme inconnu de nous comme étant le nom d’une famille de dentistes alors célèbre à Pertersbourg. Ou décrypter une fine allusion au Journal d’un fou de Gogol. Ou retrouver grâce à quelques mots une citation déformée d’un poème de Pouchkine ou l’emprunt d’un vers à un autre de Lermontov. Ou signaler que la confusion entre « prêter » et « emprunter » était courante chez les Russes qui se piquaient de savoir le français. Les notes des traducteurs ont souvent pour objet de justifier un parti pris de traduction autant que d’informer. Ainsi dans l’édition de D. Ergaz de Crime et châtiment pour La Pléiade, à propos de « Hé ! dis donc, chapelier allemand ! » ainsi que Raskolnikov se fait interpeller en raison de son couvre-chef qui jure avec ses loques ; c’est un petit rien qui le fait remarquer ; la note explique qu’étaient baptisés « allemands » des vêtements à l’européenne par opposition à ceux des russes paysans : le mot « allemand » est souvent employé en russe dans le sens d’« étranger ». De même nous est-il rappelé que Raskolnikov tire son nom de celui des Vieux-Croyants (en russe : schismatiques). A la fin, il est question d’un certain Razoumikhine « séminariste à en juger par son nom ». Or « séminariste » ne signifie pas dire ici « futur prêtre » mais « fils de prêtre élève d’un séminaire ». Les familles de prêtre avaient souvent des noms qui décelaient leurs origines (Razoum en russe veut dire raison, bon sens).

On aura compris qu’avec Dostoïevski aussi, avec lui surtout, immense est notre dette de simple lecteur vis-à-vis des traducteurs. Julien Gracq, qui lisait Pouchkine, Tolstoï et Tourgueniev dans le texte à condition de conserver un dictionnaire russe-français à portée de la main, ne s’y était jamais risqué avec Dostoïevski tant celui-ci lui paraissait « beaucoup plus escarpé ». Dostoïevski lui-même s’accordait davantage de liberté dans ses aventures de lecteur si l’on en juge par sa traduction d’Eugénie Grandet…
Publicado por mcmejias