miércoles, 15 de mayo de 2013

Addenda a la entrada anterior



En “Cómo suena la Recherche” consideraba el texto un continuum articulado por los elementos de su sonoridad, pero dejaba fuera de esta descripción el sentido que para Marcel Proust tiene “el sonar” del lenguaje. En realidad tal cosa sólo podría ser intuida si no contásemos con un testimonio precioso (o sobrecogedor) de hasta qué punto la razón estilística de este autor es profunda; sus elecciones rebasan el plano de lo léxico-semántico y de lo meramente eufónico para asentarse en una vivencia holística del lenguaje en que la sonoridad es elemento fundamental del conocimiento. Lo narra Ramón Fernández, amigo del autor, en L´accent perdu,  artículo con que contribuye al Hommage a Marcel Proust. NRF. 1923. Este es el relato.

Cuenta Ramón Fernández como en la alta noche agujereada por los obuses del París en guerra se oye llamar desde el patio de la casa por la milagrosa voz prudente, discreta, abstracta, puntuada, enguatada que parecía formar los sonidos, más allá de los labios, los dientes o la garganta, en las regiones mismas de la inteligencia, de Proust. Despertada la portera, Fernández recibe al amigo que habría tenido que caminar una buena media hora desde su casa y que se excusa prolijamente de tal irrupción a semejantes horas. Solamente la urgencia de solicitarle un favor importantísimo justifica su inoportunidad: necesita oir el sonido de dos palabras.

-¿Podría usted que conoce el italiano, pronunciar en esa lengua la traducción de “sans rigueur”? Inmediatamente, sin pedir explicaciones, pronuncié “senza rigore”con toda la claridad posible.  -¿Sería demasiado pedirle que lo repitiera? dijo con voz dulce y contenida. Una palabra extranjera que no sé pronunciar me produce una especie de angustia. No puedo intuirla, poseerla, no puedo instalarla en mí. Estoy obsesionado por ese “sans rigueur”, ese italianismo que he cometido la tontería de usar en un pasaje, por otra parte sin importancia,  de mi libro, y mi frase con esas palabras que no puedo oir  (1) me hace el efecto de estar en eso que los mecánicos, creo, llaman un bucle. Me resulta casi insoportable. Yo articulé de nuevo “senza rigore”. Él me escuchó con los ojos cerrados sin repetir la palabra que se fue  a resonar en el fondo de su memoria, y me dio las gracias con efusión, como si acabara de hacerle visitar la iglesia de Balbec o San Marcos de Venecia. Luego se marchó………

¿Necesita más comentarios?

1.- Subrayo para señalar el núcleo de mi tesis dentro de esta anécdota divertidísima. De todas formas las incursiones de Proust a horas intempestivas en casa de sus conocidos no eran raras. Como él no dormía de noche no parecía tener conciencia de que los demás sí lo hacían.

miércoles, 10 de abril de 2013

Cómo suena la Recherche

La banda sonora de una escritura es el canto interior del poeta, una de las manifestaciones de su texto. En la lectura silenciosa los contenidos no pasan directamente de la escritura a la inteligencia, pasan a través de los sonidos que, aun virtuales por no pronunciados, son inseparables del significado, son a la vez cauce y forma del sentido en la comunicación mediante palabras.

Enunciado en alta voz o no, el lenguaje verbal es una secuencia sonora, una sucesión coherente de sonidos, silencios y tonalidades, es decir, una melodía que comparte con la música las propiedades de ritmo, armonía, altura e intensidad  (1). Esta acusticidad (llamada convencionalmente “ritmo del lenguaje”) es en la comunicación lingüística un constituyente sobre cuyos valores lingüistas, pensadores y actualmente neurofisiólogos han investigado y teorizado. Groso modo están de acuerdo en que los datos sonoros  del ritmo propio de cada lengua realizan valores significativos o lo que es lo mismo: el sentido de todo texto lingüístico se manifiesta en elementos musicales que colaboran a su significación y los contenidos semánticos se desarrollan, ondulan y se escanden ligados a una musicalidad construida sobre la respiración fisiológica, la estructura distribucional de los grupos fónicos y la naturaleza de los sonidos de cada lengua. El metro de la versificación es el extremo control de esta potencialidad, pero no de naturaleza distinta al ritmo de la prosa o del habla espontánea igualmente basadas en la respiración que impone la alternancia ejercicio/reposo de la verbalización y que se adapta a la modalidad de la frase mediante elementos sonoros de intensidad y altura. Un prosista usa fórmulas de ritmicidad conscientes o personalmente naturales que se manifiestan en la elección de la organización gramatical, las escansiones, las fórmulas de apertura y cierre y los ítems sonoros de su lengua.

Toda realización verbal creativa o receptiva cuenta con la experiencia del ritmo del lenguaje, pero en una lectura diglósica tal cosa presenta problemas. Por muy familiarizado que esté con la lengua que usa el autor ¿en qué lengua lee el hablante de otro idioma cuando se enfrenta, en la insonoridad de un texto escrito, con el sentido sonoro-significativo de la duración articulatoria, el  tempo discursivo, los silencios, los enlaces, las fórmulas, el tono y el timbre de los sonidos? La experiencia rítmico-significativa propuesta por el texto requiere vivir con precisión su lengua, no trasponerla a la música de la propia, como tal vez inconscientemente ese lector hace.

La partitura verbal de la Recherche no es fácil ni para un lector francés. Marcel Proust es consciente de ello. Da importancia al ritmo de su cathédrale de mots  (2) y desea preservarlo; a eso se refiere cuando dice, en más de una ocasión, que desearía que su obra fuera editada en un solo volumen, a dos columnas, sin interlineados de separación de párrafos  (3). Así que es normal en un lector la curiosidad  o el interés por saber cómo se desata y satisface esta experiencia, conocer el modo de sonar del texto en una reproducción material de su medida, su número y su música que no sólo añada al plano de la designación léxico-semántica el plano de la mostración connotativa, sino que lo centre estéticamente. Existen audios y vídeos de lecturas verbales de la Recherche. Muchos. Fieles al texto me he dado cuenta de que su notable diferencia estriba en que son distintas versiones musicales cuyos intérpretes encuentran la mayor dificultad en el fraseo, es decir: en la fidelidad sonora a la organización sintáctica de la frase, de modo que el tiempo fuerte de inicio, el movimiento sucesivo y el final de la cadencia se ajusten a la integridad de la frase y respeten el sentido de la misma.  Conozco una cuidada edición sonora de la obra completa (111 CD) leída por buenos actores. La audición de alguno de sus fragmentos no me ha dado lo que buscaba: la lectura intensifica y escande el texto libremente, prestándole subrayados dramáticos y luchando con el ritmo de las frases interminables, forzándolo o dejándolo hundirse. En otro audio se lee con una vivacidad de andante extraña  al contenido.

El efecto musical de la mayoría de audiciones es el que critica Yves Tádié refiriéndose a la  verbalización que el cine hace adoptar al personaje: .... un acento quejumbroso, su narrador emite una larga melopea doliente, bastante antipática, que me parece falsa. Proust es un héroe viril del pensamiento. Eso se lee en cualquier página de la Recherche. Con gran  coraje va hasta el fondo, hasta donde la mayoría de nosotros no podríamos hacer otra cosa que detenernos. Pero en lugar de percibir esto el gran público podría pensar:¿qué pasa con este tipo que se queja todo el tiempo? (Entrevista a Y.Tadié en BibliObs 01-02-2011)

Es cierto. El continuo fluir del pensamiento en la voz única del narrador tiene velocidad de largo pero la diversidad de motivos semánticos, los incisos, digresiones y leitmotivs  lo construyen con una tensión y variedad que nada tiene que ver con lo débil o lo triste, y eso tiene que percibirse en el ritmo de lectura.

Desde que Internet lo hizo fácil, empecé con entusiasmo a coleccionar registros sonoros de la Recherche. Hace tiempo que dejé de alimentar o depurar esa  playlist. Para mí el modelo del ritmo de la Recherche y la sonoridad que su lengua le presta está en las lecturas que hace Jacques Drillon (no en vano experimentado lingüista y musicólogo). En una sección, llamada Incipit, de Le Nouvel Observateur, Drillon leía el comienzo de obras de su biblioteca. Entre ellos los de algunos volúmenes de la Recherche. Creo que es exacto: el ritmo de la respiración (una respiración orgánica muy personal) domina el flujo musical en que el ritmo lento y la armonía solemne de la altura y la cantidad van construyendo una melodía evocadora que inserta y recrea el pensamiento, el recuerdo y la reflexión sin resaltarlos banalmente  ni confundirlos con languidez y falta de energía. Recojo el Incipit de Le Côté de Guermantes.

INCIPIT par Jacques Drillon. Proust (3) por LeNouvelObservateur

En  la misma fuente están los comienzos de La fugitive (nº 6) y  l´ombre... (nº 2). Vale la pena contrastar este último con el que inserto y ver cómo la melodía es otra cuando en lugar de la reflexión reproduce un intercambio de pareceres.



     1. Aquí es perfectamente aplicable a los elementos sonoros de texto oral esta terminología  del lenguaje musical. Ello no implica que puedan identificarse música y sonoridad del lenguaje verbal: no sólo tienen naturaleza cognitiva distinta, sino unidades y precisiones de estructura diferentes.

2. Por asociación: pedagógicamente a los niños se les explica  la música como un edificio en que el ritmo son los cimientos, la armonía la proporción de los elementos constructivos percibidos simultáneamente, los adornos de la fachada los matices de intensidad  y altura, y el edificio en sí la melodía. Esta simplificación sirve muy bien  para ilustrar el funcionamiento de los elementos sonoros del texto oral.

 3. Recientemente se ha editado la Recherche en un volumen de 2400 páginas, pero no conozco esta edición e ignoro si respeta las demás especificaciones. Creo que no. También supongo que la distribución en dos columnas estaría pensada para evitar el mazacote visual.

Sevilla, abril 2013

miércoles, 27 de marzo de 2013

Agradecimientos y explicaciones


Pues eso. A Tgandara, Montse, Arcoiris y Mónica por sus correos. Sabéis que os contesto personalmente, pero ya es hora de que aparezca reflejado aquí el placer y el interés con que recibo vuestros comentarios. Estimo mucho el esfuerzo de enviarme una comunicación personal. Me gustan vuestras preguntas, aportaciones, elogios y críticas un poco acres (todos tenemos carácter). Demuestran interés por lo que se trata y aprecio por quien lo hace, máxime en una webb como esta, bitácora personal que, abierta a quien interese para lo que sea, no se cuida de motores de búsqueda, reserva de derechos, enlace a redes sociales ni coments a bote pronto. Formáis un club restringido, junto con unos pocos amigos, sufridos parientes y algunos visitantes asiduos o espóradicos. A ellos muchas gracias también. La página certifica pocas visitas (naturalmente) pero más de las que esperaría y, sobre todo, más lejanas en el espacio: los chivatazos estadísticos reflejan unos “verdes” tan extensos que a veces me pregunto si no serán una “gentileza” de Blogger.

La mayor parte de vuestros reparos se refieren a mi monomanía proustiana mi actitud cultural y mi forma de entender la literatura. Os debo una explicación.

Para la monomanía: Proust no es necesariamente mi autor preferido, creo que sólo es fácil tener un favorito si se han leído unicamente tres y no es mi caso. Lo que sí resulta es lo que dicen algunos proustianos: que forma un sustrato mental a través del cual pasa todo lo demás. Yo abuso de eso. Es imposible decir nada nuevo de Proust, ni como escritor ni como persona, pero su riqueza fertiliza toda clase de temas. A mí me sirve de referente para desarrollar un abanico de intereses diversos ya sean las consecuencias de la escritura electrónica, las técnicas de la autoficción o un análisis del erotismo (Pepa, acabo de recibir tu correo al respecto).

En los otros temas recurro a los argumentos de mis abogados

 Para mi actitud cultural:
Vous aimez Proust: vous êtes snobs.
Vous n’aimez pas Proust: vous êtes très snobs.
Vous l’ignorez: vous êtes vraiment très très snobs !


Para mi modo de entender la literatura:
Mientras la lectura sea para nosotros la incitadora cuyas llaves mágicas abren en el fondo de nosotros mismos la puerta de las estancias en las que no hubiéramos sabido penetrar, su papel en nuestra vida es salutífero. Se vuelve peligroso al contrario cuando, en vez de despertarnos a la vida personal del espíritu la lectura tiende a sustituirla, cuando la verdad ya no se nos aparece como un ideal que solamente podemos realizar a través del progreso íntimo de nuestro pensamiento y el esfuerzo de nuestro corazón, sino como algo material, depositado entre las páginas de los libros como una miel elaborada por los otros y que no tenemos más que molestarnos en alcanzar de los estantes de las bibliotecas y degustar luego pasivamente en un reposo perfecto del cuerpo y de la mente. Marcel Proust

Adios, os quiero a todos… y a Proust
Carmen

sábado, 16 de febrero de 2013

Erotismo en À la recherche du temps perdu

En el intervalo de pocos días me ha ocurrido tener dos conversaciones acerca del erotismo en la obra de Proust. Una de mis interlocutoras reflexionaba sobre el sentido de la  restricción que el autor se impone al expresarlo en la obra, la otra, tout court, calificaba el erotismo en Proust como “detestable”. Las dos tienen razón, creo, en el sentido de que la naturaleza del mundo depende de la enunciación personal que cada uno haga del mismo, es decir, la valoración depende de la confrontación de la cosa evaluada (en este caso un núcleo temático interior a la obra y la fijación del programa de los personajes), con la norma  ético-estética del propio lector y con la clase de lectura que  haga.
¿A qué se deben esta insatisfacción y este juicio negativos? ¿Se reprocha al autor la cobardía de no enfrentarse a un juicio social? ¿Se lo tilda de ñoñería? ¿Se le atribuye incapacidad personal para explicar este asunto? o ¿Siente el lector la visión que se le ofrece como una traición a ese universal literario que es el sueño poètico del amor?

El tema es capital, y original, en La Recherche.Vale la pena detenerse a examinarlo.

Convendría tener en cuenta que la naturaleza del erotismo es muy compleja y ofrece zonas inexploradas. Objeto de funcionamiento simbólico  destinado por igual a hacer manifiesta la insuficiencia de la actividad intelectual que construye el mundo que a expresar tendencias irracionales en relación con el deseo, el amor y la belleza, psicológicamente  es una institución vaga que recorre los puntos de una línea de lo exaltado a lo melancólico, de lo turbio a lo claro, de lo moral a la culpa, de la plenitud al nihilismo, de la alegría al miedo, en definitiva: es una expresión privada, intensa, casi egoísta, difícil de descifrar. La expresión del erotismo en el arte  puede enunciar la excitación y placer de los sentidos en el abandono carnal, cualquier cosa que cause placer sensual, ensueños amorosos… Pero sus significados recónditos son muchos y se manifiestan en distinto modo ligados a la época  y la intencionalidad  de un autor. Además son contradictorios de por sí. Autores y receptores ven en el artista un soñador definitivo para el que la imaginación  es fuerza de realización y de salvación a cuyo servicio pone la libertad de espíritu. Los más vitalistas  entienden que soñar no es actuar y que para comprometerse hay que ir hasta el fondo, (¡Si al menos supiésemos cuál es el fondo!... dice M. de Charlus en la búsqueda del placer extremo). (IV.404). Para otro grupo, aunque la obra se base en  la libertad de creación, puede verse lastrada por la contradicción entre libertad y  peso de la realidad personal y social. La actuación del artista, necesariamente, consiste en hallar una síntesis  de estos imperativos.

Dejando aparte lo que de valoración en términos de positivo/negativo tengan las citadas opiniones de lectoras de la obra, es claro que ambas sienten extrañeza por el tratamiento que en La Recherche se da al tema. Entienden que la narración interrumpe los pasajes a él relativos antes de llegar al climax sexual, como rehuyendo explorar a fondo la confrontación del héroe con la temática universal de la pasión. Es cierto que en La Recherche el placer  sexual, la exaltación, nunca es presente, sino presentida en mujeres fugaces, misteriosas por habitantes de un mundo social sólo imaginado, entrevistas desde un tren o a través de la vidriera de una tienda.  La niña que el protagonista hace  subir  a casa y en última instancia despide sin  tener con ella el menor contacto es el ejemplo más crudo de esta contradicción entre el deseo y  su realización. Responsable el autor. Sospechas varias.

De una parte lo social. ¿Teme Proust el efecto escandaloso de su obra? La sociedad francesa estaba preparada para eso y más: Sade es un siglo anterior, Lautreamont una generación, Jean Lorrain contemporáneo, pero es cierto que todos ellos pagaron cruelmente su posicionamiento. Marcel Proust que se jugó su prestigio en el asunto Dreyfus y  en sus críticas a Sainte-Beuve, su defensa de Baudelaire y sus burlas a la sociedad contemporánea, ¿no quiso, jugárselo en este terreno?

¿Hay  timidez al afrontar el tema? Los textos evidencian que no. La exploración del tema y sus manifestaciones va tan lejos como el de cualquiera de los autores citados. Revisa todo el catálogo: el sexo solitario del preadolescente, la primera ilusión amorosa, las manifestaciones sexuales compartidas con Albertine, el sadismo en Montjouvain, el frío masoquismo (1) del burdel de Jupien. Es cierto que no se presentan los elementos negros de Sade o Lautreamont y que seguramente una consideración estética hace a Proust retroceder ante  la descripción del acto sexual  que incluso Georges  Bataille que fue el más explícito y transgresor campeón  del erotismo entre sus  postcontemporáneos considera así:

Nadie duda de la fealdad del acto sexual. Al igual que la muerte en sacrificio, la fealdad del apareamiento sumerge en la angustia. Pero cuanto mayor sea la angustia –según la fuerza de los participantes- más fuerte será la conciencia de sobrepasar los límites que decide un arrebato de placer. Que las situaciones varíen según los gustos y los hábitos no puede impedir que la belleza (la humanidad) de una mujer contribuya a hacer sensible y perturbadora la animalidad del acto sexual. Nada hay más deprimente para un hombre que una mujer en la que no destaque la fealdad de los órganos o del acto sexual. La belleza es importante sobre todo porque la fealdad no puede ser ensuciada y la esencia del erotismo es precisamente la suciedad. Erotismo 1957.
El “buen gusto” prerrafaelista, le beau style, de Proust rechaza  lo escatológico.( El único pasaje de La Recherche en que se usa es muy anecdótico y resulta extrañamente vulgar y ajeno al tono de la obra ) (2).

 La sospecha de que a  Proust no le gustan las mujeres  y que por eso es incapaz de ir más allá en el relato de las relaciones heterosexuales de sus personajes no deja de ser contradictoria con el hecho de que quienes sustentan  esta opinión sean los mismos en sostener que cualquier relación amorosa descrita en su obra es mera transposición de sus relaciones homosexuales.

Si por en medio está la teoría de  Gautier Vignal acerca de la constitución sexual de Proust como si tal cosa le impidiera un conocimiento profundo de la experiencia erótica, (3)  ¿se puede dudar de la cultura, la capacidad de invención la “experiencia imaginaria” de este autor? Ya desde Les Plaisirs et les Jours queda atestiguada su sensibilidad de erotómano, extraordinariamente dotado para describir lo sensual..

Hay insensibilidad emocional en el abordaje del tema? Puede parecer así, pero el texto del aseo de Combray niega la frialdad insensible. Lo que realmente ocurre es que el tema va evolucionando con la madurez del personaje a lo largo de la obra y  la exploración de la pasión es sometida a un análisis profundo y extenso (se nota en los largos incisos que, para no hacerla interminable, señalo en la versión textual)

Parecen sospechas fragmentarias y poco consistentes. El examen de alguno de los pasajes de la obra de Proust tal vez pueda aclararlo. Vengamos a textos concretos.


1. Proust no utiliza el término masoquismo. En algún sitio de este blog queda dicho lo escaso e impreciso del vocabulario de las perversiones sexuales en su época.
2. Se trata de una anécdota que cuenta el ascensorista del hotel de Balbec a propósito de lo que hace su hermana cuando deja un hotel de lujo.
3. Ver artículo Un proustiano que no proustifica de este blog.


I. El planteamiento.

No es  preciso buscar mucho para encontrar en La Recherche una explicación de la consciencia de lo antedicho. Tomemos aquí la que se da en el pasaje de la lechera adolescente que Françoise con estupendos modales de celestina lleva a la habitación del héroe

.…estaba revestida para mí de ese encanto de lo desconocido que no tendría una preciosa jovencita encontrada en  esas casas, que antes llamaban “casas cerradas” , donde ellas nos esperan. No estaba desnuda ni disfrazada, era una lechera auténtica, de esas que uno imagina tan bonitas cuando no tiene tiempo de acercarse a ellas, era un poco de lo que constituye el eterno deseo [……] Si se quisiera reducir a una fórmula la ley de nuestras curiosidades amorosas, habría que buscarla en el máximo de separación entre una mujer entrevista y una mujer entregada, acariciada [………] si las cocottes mismas (a condición de que sepamos que lo son) nos atraen tan poco no es porque sean menos bellas que las demás, es que están predispuestas, que lo que uno quiere alcanzar ellas lo ofrecen desde el primer momento. La distancia está en el mínimo: una prostituta nos sonríe en la calle como lo hará cuando esté a nuestro lado. Somos escultores: queremos obtener de una mujer una estatua completamente distinta de la que ella nos presenta. Entre la vendedora, la planchadora entregada a su trabajo y esta misma chiquilla que va a convertirse en nuestra amante la separación está al máximo, tensa hasta sus límites extremos [……] una vez en nuestros brazos ya no son lo que eran, la distancia que soñábamos franquear ya no existe. La primera cita se sabe que será el desvanecimiento de una ilusión. No importa, mientras la ilusión dure se intenta convertirla en realidad. Pero la curiosidad amorosa es como la que excitan en nosotros los nombres de países lejanos, siempre decepcionada renace y sigue siendo insaciable [……] una vez cerca de mí la joven lechera de mechones rizados despojada de imaginaciones y deseos, quedó reducida a ella misma, la niebla temblorosa de mis suposiciones ya no la envolvía. (tras una digresión de 4 páginas, dedicada al recuerdo de Albertine, el personaje despide a la chiquilla con fastidio y una propina  )…la empujé hacia la puerta, necesitaba estar solo. La Prissonnière. III. 648

Importa observar que la narración que comienza centrada en el sujeto “yo” enseguida pasa a las formas impersonales que le dan forma de enunciación de una ley general. 

II. El huevo de la serpiente

La Rochefocault dice que únicamente nuestros primeros amores son involuntarios. Igual ocurre con esos placeres solitarios que más tarde sólo nos sirven para engañar la ausencia de una mujer, para figurarnos que “ella” está con nosotros. Pero a los doce años, cuando subía a encerrarme por primera vez en el retrete que estaba en el último piso de nuestra casa de Combray, en el que colgaban ristras de semillas de iris (1), lo que buscaba era un placer desconocido, original que no pretendía ser la sustitución de otro.

Para tratarse de un aseo era una habitación bastante grande. Se cerraba perfectamente con llave, pero la ventana estaba siempre abierta y dejaba pasar un arbusto de lilas que había brotado sobre el muro exterior y metía su cabeza perfumada por la ventana entornada. Allá arriba, en lo más alto de la casa, estaba absolutamente solo, pero esta apariencia de estar al aire libre añadía una turbación deliciosa al sentimiento de seguridad que los sólidos cerrojos daban a mi soledad. La exploración que hice entonces en mi mismo en busca de un placer que no conocía, no me hubiese producido más conmoción, más espanto, si se hubiera tratado de autopracticar a mi propia médula y a mi cerebro una operación quirúrgica. A cada instante creía morir. ¡Pero qué importaba! Mi pensamiento exaltado por el placer se percibía con claridad como más vasto, más potente que el universo que veía a lo lejos por la ventana, en cuya inmensidad y eternidad  pensaba habitualmente con tristeza  que yo no era más que una partícula efímera.  En ese momento, por muy lejos que las nubes se hincharan encima del paisaje yo notaba que mi espíritu iba todavía más lejos, no estaba completamente lleno por él, aún quedaba algo de margen. Sentía la mirada poderosa contener en mis pupilas como simples reflejos sin realidad las hermosas colinas redondeadas que se levantaban como senos a ambas orillas del río. Yo lo contenía todo, yo era más que todo ello, yo no podía morir. Por un instante recobré el aliento. Para sentarme sobre el retrete sin ser molestado por el sol que lo calentaba, le dije: -¡Quítate de ahí, pequeño, que me pongo yo!, y tiré de la cortina de la ventana, pero la rama de lilo impedía cerrarla. Al fin, se elevó un chorro de ópalo en impulsos sucesivos […………] (2) En ese momento sentí como una blandura que me rodeaba. Era el perfume de las lilas que en mi exaltación había dejado de percibir y que volvía a mí, pero un olor acre, un olor de savia se le mezclaba como si hubiera roto una rama, sin embargo sólo había dejado sobre el follaje un rastro plateado como el de esos hilos de telaraña flotantes que llaman hilos de la Virgen, o el rastro de un caracol. Pero sobre aquella rama me parecía el fruto prohibido del árbol del mal. Y como los pueblos que dan a sus divinidades formas inorgánicas, fue bajo la apariencia de aquel filamento de plata que se podía extender casi indefinidamente sin verlo terminar y que yo tenía que sacar de mí mismo yendo a la inversa de mi vida natural, como desde entonces y por algún tiempo  me representé el diablo. 

 1.    las semillas de iris se utilizaban como desodorante ambientador. En otros textos habla de “rizomas de iris”
2.    a sucesivos sigue una comparación con el surtidor de St. Cloud y su representación  en el cuadro de Hubert Robert, pero no debió gustarle esta digresión y la abandona sin terminar dejando una laguna en el manuscrito. No hay que olvidar que Contre Sainte-Beuve es una recopilación de textos varios no publicados en vida de Proust

Marcel Proust. Contre Sainte-Beuve. Cap. I Sommeils. Texto establecido por Bernard de Fallois. Gallimard. Col. Folio essais. 2010

Un empeño laborioso pero muy interesante sería seguir la evolución constante de estos textos erótico-amorosos a lo largo de las remodelaciones que se les aplican a lo largo de la composición de la obra. Simplificando podemos decir que van siendo objeto de una depuración en la que los elementos sentimentales e ideológicamente burgueses desaparecen sustituidos por la idea y la reflexión en que la sensación personal cede a un análisis de validez general para la condición humana.
 Como ejemplo, he aquí el texto anterior tal como aparece reducido a breve evocación en Du côté de chez Swann. I. 156

… cuando en lo alto de nuestra casa de Combray, en el cuartito perfumado de iris veía sólo su torre [del castillo] en medio del cuadrado de la ventana entreabierta, mientras que con las vacilaciones heroicas del viajero que emprende una exploración o del desesperado que se suicida, desfalleciente, me franqueaba en mi mismo una ruta desconocida que creía mortal, hasta el momento en que una huella natural como la de un caracol se añadía a las hojas del grosellero silvestre que se inclinaba hacia mi.

II El diablo se asoma por el ojo de la serpiente.

Antes de que Albertine me hubiera obedecido quitándose los zapatos, yo entreabría su camisa. Los dos pequeños senos erectos eran tan redondos que, más que formar parte de su cuerpo, parecían haber madurado como dos frutos, y su vientre (disimulando el lugar que en el hombre se afea como un gancho que queda clavado en una estatua mutilada) se cerraba en la unión de los muslos con dos valvas de una curvatura tan suave,  tan reposada, tan claustral como la del horizonte cuando el sol ha desaparecido. Se quitaba los zapatos y se tendía junto a mí [……] anudaba los brazos detrás de sus cabellos negros, la cadera enarcada, la pierna caída en una inflexión de cuello de cisne que se alarga y se repliega para volver sobe sí mismo. Lo malo era que cuando estaba completamente de costado presentaba un cierto aspecto de su rostro (tan dulce y bello de frente) que yo no podía soportar, ganchudo como ciertas caricaturas de Leonardo que parecen revelar la maldad, la avidez y la malicia de una espía cuya presencia junto a mí me habría horrorizado y que este perfil parecía desenmascarar. Enseguida cogía con las dos manos el rostro de Albertine y lo volvía a poner de frente. [……] instantes dulces, alegres,  inocentes en apariencia y en los que se acumula, sin embargo la posibilidad del desastre. Eso es lo que hace de la vida amorosa  la de mayores contrastes, una vida en que la lluvia imprevisible de fuego y pez cae tras los momentos más alegres  y, que sin haber tenido el valor de sacar la lección de la desdicha, reedificamos enseguida en los flancos del cráter que inevitablemente vomitará el desastre. La Prisonnière  III. 587

III. Penetrando en una estancia secreta.

... me había tendido a la sombra y dormido entre los matojos del talud que domina la casa, en el mismo sitio donde había esperado a mi padre una vez que fue a visitar al señor Vinteuil. Era casi de noche cuando me desperté y vi a la señorita Vinteuil [……] que seguramente acababa de regresar, frente a mí, a pocos centímetros. [……]. La ventana estaba entreabierta, la lámpara encendida. Yo veía todos sus movimientos sin que ella me viese pero si hubiera intentado marcharme habría hecho ruido, ella me habría oído y podría creer que me había escondido allí para espiarla. Vestía de luto riguroso porque su padre había muerto hacía poco. [……]
Al fondo del salón de la señorita Vinteuil, sobre la chimenea, había un pequeño retrato de su padre que cogió en cuanto sintió el ruido de un coche que se acercaba por la carretera. Rápidamente se arrojó sobre un canapé y acercó una mesita sobre la que colocó la fotografía. [……] Enseguida entró su amiga. La señorita Vinteuil la recibió sin levantarse; con las manos detrás de la cabeza se retrajo sobre el borde opuesto del sofá como para hacerle sitio, pero enseguida se dio cuenta de que así parecía imponer a la otra una actitud que tal vez le era inoportuna [……] Se levantó fingiendo querer cerrar la ventana sin conseguirlo.
-Déjala abierta de par en par, dijo su amiga, yo tengo calor.
- Pero es fastidioso, pueden vernos, respondió la señorita Vinteuil.
Sin duda adivinaba que su amiga notaría que lo decía sólo para provocar la respuesta que deseaba oir, pero que por discreción quería dejarle la iniciativa de pronunciar.[……]
-    Cuando digo vernos, quiero decir vernos leer. Es molesto, por insignificante que sea lo que una haga, pensar que hay ojos que miran.
-    Sí, muy probable que nos vean a esta hora y en este campo tan frecuentado, dijo irónicamente la otra. Y qué si nos ven? Sería aún mejor [……]
La señorita Vinteuil se levantó y se estremeció. Su corazón escrupuloso y sensible ignoraba qué palabras debían adaptarse espontáneamente a la escena que sus sentidos deseaban. [……]
-    Me parece que usted tiene unos pensamientos muy lúbricos esta noche, señorita, terminó por articular.
La señorita Vinteuil sintió que su amiga robaba un beso en el escote de su corpiño de seda, lanzó un chillido, huyó y las dos se persiguieron haciendo revolotear como alas sus anchas mangas y piando como dos pájaros enamorados hasta que la señorita Vinteuil terminó por caer en el sofá cubierta por el cuerpo de su amiga. Pero esta daba la espalda al velador en que estaba la fotografía del profesor de piano. La señorita Vinteuil comprendió que su amiga no la vería si no atraía sobre ella su atención, así que, como si acabase de darse cuenta dijo:
-    ¡Oh! Este retrato de mi padre que nos mira, no sé quién lo habrá puesto aquí, he dicho veinte veces que este no es su sitio.
La fotografía sin duda les servía habitualmente para sus profanaciones rituales, pues su amiga le respondió con las palabras que debían formar parte de sus respuestas litúrgicas:
-    Déjalo, que no está ahí para fastidiarnos. Tú crees que gimotearía y querría echarte encima tu abrigo si te viera así y con la ventana abierta, el mono asqueroso?
La señorita Vinteuil respondió con palabras de dulce reproche (-Vamos, vamos) que manifestaban su naturaleza bondadosa, no la indignación que hubiera podido causarle semejante manera de hablar de su padre [……] sino que eran como un freno que, para no mostrarse egoísta, ella misma ponía al placer que su amiga trataba de procurarle. Además esta moderación sonriente al responder a tales blasfemias, este reproche hipócrita y tierno quizá parecía a su carácter franco y bondadoso una manera particularmente infame, una forma dulzarrona de la perversión que intentaba mostrar. Pero no pudo  resistir la atracción del placer que experimentaría de verse tratada con cariño por una persona tan implacable para con un muerto indefenso; saltó sobre las rodillas de su amiga y le ofreció castamente la frente para que la besara como si fuese su hija, sintiendo así las dos con delicia que iban hasta el extremo de la crueldad robando al señor Vinteuil, hasta en la tumba, su paternidad [………]
- ¿ Sabes lo que me apetece hacerle a este vejestorio? Dijo la amiga cogiendo la fotografía, y murmuró al oído de la señorita Vinteuil algo que no pude oir
-¡ Oh! ¡No te atreverás!
- ¿Que no me atreveré a escupirle encima? ¿A esto? dijo la amiga con una brutalidad voluntaria.
No oí más porque la señorita Vinteuil con un aire cansado, diligente, honesto y triste se levantó a cerrar la ventana, pero ahora ya sabía yo lo que por todos los sufrimientos que a lo largo de su vida el señor Vinteuil había soportado por su hija, tras su muerte, recibía de ella como pago.
Y sin embargo pensé que si el señor Vinteuil hubiera podido asistir a esta escena, tal vez no hubiera perdido la confianza en el buen corazón de su hija y quizás no se equivocara.
Ciertamente en el comportamiento de la señorita Vinteuil la apariencia del mal era tan completa que hubiera sido difícil encontrarla realizada con tal grado de perfección más que en una representación sádica; es a la luz de las candilejas de los teatros canallas, más que bajo la lámpara de una casa de campo auténtica, donde puede verse a una hija hacer que su amiga escupa sobre el retrato de un padre que sólo ha vivido para ella. Y es que apenas hay otra cosa que el sadismo que dé fundamento, en la vida, a la estética del melodrama.  Du côté de chez Swann. I.157/161 


 Esta escena lesbo-sádica es la única de La Recherche en que interviene Mlle Vinteiuil (hasta entonces sólo aludida como hija del músico) pero es un pasaje seminal en la obra. El mismo autor lo subraya más adelante:  en este atardecer lejano de Montjouvain, escondido tras un matorral yo había dejado peligrosamente ampliarse en mí la vía funesta y destinada a ser dolorosa del Conocimiento. 

IV ¿Qué mira este voyeur?

Resumo esta secuencia larguísima (páginas de 387 a 412) de las escenas en el burdel para hombres de Jupien, dando únicamente los fragmentos concretamente referidos al episodio masoquista. El narrador, que participa sólo a título de observador casual, se extiende más  en la descripción del ambiente y los participantes que en la del acto masoquista mismo. Filosóficamente es la tentativa más extrema de alcanzar el placer y la que más demuestra su imposibilidad. Que todo sea falso, conniventemente falso, se obvia por los participantes. La relación erótica despojada de accidentes afectivos, es la busca del conocimiento abstracto del placer. Intento fracasado porque el objeto  indagado también se revela inalcanzado o inalcanzable  por esta vía. Narrativamente el pasaje sirve para hacer un catálogo extraordinario de la fauna social que interactúa en el burdel: clientes, todos personas importantes, la mayoría ya mencionados en la novela sólo como personajes del gran mundo, cuya insospechada perversión se descubre aquí y muchachos sin educación, pero no lumpen, de sentimientos normales, que tranquilamente ganan un buen dinero con esta comedia. Junto a reflexiones profundas los rasgos característicos de la ironía proustiana y dinámica de comedia de enredo.

El narrador camina desorientado por el Paris nocturno y sin luz de la guerra. Para descansar y calmar la sed  entra en un hotelito iluminado del que ve salir un oficial que parece St. Loup. Dentro hay un grupo de soldados y obreros que mantienen una conversación sobre el frente de guerra.
 La banalidad de estas conversaciones me quitaba la gana de ir más adentro y dudaba entre penetrar o marcharme cuando fui sacado de mi indiferencia por estas frases que me sobresaltaron:
-    ¡Qué raro! El patrón no vuelve, caramba, a estas horas no sé dónde va a encontrar cadenas.
-    Pero es que el otro ya está atado
-    Atado, desde luego, pero lo está y no lo está. Si yo estuviera atado así podría desatarme perfectamente.
-    ¡Pero el candado está cerrado!
-    Ya sé que está cerrado, pero puede abrirse, lo que pasa es que las cadenas son cortas ¿Tú vas a explicarme a mí cómo es el asunto? Yo le he pegado toda la noche pasada hasta que la sangre me corría por las manos.
-    ¿También serás tú quien le pegue esta noche?
-    No. Yo no, será Mauricio. A mí me tocará el domingo, el patrón me lo ha prometido.
[……] Un crimen atroz iba a cometerse allí si no se llegaba a tiempo de detener a los culpables. Sin embargo todo en esta noche tranquila y amenazada tenía una apariencia de cuento, de sueño y así fue como a la vez con una valentía de justiciero y una voluptuosidad de poeta, entré decididamente en el hotel.


 El patrón (en realidad un testaferro de Jupien, regente a su vez del establecimiento cuyo verdadero propietario es Charlus) vuelve cargado con un rollo de cadenas.

Le dije que quería una habitación
-    Sólo para unas horas. No he encontrado coche y me siento un poco enfermo. Y querría que me llevasen algo para beber.
-    Pierrot, vete a la bodega a traer cassis (1). Di que preparen la 43. La 7 está llamando otra vez. Dicen que están enfermos. ¡Enfermos, figúrate!. Están tomando cocaína, tienen pinta de estar grillados. Hay que ponerlos de patitas en la calle. ¿Habeis puesto sábanas en la 22? Bueno, la 7 otra vez. Voy a ver. Vamos, Mauricio, ¿qué haces ahí? Sabes que te esperan. Vete a la 14 bis. Date prisa [……]

Enseguida subí a la habitación 43 pero la atmósfera era tan desagradable y mi curiosidad tan grande que, tomada mi bebida, bajé la escalera pero  presa de otra idea la volví a subir y rebasado el piso de la habitación 43 fui hasta arriba. De pronto, de un cuarto aislado al final de un pasillo me pareció que venían gemidos sofocados. Fui rápidamente en esa dirección y pegué el oído a la puerta.
-    ¡Te suplico!. ¡Gracia, gracia, piedad, desátame, no me pegues tan fuerte – decía una voz-. Te beso los pies, me humillo, no lo haré más, ten piedad!
-    ¡No, crápula, -respondía otra voz-, y ya que chillas y te arrastras de rodillas voy a atarte a la cama, nada de piedad! Y oí el chasquido de unos zorros, probablemente guarnecidos de clavos, porque fue seguido de gritos de dolor.
Entonces me di cuenta de que la habitación tenía un ojo de buey lateral al que habían olvidado echar la cortina. A paso quedo en la oscuridad me deslicé hasta el ojo de buey y allí, encadenado sobre un lecho como Prometeo a su roca, recibiendo los golpes de unos zorros efectivamente erizados de clavos que le infligía Mauricio, todo ensangrentado y cubierto de equimosis que probaban que el suplicio no se aplicaba por primera vez, vi, delante de mí, al Señor de Charlus.
De pronto se abrió la puerta y entró alguien que por suerte no me vio. Era Jupien. Se acercó al barón con actitud de respeto y sonrisa cómplice.
-    Y bien, ¿me necesita para algo?
El barón rogó a Jupien que hiciera salir a Mauricio un momento. Jupien lo echó fuera con la mayor desenvoltura.
-    Pueden oírnos? Preguntó el barón. Jupien dijo que no [….…]
-    No quería decirlo delante de este chico que es muy amable y hace lo que puede, pero lo encuentro poco brutal. Su cara me gusta, pero me llama crápula como si recitase una lección.
-    ¡Oh, no!. Nadie le ha enseñado nada. -Y sin darse cuenta de lo inverosímil de su afirmación- ¡Incluso está comprometido en el asesinato de una portera de La Villette.!
-    -¡ Ah! Muy interesante, dijo sonriendo el barón.
-    Pero precisamente tengo al matarife de bueyes, el de los mataderos, que se le parece. Ha venido por casualidad. Quiere probar?
-    Ah! Sí, encantado
Vi entrar al hombre de los mataderos, en efecto se parecía un poco a Mauricio, pero lo más curioso es que los dos tenían algo de un tipo que personalmente no había percibido antes pero que me di muy bien cuenta que existía en el rostro de Morel [……] Cuando rescaté de mis recuerdos los rasgos de Morel, ese esbozo que podía representarse en otro, me di cuenta de que estos dos jóvenes (uno aprendiz de joyero, otro empleado de hotel) eran sucedáneos de Morel. ¿O había que concluir que el señor de Charlus, al menos en una cierta forma de sus amores, era siempre fiel al mismo arquetipo y que el deseo que le había hecho escoger uno tras otro a estos dos jóvenes era el mismo que le había hecho parar a Morel en el andén de la estación de Doncières, que, en realidad, a lo que los tres se parecían un poco era al efebo cuya forma tallada en el zafiro que eran los ojos del Señor de Charlus daba a su mirada aquello tan particular que me había asustado el primer día en Balbec. Le temps retrouvé. IV.387/397


1. cassis,  licor de grosella


Es interesante observar cómo en la obra el  tema progresa hacia su sentido con el desplazamiento del punto de vista: el narrador es, sucesivamente, protagonista, participante, observador empático y observador escéptico y cada punto de observación tiene su color y recibe tratamiento literario diferente.

Para concluir. 

La idea expresada en  la última frase del fragmento anterior concentra el sentido del tema: la consciencia empírica de que el amor físico no puede saciar algo que pertenece a la naturaleza  del alma del individuo. El dolor de la búsqueda, la consciencia del fracaso, van modificando el discurso sobre la realidad en el desarrollo de la obra y  preparando  la tesis final, explícita, de que no es en el amor, las distracciones o la amistad donde el individuo humano puede hallar su realización y que el coraje para conseguirla consiste en liberarse de la tiranía de los obstáculos exteriores cuya violencia sufrimos dolorosamente.

 

Cuál sea el posicionamiento de Proust al respecto de la línea psicológica mencionada al principio se puede ver en su obra. En las antítesis señaladas la expresión del erotismo sexual en La Recherche se sitúa en los puntos de lo melancólico, turbio, culpable y nihilista.

 Proust en la correspondencia  advierte a sus editores y amigos que la obra que está escribiendo es licenciosa, escandalosa, “pas facile à être publiée”. Cuando dice esto se refiere al tema de la homosexualidad. Sin embargo estas confidencias parecen un artificio para llamar la atención porque a lo que él  realmente se dedica es a ahondar, lejos de toda superficialidad, en  el análisis del individuo enfrentado a la realización erótico-amorosa, independientemente de quienes sean sus participantes. Tal vez el lector decepcionado buscaba en La Recherche lo que no hay porque su autor eligió no incluirlo. Cierto es que el torcedor del erotismo proustiano es el tema de la sexualidad y eso caracteriza la frustración  de los escarceos del protagonista con Gilberte, la relación íntima con Albertine, la escena sádica de Montjuvain o el artificioso masoquismo del burdel de Jupien, pero el verdadero tema es la exploración del valor ontológico de la pasión, y los textos, un poco a manera de exempla, lo que persiguen es mostrar la inutilidad frustrante de esta vía. Ese es el tema. Proust no elude la expresión física  de lo sexual, pero ésta no desemboca en el placer, sino en la insatisfacción de no alcanzar a través de ella lo absoluto. No se centra más en la descripción de la actividad carnal por carencia de datos, sino porque le interesa otro sentido, que resuelve con el tratamiento que vemos en los textos: el discurso se centra sobre sí mismo, el placer se convierte en conocimiento y la imaginación se dispara hacia evaluaciones y consideraciones morales de cómo podía haber sido lo que no es. Y ello muy especialmente en La Recherche.

Sevilla, febrero 2013

domingo, 20 de enero de 2013

Hommage à Marcel Proust



Posiblemente quienes conocen Proust.Notas  crean que poseo una nutrida biblioteca sobre mi autor de referencia. No es así. Mi interés por los textos de Proust es personal, me intereso más en perfeccionar su conocimiento que en valoraciones que ejerzan condicionamientos previos. Fuera de esta bibliografía, en aparataje crítico, sólo lo fundamental de los fundamentales. Selecciono mucho y descarto agotarme en  el corpus, de verdad casi infinito, de sus comentaristas para entrar en bucles del tipo "comentar lo comentado por Walter Benjamin".  Tampoco tengo madera de coleccionista ni de bibliómana. Cosa distinta es que me guste ejercitar un poco de fetichismo en búsquedas muy personales y sin prisa o dejarme sorprender por hallazgos casuales en fuentes no necesariamente canónicas.

La prensa es una de ellas, sobre todo en autoridades de máxima  confianza ¿Qué no deberé yo a los artículos de Pierre Assouline o Víctor Gómez Pin?

Alertas  para francés y español me informan de cualquier aparición de la etiqueta Proust en el mundo digital, me mantienen al día en publicaciones y actividades sobre el tema y me proporcionan enlaces de interés. En contenidos me dan menos rendimiento: pocos resultados se relacionan con lo que me interesa; la mayoría son verdaderas locuras de opinión y valoración, vertidas con mucho aplomo y pocos conocimientos en blogs, o incluso en medios que debieran ser más responsables. Algunas son francamente divertidas y merecerían coleccionarse en una antología del disparate.

A veces me regalan algún libro sólo porque aparece en el título el nombre de “mi” autor. Los leo. Es raro que no encuentre  en ellos un dato desconocido u opiniones  bizarras que me llevan a cuestiones colaterales.

Casi todo lo que tengo en esta periferia responde a una cadena de sorpresas o deseos al fin satisfechos o indefinidamente demorados. ¿Llegaré alguna vez a ver (su posesión imposible no es objeto de deseo) uno de los ejemplares de la edición "de luxe" de  À l´ombre… con su cubierta blanca, de la que en 1920 se editaron, ¡a 300 francos!, 50 ejemplares de los cuales se conservan 11? Harto improbable, pero me encantaría. Es decir, a veces se abre en mi subconsciente  una interrogación que quiere ser cerrada: un deseo

 Como ejemplo, la historia de mi ejemplar del Hommage à Marcel Proust.La Nouvelle Revue Française.París 1923.

En 2001, visitando un establecimiento de libro antiguo en el corazón del Midtown neyorquino un amigo sabio conversaba de cosas de bibliófilo con una persona de la librería. Me tradujo -es terrible: no hablo inglés- que por ese establecimiento había pasado un original del Hommage à Marcel Proust, libro del que entonces yo no tenía noticia, pero que quedó en mi memoria asociado a una  curiosidad por el objeto mismo.

Como todo el mundo, de vez en cuando, ojeo sin propósito definido bouquinistes y ofertas  de segunda mano y el pasado septiembre  encontré la de  un particular francés que vendía: Hommage à Marcel Proust. Facsimil  photomecanique de l´édition 1923. Broché. Très bon état.

Las excitaciones personales de quien esto escribe importan un bledo a cualquier lector, naturalmente, pero esta fue intensa. Y como este blog es casi autista, o eso me reprocha un visitante ocasional decepcionado por la falta de mecanismos de coment, enlaces y lista de páginas amigas, pocos me criticarán la confianza, así que me permito evocar la impaciencia, la expectación y el placer que debo a esta adquisición.

El día que me llegó el envío, de camino a la oficina de Correos donde debía recogerlo, recuerdo haber pretextado una cita urgente para no detenerme con una persona conocida. Una terracita al lado mismo de la oficina, un café, un delicioso solecito en la espalda y el envoltorio deshecho…

Sí, Très bon état!  Nuevo. Si acaso una ligera pátina. Una reproducción preciosa. Conserva, incluso, la etiqueta de librería con el precio en francos y lleva la nota de edición: Il a été tiré 30 exemplaires sur papier du Japon, dont 3 hors-commerce, numerotés de I à III, et 27 numerotés de IV à XXX, 330 exemplaires sur papier pur fil Lafuma, dont 10 hors- comerce, marqués de A à J et 320, numerotés de I à320. Esta tirada más popular es  la que reproduce mi ejemplar. No tiene número, pero sí papel de hilo.

Examiné el resto de los detalles bibliográficos, el índice de artículos, el elenco de contribuyentes franceses  e internacionales -Ortega entre ellos-  y me entregué a una lectura oblicua de los contenidos. Debí estar allí unas dos horas de reloj y varios cafés, (menos de los que hubiera tomado Proust). Pero el caso es que cuando después leí el libro con la necesaria calma, me sorprendió mucho la precisión alcanzada por aquella lectura ansiosa. ¡Qué cosa el tiempo y la hiperestesia emocional!

He vuelto a caer en lo personal: me había puesto al teclado para escribir una reseña de este libro, pero he descarrilado. Quede para una próxima ocasión.

Sevilla, enero 2013