sábado, 16 de agosto de 2008

Alfa y álef del blog

Alfa, porque así comenzó. Álef en el sentido borgiano y en alusión a la mitad judía de Proust.

Marcel Proust!...
Lo conocí en el Instituto, gracias a la antología de autores franceses de los primeros años de bachillerato. Nunca olvidé el texto de la magdalena, pero tampoco otros (de les Fabliaux a Si le grain ne meurt) de la literatura francesa que a través de aquel catálogo me deslumbrò. Entonces no conocía yo mucho mejor la literatura española que nos llegaba tanto y tan mal expurgada por nuestros planes de estudio, nuestros padres y los omnipresentes criterios de la moralina religiosa. Quizá fue esa diferencia la que nos atrajo y nos hizo a Dora y a mí lanzarnos de cabeza a la lectura (siempre en su lengua) de cualquier autor francès que podíamos alcanzar. Todo e indiscriminadamente: Victor Hugo, Baudelaire, Gide, novelas sin importancia, poemarios que no entendíamos… Conseguir estos libros era casi imposible: en el instituto no había más de seis, un amigo de Dora nos mandaba algunos desde Parìs, un pariente universitario nos daba un Sartre, en la biblioteca pública encontramos Le petit prince y Terre des hommes

Además nuestros censores habituales no sabían qué estábamos leyendo. Genial.

En la Universidad, con condiciones sociales que no mejoraban mucho las del bachillerato, fui incondicional de Sartre, Robbe-Grillet, Roland Barthes y Flaubert (y lo sigo siendo), pero aún no conocía a Proust.

En un viaje, allá por los años sesentaitantos leí en Le livre de poche, de Gallimard, Un amour de Swann, pero todavía no.

Debió ser en 1970 cuando emprendí la lectura de En busca del tiempo perdido (de Plaza y Janés, tercera edición, mayo de 1967, traducción de Pedro Salinas, José María Quiroga Pla y Fernando Gutierrez) en los dos volúmenes azules que estaban en la biblioteca familiar absolutamente intactos. Los terminé y los volví a empezar.

Desde entonces:
He leído la obra seguida unas cuatro veces. Y buscando un pasaje concreto casi todos los días. No me la sé de memoria, es imposible. Pero me gustaría.

He conseguido leer mucho de lo escrito por y sobre Proust y su obra. Comencé a tientas: mis primeras obras de referencia fueron:Marcel Proust A. Biography, de G. D. Painter, en castellano la edición de Lumen (1959, 65, 89, 92), con muchas fotos, fue la primera que leí y le tengo cariño, pese a que hoy no se estime su metodología;  Monsieur Proust, de Céleste Albaret, Edt. Robert Laffont 1973; para análisis del estilo Figures III, y Palimsesto de Gérard Genette. Èditions du Seuil. Luego muchísimo más, pero hay obras fundamentales que estoy soslayando intencionadamente para no perder el placer de descubrir. En cualquier caso para conocerlo todo no bastaría una vida, así que selecciono y sigo encontrando abordajes nuevos.

Después de leer meticulosamente casi toda la obra de Proust, hace dos años me consideré en condiciones de trabajar La Recherche con la edición crítica de Gallimard, Bibliothèque de la Pléyade, dirigida por Jean Yves Tadié, en 4 volúmenes de más de 1500 páginas cada uno. Si hubiese empezado por ahí me habría ahorrado mucho (por ejemplo la mayor parte de estas notas, que he ido tomando a lo largo del tiempo para apoyar la lectura)* porque lo contiene todo en cuanto a fijación del texto y toda clase de datos. Es una edición tan fantástica como sólo los franceses saben hacerla. Tengo en ella material para el resto de mi vida, si es que conservo vista para su tipografía diminuta y apretada.

He ido superando la sensación de nadar en un mar continuo en que, a veces, no distinguía bien el texto editado de sus mil versiones, el autor del personaje, los personajes literarios de sus modelos reales...

¿Què encuentro en Proust?

Todo: todo sobre el ser humano visto sin condescendencia ni halago desde la historia, el arte, la filosofía. La parodia más culta, el análisis más profundo, lúcido y original de las sensaciones, de los estados de ánimo intermedios, de los afectos, de los miedos, de las miserias. La palabra como creación del mundo, identificación de lo humano y material del arte. Las más bellas descripciones de la naturaleza. El retrato más subversivo de la moral pública y privada de una sociedad y una época, guerra incluida, con el ritmo y las causas de su disolución. Un estilo tan preciosista como denso, la sintaxis más funambulesca en la que uno siente con el autor el equilibrio precario, la angustia de estar a punto de estrellarse (a veces se estrella) en la elaboración de una frase de más de quinientas palabras, (se dice siempre que hay en LRDTP una de más de mil palabras: he contado algunas, pero no la he encontrado todavía), serenidad sin impasibilidad, un espíritu potente. Y un artilugio narrativo formidable.

También los errores, las incoherencias de una estructura mil veces remendada, de  un Yo narrador adulto e intelectualizado que es un doble del personaje que a su vez es/no es un doble del autor… a veces la cursilería en que se ahoga un pasaje maravilloso (esa despedida feísima que cierra el excelso pasaje de los aubépines) o alguna inconsistencia narrativa (el paupérrimo recurso con que resucita a Albertine). Pero siempre la inteligencia, la creación brillante, la ironía, y una cultura que hoy parece imposible que sea el bagaje de una sola persona. Bien es verdad que Marcel era lo suficientemente rico para no hacer otra cosa en su vida que pensar, sentir, aprender, y luchar atormentadamente por su vocación contra la neurótica enfermedad que se lo llevó.

Por todo eso, podría decir parafraseando a Céleste Albaret, su última ama de llaves, amanuense y enfermera, que desde que lo conocí lo he seguido, soportado y adorado.( Ella no dice seguido, dice servido)

* Recogidas en cuadernos cuyo título simple mantengo en esta compilación electrónica.

Sevilla 2005