sábado, 16 de agosto de 2008

Un proustiano en Illiers o "la aliteración permanente"

Noms de pays: le nom

Visitar Illiers era una concesión que había pensado hacerse en algún momento. En el fondo le eran indiferentes los lugares en que se había desarrollado la vida o se había producido materialmente la obra de los artistas, pero no en vano es un proustiano de verdad y alguna curiosidad le inspira conocer la distancia entre el puro referente Illiers y el diegético Combray.

Sabe que la emoción fetichista es un movimiento psicológico ingenuo, salvaje en el sentido de que el referente de un texto es exclusivamente textual, autocreado por el lenguaje, y que una comprobación del pretendido referente material no incrementa ni trasciende la reflexión sobre el arte mismo. Illiers, ¿qué referente podía ser de Combray? Seguramente el barthesiano referente cóncavo en el que un nombre propio es una especie de molde que se rellena con los datos textuales; es decir: de una materialidad física irrelevante para la obra.

El proustiano sabe también que Proust mismo denuncia el fetichismo del lugar como un error de juventud, une illusion à perdre. Y más en una relación anacrónica de los datos diegéticos con los extradiegéticos y con el receptor.

Además en ÀLRDTP, Combray, como Balbec, como el Faubourg Saint-Germain, no es un lugar strictu senso, es un mundo. Combray no es un nombre, sino un mito, porque sus elementos han sufrido el proceso semiótico señalado por Barthes, según el cual los tres elementos formales del primer nivel de señalización, significante, significado, signo, funcionan en el sistema semiológico de segundo grado de la siguiente manera: Lo que en el sistema primero era signo Illiers, procedente de la unión de una imagen acústica con un concepto asociativo, pasa a convertirse en el sistema mítico en significante Combray, cuyo significado engloba no sólo las referencias de que el autor lo dota, sino todas aquellas críticas, sociológicas,ideológicas, que el receptor abarque.

Sabe todo esto el proustiano.¿Está o no pertrechado para no ir a Illiers o, igualmente, para ir a mirar cediendo sin engaños a una curiosidad superficial por las huellas, a un cierto amor por el autor que lleva cultivando tanto tiempo?

Tiene muy claro que no va a buscar al niño de Combray, sino a Proust. Y no espera gran cosa. Sobre todo después del desagrado de haber visto en un museo, siniestramente amontonados, los muebles de la última habitación del autor.

Noms de pays: le pays

Pués allá va. Agosto húmedo y frío. Billete un poco complicado en la estación de Montparnasse. Ya lo sabía, pero le hace un efecto un poco raro ver en el billete incorporados el término administrativo y el literario: la localidad se llama ahora Illiers-Combray. Estará allí en menos de dos horas.

Atravesada la estación pequeñísima y actual, el espejismo ocurre: el proustiano se sabe exactamente en el Chemin de la gare, volviendo del paseo del côté de Méséglise. Sabe que ha salido de la casa de la tante Léonie por la puerta principal y transitado sucesivamente la Rue des trois Maries, Rue des lavoirs,cruzado la Passerelle sobre la Vivonne, donde hay un pescador, siempre el mismo, una flor amarilla de nenúfar que se aleja y se acerca al ritmo con que la corriente impulsa su tallo largo, y donde unas garrafas de cristal sumergidas refrescan el agua que las llena.Luego ha subido por el raidillon cuyo seto de espinos blancos bordea el parque de Swan, contemplado la llanura de Méséglise...

La amiga perspicaz que acompaña al proustiano dice: -¡Estás como en misa! y él se siente fatal por su tontería, luego se excusa intimamente pensando aquello de que un lugar insólito del mundo real puede ser el lugar de acceso al mundo de la irrealidad y un momento despúes termina de recordar que ese texto, citado más o menos, comienza Se encontraba en la edad en que... y no es el caso: él no está en "esa edad".

Illiers-Combray va desplegándose como un lugar rural precioso y limpísimo. La iglesia de Saint-Jacques es por fuera como la de Saint-Hilare en ÀLRDTP:  asimétrica, grande, con una techumbre de pizarra a dos aguas, sin atrio. Delante la plaza, detrás un jardincillo parroquial sobre el que caen las campanadas de las doce y desde el que se ve muy bien la torre medieval inacabada con huecos angulares para contrafuertes y  pilares que deberían soportar el campanario a falta del cual algún momento de la historia coronó la torre con uno de pizarra rematado por una aguja estilizada. La entrada, sobre una fachada con restos de decoraciones gótico flamígeras, es de doble arco con un delgado parteluz que alberga una imagen de la virgen. Por dentro la iglesia es mucho más hermosa y, sobre todo, distinta de lo esperado y de Saint-Hilaire de Combray. Y otra vez el proustiano desprevenido admira inquieto la gran nave cuadrangular con techumbre de madera alzada en forma de barco invertido sobre trece enormes vigas de roble todo ello bellísimamente recubierto de pinturas de flores, de santos y personajes. Se parece más a las iglesias bretonas que a la literaria  Saint-Hilaire. En Saint Jacques no hay a la vista cripta ni tumbas de abades  y nobles.

El proustiano sabe que las vidrieras son modernas, pero que se conserva la de Gilberto el Malo. Y la busca en la capilla que debe estarle dedicada. Pero no: la única capilla lateral grande y relativamente rica, que se corresponde con el emplazamiento de la torre, está dedicada a la Virgen; seguramente el escenario del mes de mayo, pero ¿Y Gilbert le Mauvais? El folio que ha cogido en el cancel de la iglesia lo ilustra: "Le vitrail derrière l´autel est de 1867 [es decir, el que veía Proust, pero tampoco medieval].......La partie inferieure est decoupèe en cinq lancettes: au centre le Christ, entouré de Sain Jacques en costume de pélerin, et Sain Hilaire; à droite Florent d´Illiers en armure du XVº siècle qui s´est illustré, a côté de Jeanne , lors de la prise d´Orleans (1429). C´est le Gilbert le Mauvais, dont parle Proust."

El subrayado, naturalmente, es de quien esto escribe y este Florent de Illiers no tiene en absoluto un aspecto temible, más bien es una especie de doncel, gracioso en el escorzo y coqueto en el atavío guerrero. Así que el  proustiano tiene otra vez que recolocarse y recordar que sí existieron los Señores de Illiers y su marquesado, que Florent tenía un hermano obispo, Miles de Illiers,  y un ancestro, Geoffroy de Illiers, constructor del castillo, cuya leyenda inspiró a Proust el Gilbert le Mauvais que aterrorizaba al niño de Combray.

La gente de Illiers parece seca rayando en lo descortés. Demasiado tarde para comer en el horario de Illiers o en la lógica de Combray: los restaurantes está abiertos, el patrón y la camarera mano sobre mano con pinta de aburridos, debe haber comida preparada, ni un solo parroquiano se apresta a consumirla... alégrese de que hayan aparecido dos y deles de comer. Pues no: "TROP tard pour manger". ¿Es una cuestión laboral o moral?.
En el restaurante marroquí la amiga del proustiano insiste y el patrón cede a regañadientes "Unicamente si quieren cous-cous". Vale, cous-cous. Llueve y el proustiano ha perdido el paraguas.

La "Casa de la tante Léonie" no da a la plaza; (sí, en cambio, la casa de Virginie, abuela paterna de Proust, madre de Adrien y de su hermana Elisabet, o eso dice un papelito pegado en la puerta de lo que hoy es el Banco), sino que está en la antigua Rue du Saint-Sprit. Segunda estación de la visita esa vivienda que fue de la tía Elisabet, casada con Jules Amiot, a quienes la familia Proust visitaba en Pascua. Aunque la casa no dé a la plaza y la calle sea hoy la Rue du Docteur Proust, es la auténtica y su sabor  fiel al del relato. Las postales en color con reproducción de las habitaciones no son buenas; una serie más antigua en blanco y negro demuestra que los ambientes domésticos siguen siendo reatrezados y mejorados en un intento de aproximarse a lo literario. Algunos muebles son los originales, o casi, recuperados por donación de familiares o amigos. No obstante el color y el ambiente son afortunados.

La habitación de Proust. Su cama. La linterna mágica con los cristales que muestran  la historia trágica de  Genoveva de Brabante. Sobre la mesilla de noche un ejemplar de François le Champi revela la anacronía: esta no es la verdadera habitación del símbolo base,"le theâtre et drame de mon coucher". Harto le ha costado al proustiano no sentir en la escalera los pasos de la madre y el resplandor de la bujía: ha tenido que recordar no sólo que el espacio extradiegético es el de la casa de Auteil, sino la misma evocación del autor: "el muro de la escalera en el que yo veía el reflejo de la bujía con que se alumbraba papá, fue demolido hace tiempo".

La cocina de Ernestine es mucho menos majestuosa que la de Françoise, pero el gabinete oriental y el pabelloncito del jardíndel tío Jules Amiot, apenas redecorados, resultan muy reales.

La exposición de textos y documentos no está mal y en el desván la colección de fotografías de Paul Nadar evocando personalidades de la época, muchas de ellas clave de los personajes que aparecen en ÀLRDTP, es magnífica.

En definitiva: muy sentimental, muy bonito. El proustiano algo conmovido, pero bastante centrado, no ha tenido apenas dificultad en situar al autor y al personaje en sus justas coordenadas.

En el recorrido al Pré Catelan por la Rue des trois Maries el proustiano rebasa los lavaderos, deja a la derecha la vieja torre, cambia bruscamente de dirección por la Rue des Vierges tras cruzar la Vivonne por el Pont Vieux, sigue por un prado bordeando el río un trecho. Dejando a la izquierda el sendero de los aubepines ( no quiere mirarlo todavía) entra en el Pré Catelan o Parc Swan. Después de la sorprendente belleza del recorrido, tan fiel a lo descrito en Combray, el proustiano prefiere ahorrarse adjetivos mentales y curiosea las plantas, los árboles (no son los mismos que vio Proust, recuerda que Robert ya no encontró el álamo que habían plantado los dos hermanos) echa a faltar el regato que Jules Amiot había hecho correr por el parque y en el que los niños pescaban carpas, pero aún existen los restos oxidados de la noria que lo producía subiendo el agua desde el río, está la Maison des Archers con su gruta, los senderos... y es todo de una hermosura difícil de describir. Saliendo de la parte alta izquierda del parque desciende el raidillon (que deberían haber subido) y ¡la haie des aubépines!

Existe. Está ahí. ¿por qué el corazón del proustiano se altera? Todo es sensiblemente igual a como lo vivía el niño de ÁLRDTP. Y el proustiano está ya perdido en un bucle del tiempo y la memoria. Los laberintos del falso recuerdo, el recuerdo objetivo, el recuerdo involuntario... el recuerdo del recuerdo... le han hecho olvidar por completo algo que sabe bien: Proust nunca vió ese seto de aubepines.

Así de confuso lo deja el tren en la noche lluviosa de París. Pero se promete a sí mismo que hará las cuentas y desentrañará los porqués y los cómo de una situación mental y psicológica tan rara.


La métonymie chez nous.

Y ya está en ello. Puede describir lo ocurrido como la puesta en marcha de una semiosis de similitud próxima a la equivalencia, espontáneamente sentida como una identidad en que una psyché receptora conscient/inconsciente dialoga con un texto y con la psyché creadora hasta asumir el objeto real como un símbolo.

Contra esto Bachelard advierte de que toda semiótica racional debe constituirse como reacción contra esta ilusión simbólica que él considera uno de los obstáculos epistemológicos que el conocimiento objetivo debe franquear. Sin embargo André Breton considera, a contrario, la capacidad de lo simbólico "... c´est seulement pour lui que nous pouvons agir sur le moteur du monde".
  Parece muy embarazoso. Tal acción del símbolo o de la analogía sobre el motor del mundo (vale decir de la interpretación que de él podamos hacer) sólo puede tener un sentido: el retorno a la magia, que, en verdad, ni mueve el motor del mundo ni el proustiano cree que deba, sin grave riesgo, mover el motor psicológico.

El proustiano encuentra más certera la formalización de Freud, al que debería citar sin comillas porque lo hace un poco de memoria: los dos principios de asociación, la similitud y la contigüidad, hallan su síntesis en una unidad superior: el contacto; la asociación por similitud equivale a un contacto entre sentidos figurados, la asociación por contigüidad equivale a un contacto directo. Es decir, la asunción de la contigüidad del referente objetivo Illiers con el referente artístico Combray produce un contacto directo proustiano- Combray.

Por ahí parece que van los tiros. Todos los analistas del "estilo Proust" coinciden en que la tendencia fundamental de la escritura y la imaginación proustianas, es decir, de la técnica y la visión, reside en ciertos puntos de cristalización o concentración intensa que corresponden a focos de irradiacón estético-semántica. Borrando contrastes y oposiciones, aboliendo compartimentos espaciales y temporales, Proust confronta lo uno a lo mismo (como en las garrafas transparentes llenas de agua y sumergidas en el agua de la Vivonne, como en los espejos que reflejan el mar que se ve por la ventana en la habitación de Balbec, como en el surtidor y su reproducción en el cuadro de Hubert Robert), para superar la visión platónica y encontrar la forma más perfecta y más pura de la idea y de su imagen en el espectáculo del objeto y su reflejo constituyendo un solo y mismo efecto, una euforia de espacio-tiempo continuo, inmovilizado por el arte y con una significación distinta y superior a la suma de sus dos componentes matrices.

El proustiano piensa que en la entraña del procedimiento descrito pueda hallarse una explicación del porqué y el cómo se ha producido en su visita a Illiers la confusión entre lo real denotable y lo virtual connotable (por contrahacer maliciosamente la terminología de Jacobson), y porque aceptando aquello de Lanson de que la historia de la literatura (Lanson se refiere más bien a la cultura) está hecha tanto de la actividad oscura de la masa receptora como de la de los emisores ilustres del discurso, quiere llevar el análisis hasta dejar claro su propio papel en el asunto.

Y una buena guía para este discurso es el estudio de Gérard Genette Métonymie chez Proust, así que va a usarlo como itinerario.

La asimilación por vecindad en Proust se construye por una relación analógica asentada sobre una relación de contigüidad espacial, es decir, hay alguna suerte de fenómeno metafórico-analógico , pero que se produce siempre a causa de una metonimia. El elemento imagen se constituye a base de que en el mismo espacio hay una realidad que lo genera. Por ejemplo, el Narrador en sus paseos solitarios idealiza el deseo en "una aldeana acribillada de hojas" en Messeglise, una hija de pescador en Balbec, la hija de un sacristán en Chartres; mejor aún el topos tan reiterado en ÀLRDTP de los campanarios: dos de ellos objetivamente semejantes son bellísimamente evocados como una espiga el campestre de Saint-André -des-champs, como un pez escamoso el de Saint-Mars-le-vetu par ces temps ardents que ne pensait qu´au bain. La imagen se produce como contigüa a los datos del paisaje o la situación en que se inserta.

Aunque cree que Ullmann fue el primero en señalar en la imaginería proustiana trasposiciones típicamente metonímicas (las que se basan, dice, en un mismo contexto mental) es después de Genette cuando se da por definitivo que el procedimiento metonímico está en la base de la ubicuidad temporal y espacial que proporciona la visión del tiempo no como sucesión, sino como duración: la omnitemporalidad de la diégesis proustiana. Otra cosa es que los estilistas hayan terminado de debatir el proceso de esta semiosis: homología, metáfora, metonimia, sinestesia...orden de progresión, paso de nodo a nodo hasta la figura final... cuestiones del tipo de si los términos de la metonimia clásica se dejan llevar a contacto si no existe una metáfora previa, y del tipo de si la compleja estructura de la imagen proustiana es una metonimia de metáforas.

Proust era muy consciente de su estilo, de esta técnica de capas que es para él le beau style y para la que inventa un nombre, la aliteración permanente. Capas de memoria, capas de tiempo, capas que se retroalimentan en la complicada elaboración y reelaboración de la obra.

El proustiano está al cabo de la calle del debate, así que pasa al final: se construya como se construya, el fundamento del discurso tempo-espacial en Proust es la metonimia.

Y llegado a este punto de su reflexión el proustiano entiende haber resuelto el oscuro debate personal que su visita a Illiers había suscitado. Se da cuenta de que "proustifica", como decían en tono de burla a Marcel Proust sus compañeros del liceo Condorcet. Ha sido absolutamente presa del "método de pensamiento Proust", de la metonimia que, recordemos a Ullmann, produce la significación por contigüidad de sensaciones, por coexistencia en el mismo contexto mental, y finaliza en una transferencia de la causa (en su caso la emoción lectora) al efecto (ilusión provocada por el referente extradiegético), pero más complicado todavía, porque se le ha presentado además con la lógica que Proust amaba y denominaba "la lógica Dowstoieski": primero el efecto, después la causa.

Tiene tan asimilado el artificio de hacer coincidir lo análogo y lo contiguo que espontáneamente las sustancias en contacto han intercambiado sus predicados: Illiers, referente objetivo con el pseudo-espacialmente contiguo Combray. Los rasgos extradiegéticos de Illiers han sido utilizados por el proustiano sólo como los materiales para la metonimia Combray, lo cual supone, además, una suspensión del tiempo para situarse en la duración; una asunción de Illiers no como significante, sino como mito.

No es la actitud racional adecuada, ni responde a las prevenciones expresadas en la introducción de este artículo, pero la telaraña estaba perfectamente tejida para que las predicaciones diegética y extradiegética se hayan vuelto inextricables. Lo difícil habría sido la deconstrucción de la metonimia, porque la metáfora Combray no es pura, y su término real Illiers, se reconstruye automáticamente, por contigüidad, como predicación imagen.

La oscura querella llega más o menos a su fin, pero el proustiano señala todavía dos cosas:

una, como Proust mismo no cesa de decir, el amor exclusivo por algo es siempre el amor por otra cosa que está en un sueño previo, como el amor del protagonista por el modelo esbozado para quien sería Albertine proviene de haberla imaginado como elemento de un tapiz holandés y la evocación de canales cegados de niebla.

Dos, el proustiano no tiene ganas de psicoanalizarse a ver que amor previo es el suyo, auque sospeche que es el del lenguaje y el pensamiento, ni quiere acabar como los orates que se creen Napoleon o, en su caso, un personaje asténico y atormentado vestido con un frac en desorden, forrado de bufandas y pieles investigando y cincelando su estilo hasta la muerte. Su verdadera posición es sólo la de un lector curioso de ÁLRDTP, así que decide aparcar a Proust y sus productos por algún tiempo.

Sevilla, agosto de 2006