miércoles, 16 de abril de 2014

Off topic. Zola. V.



1.  A dios lo que es de dios, al césar lo que es del césar.
Zola es quien impone en literatura el término “naturalista” a partir de los años 80 del XIX, término que había pertenecido hasta entonces al vocabulario científico y filosófico pero, si es cierto que él canoniza el naturalismo como escuela, no puede confundirse la tendencia con el autor de los Rougon-Macquart  y de Le Roman experimental. Aunque Zola lo naturalice dotándolo de un propósito y de  una poética definida, no sólo el terreno estaba perfectamente abonado, incluso la idea había sido claramente formulada mucho antes. En el siglo XVI el término  naturalista designa al estudioso de la historia natural, y en la segunda mitad del XIX empieza a aplicarse a la pintura. En 1863 el crítico de arte Castagnari sugiere la emergencia de una “escuela naturalista”  para la que el arte es la expresión de la vida bajo todos sus aspectos y sus grados y cuyo único fin es reproducir la naturaleza llevándola al máximo de su potencia y su intensidad: el arte equilibrándose con la verdad de la ciencia.
 
Estrictamente tampoco el naturalismo en literatura empieza ni  termina con Zola.  En Francia hay una fase preparatoria a partir, aproximadamente, de 1865, con los Goncourt y Flaubert, una segunda etapa, central, en que Zola y su grupo de Médan formalizan los principios del arte naturalista y lo presentan en sociedad  correspondiéndose con una oleada de novelas publicadas  regularmente entre 1869 y 1893. Y un tercer tiempo  que,  a partir de 1900, marca la extensión de la estética y la ideología naturalistas a escala occidental. Unos ejemplos: Entre 1879 y 1885 Ibsen con Casa de Muñecas en Noruega, Strindgberg en Suecia con El cuarto rojo,  Pérez Galdós en España con La desheredada, Giovanni Verga con Los Malavoglia en Italia, coinciden con los primeros pasos del movimiento en Francia. En el comienzo mismo del siglo XX, en Norteamérica Theodore Dreyser con La hermana Carrie, (1900), en Alemania,  Thomas Mann con Los Buddembrook  (1901), Chejov,  en Rusia, con El huerto de los cerezos  (1904),incorporan principios naturalistas que, ya más como tendencia que como programa, convivirá con otras  hasta la segunda  guerra mundial.

 En Francia el punto alto de la curva señalado por Germinal, fue inmediatamente seguido por una reacción antinaturalista, porque si en la Francia de finales del XIX la etiqueta Realismo ya había tenido el rechazo de los círculos sociales más o menos letrados, nada digamos de su exacerbación, el Naturalismo. La escuela lanzada por Zola fue un verdadero escándalo. Seguido con entusiasmo unos años por una generación joven, incluso esta se le revuelve: tras la publicación de La Terre  un grupo de escritores, entonces debutantes, que se venían reclamando discípulos  del maestro naturalista lanzan en primera página de Le Figaro no una crítica ni un artículo, sino todo un manifiesto de anatema contra Zola en que no dejan títere con cabeza: la persona, la idea, el trabajo, el estilo, los personajes… todo lo fulminan violentamente. Conocido como el Manifiesto de los cinco o Manifiesto antinaturalista, es un clásico arrebato juvenil. En realidad los cinco firmantes no tenían ninguna proximidad personal con el autor ni con su círculo de Médan, no habían producido todavía nada notable como autores y cuando con el tiempo adquirieron unos talento y otros renombre debieron arrepentirse de su exabrupto juvenil, uno de ellos incluso llegó a disculparse por carta con Zola a quien el Manifiesto le importó tan poco que ni se dignó a contestar. Aunque en los medios literarios causó un cierto revuelo, fue una más de aquellas piedras que dice Edmond Lepelletier: Todas las piedras que se tiran a un escritor terminan por constituirle un pedestal sobre el que se iza naturalmente y desde el que domina a la multitud. Llega un momento en que las piedras ya no lo alcanzan, está demasiado alto, en vez de lapidado resulta glorificado y es imposible ignorarlo.

 De todas formas es un síntoma del estado de la cuestión. Aunque  la evolución de la estética y el pensamiento propiciaran el cambio, a la sociedad, incluso intelectual, le cuesta aceptarlo. Jozef Kzapsky (1896/1993) describe el panorama en que la nueva tendencia se inscribe y las fricciones de la transición: ...el Manifiesto Antinaturalista de los discípulos de Zola data del año 1889, y la reacción antinaturalista alcanza al jefe mismo de ese movimiento; es el momento de la escuela simbolista, con Mallarmé, profesor del liceo frecuentado por Proust, como jefe, y Maeterlinck que alcanzaba un éxito mundial. Los años 1890-1900 son el triunfo del impresionismo, el gusto por los primitivos italianos a través de Ruskin, la ola de wagnerismo en Francia, la época de las búsquedas neoimpresionistas que, desarrollando ciertos elementos del impresionismo, contradicen al mismo tiempo su esencia estrictamente naturalista. En música, se dan a conocer Debussy y su obra, paralela a las tendencias neoimpresionistas en pintura. Son los cursos de Bergson en el Collège de France, coronados por su Évolution créatrice, es también el apogeo de Sarah Bernhardt en el teatro.
 
A pesar de todo, la tendencia hizo fortuna en la literatura finisecular del XIX e incluso en el XX. En Francia la reflexión es larga y sin solución de continuidad. De Stendal con su espejo paseado a lo largo de un camino a Flaubert y su teoría de una literatura expositiva, los Goncourt  preguntándose en el prologo de Germinie Lacerteux  si lo que se llaman las clases bajas no tendrían derecho a ser noveladas, si  el pueblo, ese mundo bajo el mundo, estaría prohibido en  la literatura, Balzac  proponiendo en el prólogo de la Comedia Humana un plan que abarque la historia y la crítica de la sociedad, el análisis de sus males y la discusión de sus principios, a  Zola, con su teoría de la “narración eficaz“  y…  a Proust diseccionando el funcionamiento anormal de su mundo, los escritores entienden  que la realidad social tiene derechos específicos sobre la novela en el sentido de que esta es el género que por excelencia  encuentra su materia en la mímesis de los hombres y de las cosas. 

Y ya que acabo de usar la palabra mímesis, está bien recordar que desde Aristóteles la reflexión occidental sobre la literatura ha estado obsesionada con el asunto de hasta qué punto el trabajo del escritor es un laboratorio de observación y registro de los tipos humanos y de las patologías privadas y sociales que secretan, que en el siglo XX  Barthes da por hecho que la novela es un acto de sociabilidad y que Auerbach, precisamente en Mímesis, la representación de la realidad en la literatura occidental mantiene que esa literatura, por encima de fronteras y nacionalidades, se ha ido construyendo sobre la profundización constante de la trasposición de la vida del pueblo tomada en serio y caracterizada por una atención de principio al psiquismo observado de las pasiones, los sentimientos, los rasgos de la normalidad y la anormalidad psicológica, de la estructura  y funcionamiento de la sociedad en sus realidades económicas, sociales e institucionales y, tímidamente al principio pero más atrevida de siglo en siglo, al cuerpo y  sus pulsiones.

Con todo, leer a Zola me ha sido muy interesante. Es cierto que antes de él existía el positivismo, que hubo grandes escritores realistas, que el panorama de la narrativa estaba cambiando, pero el naturalismo-escuela  es singular en más de un sentido: como  manifestación de las turbulencias de la escritura literaria, como concreción de un planteamiento teórico y sus soluciones prácticas para transitar de la temática a  la poética en un momento de giro de la historia de la literatura. Con la sociología y las ciencias naturales como garantía de lo artístico y los personajes y grupos disfuncionales como objeto, el problema se plantea como nuevo. Además su metodología va a contracorriente de lo habitual: siempre los preceptos seguidos, la gramática compositiva, los tratamientos de una obra o tendencia se producen por extracción deductiva; recuentos y codificaciones posteriores a la realización de la misma la clasifican, o incluso la modifican durante su composición (véase Proust). Aquí no: Primero el plan estricto, las reglas inexorables, luego su concreción en obra. Habrá casos parecidos, pero no sé de ninguno tan radical.  

No se trata de osadías temáticas o verbales que efectivamente no serían nuevas, se trata de un pulso sostenido con la ética y el arte en curso, a lo largo de años de esfuerzo y de reflexión, y eso sí es obra de Zola, explícita en sus numerosos estudios teóricos que instituyen la naturaleza de la nueva narrativa. Sólo con seleccionar en ellos unas cuantas frases se encuentran las claves: un narrador impasible: …el autor no participa en las emociones de los personajes, ni siquiera con el lenguaje que usa. La composición: desaparece para dar lugar  sólo al devenir fatal de los hechos. El argumento: Ni héroe ni intriga. Un marco social y temporal y un proceso verbal de los menudos hechos cotidianos de un grupo de seres. La estructura: Un análisis en fragmentos. Destruir los grandes conjuntos por el continuo retorno de pequeños episodios, disolver el libro en la luz de una treintena de personajes igualmente planos. El tema: la lógica de la vida en un rincón de la naturaleza vista a través de un temperamento. ¿ A que parecen ideas muy modernas? Pues con el mismo cuidado codifica los criterios que juzga adecuados  para hablar, contar y describir este universo.

En resumen: estudio, análisis, lógica, método y no apartarse a derecha ni a izquierda de este plan.  Zola había experimentado con otros géneros, pero tuvo claro que el campo de tales prácticas es la novela, (él nunca consiguió  imponerse definitivamente en el teatro, por más que lo intentó y tuvo apoyos), como dijo E. de Goncourt , Para una investigación aguda, para una disección llevada al límite, para la recreación de auténticos e ilógicos seres humanos, no veo otra posibilidad que la novela.

Al César lo que es del César. Zola no extrae el naturalismo ex nihilo, pero como movimiento codificado éste se lo debe todo: el nombre, la poética la inserción social y artística dentro de la historia de la literatura, un esfuerzo enorme a su servicio y su demostración en una obra formidable de extensión y novedad.