miércoles, 3 de noviembre de 2010

Un proustiano que no "proustifica"

Desde la adolescencia Proust cultiva voluntariamente una escritura personal de sintaxis demodée y minucias inteligentes. En 1887, sus camaradas más cercanos del Liceo Condorcet,  ambiciosos y cultos como él,  inventan el verbo proustificar ,“proustifier”, para calificar burlonamente  ese modo  excesivo:
“ habíamos creado entre nosotros el verbo para expresar una actitud un poco demasiado consciente de amabilidad, con complicaciones sentimentales que se podían calificar de bucles interminables y preciosistas”. (F. Gregh. Mon amitié con M.P.)

Pues bien, por un contagio insidioso, todos los proustianos cuando hablan o escriben de Proust proustifican de palabra y obra. Casi no se advierte hasta que se da de bruces  con uno que no lo hace. Es el caso de Louis Gautier Vignal en Proust connu et inconnu. Editions Robert Laffont 1976.

Este libro formó parte de uno de esos alijos un poco casuales que se traen de un viaje. Comprado a un bouquiniste de cualquiera de los mil puestecillos que tapizan Avignon con ocasión del Festival, llegado a casa, y antes de leerlo, se integró tan perfectamente en la biblioteca que desapareció. Al cabo de quince años, y por una movida de las que se hacen  en las viviendas afortunadamente cada mucho tiempo, helo aquí, un poco ajado, con su estilo editorial encantadoramente anticuado y dedicatoria autógrafa del autor a unos amigos ilustres. Un vistazo bibliográfico me hace sospechar que hoy sea inencontrable y es lástima, porque sus 293 páginas, más un anexo de autógrafos de Proust, me han proporcionado una tarde divertida y una lección, si no una vacuna, contra el virus de la proustificación.

La obra no está exenta de penetración e interés. En el estilo lingüístico sobrio del buen francés y siguiendo las normas de una exposición académica, aborda aspectos  biográficos y literarios de Proust. Si lo que aquí digo ofrece una visión injustamente reduccionista de este trabajo de Gautier Vignal, se debe  a que sólo espigo en su libro las partes que, en aras de la objetividad, se dedican a desmontar la mitología suscitada por ciertos aspectos de la vida de Proust mal conocidos o morbosamente amplificados.

La verdad, ni idea de quién era el conde L.G.V. (y debería tenerla, porque se citan alguna vez sus contactos con Proust).  “Du même auteur “, en el ejemplar, me informa de sus abundantes publicaciones en el campo de los estudios históricos, ensayo, novela, teatro y poesía. De su vida él mismo provee  abundantes datos: …familia de ilustres militares franceses vive la mayor parte del tiempo en Alemania, Italia, Inglaterra y la Costa azul francesa. Licenciado, como Proust, en Derecho y Letras, sigue durante años en Dresde, postgrados de música y filosofía, sobre todo de Kant. Acerca de su personalidad y su modo de exposición da buena idea la autodescripción que hace en el libro:

“Me gusta dar consejos. Es una disposición que ya tenía desde la infancia. A los doce años, la víspera del día en que, en nuestra casa de campo, iba a recibir la confirmación de manos del arzobispo de Niza, mi confesor me dijo que podía pedir al Espíritu Santo que me concediera dos dones que era libre de elegir entre los siete que me enumeró […………] descarté la fuerza, la ciencia, la prudencia, y pedí al Espíritu Santo el don de la inteligencia y “el don del buen consejo”. No sé hasta que punto me otorgó el primero, ya que uno no sabe nunca lo que vale la propia inteligencia, pero en lo que concierne a mi segundo deseo fui colmado. Doy muchos consejos. Los creo buenos. No siempre son seguidos”.

En 1914, sin conocerlo personalmente, Proust se dirige a él porque lo sabe amigo del aviador Roland Garros, pidiéndole que allegue noticias de las circunstancias de la muerte de Agostinelli. Ese mismo año G. V. se traslada a París. Afectado él mismo por la fiebre del heno, tampoco es movilizado y se instala en la capital durante la guerra. Visita a Proust y se establece entre ellos una amistad y una frecuentación bastante asidua favorecida porque la mayor parte de los amigos y familiares de ambos están en el frente de batalla. Es una época en la que ya Proust casi no se levanta de la cama y G.V. lo visita en casa, lo acompaña en sus escasas salidas, le presenta algunas personalidades del mundo intelectual que siguen en París y… le da consejos.

El autor de Proust connu et inconnu concibe por el escritor un gran cariño protector y una admiración enorme, pero lo analiza  desde una lógica del bon sens  poco usual aplicada a Marcel Proust. Lógica que, si de un lado cabe dudar si alcanza a dar cuenta de las complejidades del amigo, nunca es errónea y, de otro, hace que el  lector se ría un poco de  sí mismo porque le muestra aspectos elementales en los que las propias altisonancias no le habían hecho caer. En suma, Proust connu et inconnu bien podría haberse titulado Proust desde el sentido común o Deconstruyendo a Proust

Por ejemplo, dice escribir este libro para corregir lo que se está publicando sobre el autor de La Recherche  “Muchos de los biógrafos de Proust lo representan como un ser caprichoso, original y extraño. Pero no hay que olvidar que la mayor parte de ellos no lo han conocido”. Y no sólo “el biógrafo inglés” al que critica tanto (aunque menos ácidamente) como Céleste, sino incluso algunos que  habiéndolo conocido se creen libres de informarse y autorizados a interpretarlo, como André Maurois.

Reivindica la información que aporta como un  deber de responsabilidad y veracidad. Pasa revista muy ordenada a los rasgos de carácter, comportamiento y modo de vida de Proust y, en una segunda parte que titula “Grandeza de la obra”, al estilo y los contenidos de la misma. Invariablemente sigue un método de análisis para rebatir los tópicos: tesis comúnmente aceptada, antítesis, prueba de la tesis y de la antítesis larga y documentada, comparación de la evidencia a que llega con la situación de Proust, tesis/conclusión.

Vale la pena resumir sus criterios siguiendo de cerca sus palabras para desmontar “la leyenda de Proust”.


La penosa tarea de escribir. Todos sus conocidos y biógrafos resaltan que para Proust escribir era un suplicio físico. El mismo se queja y lo explica muchas veces, como en esta carta a Louis de Robert : Una carta como la que le escribo en este momento, no se imagina que esfuerzo representa. Escribo [en la cama] apoyado sobre un codo y con el papel en el vacío. A las diez líneas estoy destrozado. Y si eso es con una carta, qué esfuerzo no debieron requerir tántos miles de páginas.

G. V. se asombra, lo aconseja ¿Por qué tanto esfuerzo? Es posible escribir comodamente; cita escritores que tampoco trabajaban en una mesa convencional, pero ¿por qué acostado en un lecho, por demás nada confortable? Incluso así, existen mesas-pupitre para enfermos, Y ¿por qué servirse  de gruesos cuadernos escolares de pasta dura? Dado que el autor no cesaba de modificar e incrementar lo ya escrito, los añadidos se hacían imposibles y, aprovechados ya los márgenes estrechos, Proust recurría a los famosos becquets, papeles pegados al borde de las hojas, de los que G. V. dice haber visto hasta cinco encolados unos a otros. ¿Por qué no usar folios sueltos, como hacen todos los escritores? sería facilísimo añadir y reordenar. Luego estaba el problema de los ojos. Proust se queja de la vista y cada poco tiempo manda a Céleste  a comprarle unas gafas, baratas porque las pierde o las estropea. ¿Por qué nunca se ha graduado la vista? O peor todavía, ¿por qué escribe con la sola luz de una lamparita sobre la mesilla de noche? Es necesaria una segunda lámpara que ilumine también el otro lado. Un problema más: la mala luz y la pésima caligrafía que su modo de trabajar produce dificultan, incluso para él mismo, la relectura. ¿Por qué no dicta a un mecanógrafo o, si quiere estar solo, hace mecanografiar  enseguida los textos?

Proust me daba la razón y se conmovía de mi solicitud, dice G.V., pero no hacía caso, “lo cierto es que el terrible esfuerzo de escribir se debía sólo a  su falta de sentido práctico y a la incapacidad de modificar los hábitos adquiridos”.

La enfermedad fatal. Proust es un enfermo, un enfermo crónico y grave. Él lo atestigua, sus conocidos son conscientes de ello, en el ánimo de sus lectores la batalla por la obra contra la enfermedad  provoca un sentimiento de comprensión, admiración y casi ternura; biógrafos y comentaristas etiquetan el mal de asma, neurosis, incluso algún tipo de epilepsia. ¿Cuál era la enfermedad de Proust?

Gautier Vignal no tiene dudas: fiebre del heno, alergia al polen. Y el propio autor reivindica muy seriamente su autoridad en la materia. Victima él mismo de esta afección la describe técnicamente, conoce los síntomas, la etiología, los remedios que a él le permiten llevar una vida perfectamente normal con sólo cuidados higiénicos. Respecto al mal de Proust se provee de toda clase de informaciones. Pasa revista a las enfermedades que se atribuyen a su nuevo amigo, interroga a familiares y conocidos, se remonta a los orígenes de las crisis, estudia su evolución… y, razonada y ejemplificada, se forma una opinión clara.

Proust no es un neurótico ni un ser psíquicamente anormal, menos un epiléptico, ni siquiera en términos técnicos un asmático, sólo padece, desde la infancia, alergia primaveral que cursa con síntomas parecidos a los del asma, pero que sólo se manifiesta en determinadas condiciones y épocas del año. Las molestísimas crisis que provoca, irritación de ojos y garganta, dificultad para respirar, estado catarral, pueden ser evitados con simples precauciones higiénicas y aliviados por medicamentos sencillos.

Otra vez G.V. se asombra. Proust, hijo del higienista más reputado de Europa, hermano de un gran médico, visitante asiduo de famosos doctores a los que no hace ningún caso! Por qué lleva esa vida de enfermo, está siempre muerto de frío, no sale de casa?

La conclusión es clara.  Proust está lejos de ser un enfermo. En puridad sólo una salud de hierro puede mantener vivo a alguien privado de aire libre, que no hace el más mínimo ejercicio, que, alimentándose de cafés y un croissant diario, carece de las calorías indispensables, que duerme de día y vela de noche. “Yo creo que si se sometiera sólo durante uno o dos años a un hombre joven y vigoroso al régimen que Proust había doptado tantos, se encontraría en un estado de debilidad comparable al de Proust cuando lo conocí en 1914”.

Otra vez los consejos juiciosos y la ayuda caen en saco roto, y G. V. coincide con Robert Proust en el motivo del enclaustramiento y abandono de sí mismo que está ejerciendo el escritor. “Si al principio Proust había hecho del día noche y de la noche día para evitar eventuales crisis de la fiebre del heno, cuando le conocí ya se había dado cuenta de que el modo de vida adoptado le permitía dedicarse a su obra sin ser constantemente apartado del trabajo por las tentaciones de una ciudad como París”. Tal existencia de recluso le permite graduar a voluntad las visitas de sus amigos, desatender invitaciones  y construirse una existencia tan favorable  la reflexión y la creación como desastrosa para su salud.

La alimentación, los somníferos y los estimulantes
. Marcel Proust nunca fue el niño glotón de La Recherche. Se sabe por Céleste que desde 1913/14 cuando ella se instala en casa del escritor, el alimento de este consiste en un desayuno hecho entre las cuatro y las seis de la tarde, compuesto de café, una cafetera, leche y dos croissants que más tarde se redujeron a uno. A lo largo del día no comía más. Muy raramente pedía un lenguado, una compota, unas uvas… pero lo más que hacía era probarlos y Céleste debía retirarlos intactos. Naturalmente  G.V. se espanta ¿Cómo no va a sentirse débil, cómo no va a padecer ese frío constante que le obliga en cualquier estación a llevar su abrigo forrado de piel e incluso a solicitar permiso de sus anfitriones para no despojarse de él durante las visitas y las veladas? No se trata de enfermedad, sino de pura miseria fisiológica.

 Que Proust seguía, incluso en esta época, invitando a cenar en el Ritz era cierto. G.V. cuenta el por qué y el cómo de estas cenas. “ Si Proust se había hecho un habitual del Ritz no era por la reputación elegante del hotel, sino porque estaba seguro de ser acogido a cualquier hora, por tardía que fuera. Ni siquiera a las 22 lo hubieran atendido en ningún otro sitio. Siempre generoso e incluso fastuoso, Proust quería invitarme a una buena cena. La hora no se prestaba a ello. Normalmente yo había cenado ya cuando Céleste me telefoneaba para invitarme de parte de Proust” En la sala desierta y poco iluminada G.V. pedía una cena ligera,  “Proust tomaba a veces una compota, pero la mayor parte de las veces no comía nada y se hacía traer café, no una taza, sino una cafetera de la que bebía tres o cuatro tazas. Además tomaba varios comprimidos de cafeína […….] Bajo el doble efecto del café y la cafeína, la conversación de Proust se animaba. Ya podía hablar durante horas de lo divino y lo humano con su voz sin estridencias, dulce, bastante débil, un poco velada.”

 Sigue el relato de cuando ya no les queda más remedio que abandonar el Ritz en el reguero de las propinas excesivas de Proust (G.V. cuenta cómo a veces era él quien fingía pagar la cuenta para evitarlas). Como para el autor de la Recherche es “temprano” y en el París triste y enlutado de la guerra no abren durante la noche espectáculos ni cafés y las damas de la alta sociedad no reciben, van a casa del escritor quien se tiende vestido en la cama, su amigo se sienta cerca de la cabecera y la conversación continúa hasta la madrugada.
“Cada vez que me levantaba para despedirme, Proust me retenía. Al fin lograba marcharme. ¿Iba él a acostarse, a dormir? ¡No! Contento de haber escapado algunas horas a la soledad que buscaba, pero que le pesaba, satisfecho de haber abordado con un amigo toda clase de temas que le interesaban y que estimulaban su talento, Proust iba a ponerse a la tarea. Después de trabajar durante largas horas, Proust no tenía sólo los ojos fatigados. Su fatiga era general. Aspiraba al sueño. Aspiraba al reposo, pero el café y la cafeína todavía actuaban sobre él. Para combatir su efecto no disponía más que de un medio: los somníferos. Los tomaba hacía años y aumentaba regularmente la dosis. Pero debía esperar mucho tiempo a que hicieran efecto. Dormía más o menos tiempo según su fatiga y la dosis de somnífero. Cuando se despertaba a media tarde, a veces después, se sentía aturdido. Para salir de su torpor pedía café. Y recomenzaba el círculo infernal en el que él mismo se había encerrado”.

Proust dandi y frívolo « salonard ». ¡Siempre tan elegantemente vestido, tan asiduo de los salones de moda donde pretendió, y logró, ser aceptado! ¡Aquellos tiempos que algún biógrafo titula “de la camelia en el ojal”! ¡Tan prendado de la moda, tan snob!

Tan novelesco como incierto, explica G.V., eso es confundir al autor con el personaje,  pero, sobre todo, ignorar los rígidos códigos indumentarios de la época que obligaban al chaqué, los guantes, el bastón y el sombrero de copa en determinadas ocasiones, al smoking o a la chaqueta y el sombrero hongo en otras. Proust se vestía como todo el mundo. “Cuando yo lo conocí en 1914 pasaba la mayor parte del tiempo en la cama y dado su género de vida no creía necesario renovar su guardarropa, usaba sus trajes de antes perfectamente adecuados y  pasaba desapercibido. Su única singularidad era pedir permiso para conservar puesto su abrigo de piel”.

Páginas de las más divertidas de Proust connu et inconnu. El autor pasa revista a la evolución de la indumentaria masculina adecuada a las situaciones sociales desde la época de Proust hasta Pompidou y Giscard d´Estaing. Afectación, dice, la de los hippis, que se ponen smoking de colores por la tarde, pantalones y camisas de flores por el día, incluso señores de una edad respetable llevan los cabellos largos hasta el cuello como si fueran recaderos o fontaneros. En fin, gracias a él nos enteramos incluso de que existía una chistera articulada, el  aut-de-forme-claque, con un mecanismo en la copa que permitía plegarla cuando era cómodo llevarla bajo el brazo, o de que quienes debían desplazarse desde lejos a la ópera, a una soirée fuera de París, o al Casino de Montecarlo lo hacían en tren, de día, totalmente ataviados para la gran ocasión.

”Uno no puede más que asombrarse de la hostilidad de ciertos críticos respecto a la vida de la alta sociedad, es decir, de los salones. Uno de ellos, por caridad callaré su nombre, ha tratado a Proust de “ridicule petit salonard”. Este crítico tildaría de salonard a Montesquieu, Fontenelle, d´Alembert o Diderot? Quienes hablan con desprecio de los salones ignoran lo que los grandes espíritus del XVII y el XVIII  equivalentes a los del XIX, gustaban de reunirse en una mansión hospitalaria a intercambiar ideas, ignoran el papel de los salones en la vida artística y literaria, sobre todo en Francia”. Claro que cualquier persona culta y refinada ama los salones! Es la oportunidad de conocer las más bellas casas, los tesoros artísticos más exclusivos,  las personalidades nacionales y extranjeras del mundo de la cultura ¿Dónde si no? Atribuir a Proust fascinación por el aspecto frívolo es no haberlo leído o no haber entendido nada. Muy lejos de ser victima del snobismo, su visión del mundo aristocrático es burlona. Nunca fue hombre de grupo cerrado sin interés por lo que ocurre fuera de él, si lo fuera ¿habría ridiculizado  como lo hace el “espíritu Verdurin”? En cuanto a su sospechado afán de desclasamiento es bien sabido que Proust tan delicado cortés y afectuoso era con la gente importante como con la gente modesta. 

La misteriosa vida sexual de Proust.
Tema del que se ha escrito mucho y se sabe poco. Toda suerte de atribuciones amorosas, anécdotas muy escabrosas que nunca se sabe de dónde proceden…rumores, pero G. V. dice  no conocer ningún testimonio directo, un escándalo o una confidencia que los documenten. Así establece la base para reflexionar sobre el asunto: “Generalmente estamos muy mal informados sobre los deseos y los sentimientos de las personas. Unas los disimulan por discreción, otras por timidez y algunas por necesidad” Ni siquiera la correspondencia o las confidencias informan verazmente; el pudor, la prudencia, la vanidad, la visión personalista lo hacen imposible.  Por otra parte, “aun sin considerar los diferentes tipos de inversión sexual y limitándose a los seres que son normales de nacimiento se podría escribir un largo capítulo sobre anormalidades en el amor”.

 Aunque dice que “Para explicarse claramente sería necesario emplear el lenguaje de un clínico que tratase de la condición física de los individuos e incluso de su constitución psíquica” y hace pertinentes distingos entre el amor deseo, el amor pasión, el amor dependencia el amor ternura y otros, él argumenta su análisis con un largo estudio del concepto, de sus componentes espirituales y psicológicos, y la relación de estos con el placer sexual en la obra de Proust y de Stendhal. Hablando de Octave, personaje de Armance, de Stendhal: “Armance es la historia de un “babilan”. La palabra de origen italiano fue usada por primera vez, en francés, por el presidente de Brosses en Cartas familiares (1739-1740). El babilan es un amante platónico por decreto de la naturaleza. Más crudamente en nuestros días se usa el término “impotente”, pero un babilán no es siempre un impotente. Octave es capaz de dar placer a su joven esposa, pero quizá está imposibilitado para compartir ese placer.”  De un amigo que  se interesaba ardientemente por las mujeres: “mi sorpresa fue grande cuando me confesó que no era capaz de poseer a las mujeres en las que pensaba constantemente”.

Además: ”Aunque en la mayor parte de su obra P. no hace concesiones al público [.......] también cabe preguntarse si al poblar La Recherche de invertidos de ambos sexos e introduciendo escenas escabrosas no ha cedido a la tentación de seducir, como tantos escritores y cineastas, a los aficionados a las obras licenciosas”. O: no hay ningún tema que no sea tratado en La Recherche, ¿Por qué habría de eludirse este?

En fin, si es imposible estar informados de la vida amorosa de Proust, lo único honesto que se puede hacer es analizar los datos que poseemos, dice G. V., y les pasa revista. Aparte del amor  adolescente por  Marie Bernardaky, parece que hacia los veinte años mantuvo relaciones con una joven vienesa,  se sabe de su enamoramiento de Jeanne Pouquet y que  los amigos en cuyo círculo se movía eran manifiestamente mujeriegos. Además, se olvida que sus muchísimas amistades femeninas eran cultas y espirituales como las masculinas y que en la correspondencia que mantiene con ellas emplea los mismos términos laudatorios y cariñosos que con sus amigos.

Sobre las amistades amorosas masculinas de Proust no se puede ser afirmativo con la misma claridad. Se sabe que estuvo vinculado a un joven suizo atractivo e inteligente, luego a un inglés. Los dos murieron jóvenes y Proust experimentó gran pena. Muy unido también a Reynaldo Hahn viajó con él a Bretaña y mantuvieron una larga amistad. Se da por hecha su “liaison”significando que había entre ellos relaciones sexuales. Si Reynaldo hubiera sido sólo un hombre atractivo quizá podría creerse, pero Reynaldo era un ser excepcional: músico notable como pianista y compositor, gran conversador en cuatro o cinco idiomas, autor de éxito… Se concibe perfectamente que Proust se complaciera en la compañía de Reynaldo por las extraordinarias cualidades de su espíritu y sus dotes de músico. Como saber no se sabe más. También se habla de su “liaison” con Lucien Daudet. Proust era amigo de la familia Daudet. Muy amigo de Léón el hermano mayor, cuya intervención fue decisiva en la concesión del Goncourt, pero Lucien era más afin a Proust en carácter y en ideología, los dos tenían las mismas aspiraciones para las cosas del espíritu. Amaban los dos la conversación y la vida social. Tenían mucho tiempo libre. No bastaría eso a explicar su asiduidad?

El colmo de lo morboso en que biógrafos y comentaristas se entretienen es la relación de Proust con su secretario Alfred Agostinelli. “La hipótesis ha sido enunciada por biógrafos que no conocieron a ninguno de los dos y poseen informaciones de segunda mano. Veamos los hechos”.

Proust conoce a Agostinelli en 1907; es uno de los tres chóferes que él emplea indistintamente en en Cabourg durante el verano y en París en invierno. En esta época los automóviles eran raros y al oficio de conductor se dedicaban jóvenes que tenían pasión por la mecánica y que gozaban de un marchamo de deportistas, como ocurrió más tarde con los aviadores. En 1911 en París, Agostinelli se dirige a Proust solicitando una recomendación de trabajo para Anna, su querida; el escritor lo atiende y Agostinelli desaparece sin que Proust, al parecer, se interese en retenerlo. El verano de 1913 Proust parte para Cabourg conducido por Agostinelli. La estancia sólo dura 10 días. Proust vuelve con él a París de manera imprevista, sin siquiera recoger sus cosas en el hotel y el matrimonio Agostinelli se instala en la casa del boulevard Haussman.
Como Odilón Albaret, ya casado con Céleste, ejerce de chófer, Agostinelli es contratado como secretario. De esa época, Proust a su anterior secretario Albert Nahmias:. “Evite hablar de mi secretario, (ex - mecánico). La gente es tan estúpida que podrían ver en eso (como han visto en nuestra amistad) alguna traza de pederastia. Me da lo mismo por mí, pero no querría  afligir a este muchacho.”
Por entonces parece que tuvo proyectos de matrimonio con una viuda. En cartas a dos amigos alude a “una persona a la que veo raramente en París” (que no es Agostinelli ni Anna, ya instalados en su casa) y a una “situación delicada”. Cabe pensar que ese asunto fuera el desencadenante de su retorno precipitado. Pero no se sabe de quién ni de qué se trata.  .

 “¿Pueden imaginarse juegos amorosos entre el hombre débil y enfermizo que era Proust en esa época y Agostinelli?, ¿con el consentimiento de su mujer?, ¿sin que lo supiera Céleste que no simpatizaba con  la pareja? Esta relación amorosa nos parece totalmente improbable a quienes, como yo, conocimos a Proust en esa época. Yo creo que lo que se ha sospechado una liaison fue, en realidad la inclinación de un hombre débil, frágil, incapaz de ir y venir libremente, que llevaba una vida artificial,  semirreclusa y laboriosa hacia un hombre  joven, apuesto, activo y que sentía por el escritor un sincero afecto”.

En cuanto a las expresiones de afecto o de pena que se pueden documentar en cartas o conversaciones tras la muerte de Agostinelli,  Proust las prodigaba habitualmente, era su estilo: “No hay que olvidar que usaba con frecuencia el superlativo. Usaba, por ejemplo la palabra ternura, en donde la mayoría de la gente utiliza afecto o aprecio”. No obstante, en la última carta a Agostinelli, escrita el 30 de mayo de 1914, el mismo día que el aviador murió en el mar cerca de Antibes, Proust, tras citar una poesía de Mallarmé “que a usted tanto le gusta aun encontrándola oscura”, habla del avión que pensaba regalarle y termina sencillamente:“Le estrecho amistosamente la mano”.  “Si en nuestra primera entrevista Proust me habló largamente de Agostinelli y la pena que le causaba su muerte, en adelante no mencionó  delante de mí al aviador. Su tristeza se había disipado. Fue la guerra con sus angustias, sus sufrimientos y sus duelos lo que marcó en adelante la vida de Proust”.

Lo que sigue es la conclusión de G.V. ; “Respecto a la vida amorosa de Proust no sabemos nada preciso. Fue sensible a la belleza a la gracia, al encanto de los seres de ambos sexos, pero eso no es exclusivo de Proust.
Se ha hablado de sus relaciones con mujeres y con hombres, pero nada se puede afirmar al respecto.
Por mi parte creo que a Proust siempre le faltaron los medios físicos necesarios para una verdadera vida amorosa, es decir para una vida sexual.
En la época en que lo conocí, no estaba enfermo pero vivía como tal [……….] llevando en el plano corporal una existencia reducida, incompleta, restringida.
Antes de esta época,  me han dicho sus antiguos amigos que en el plano físico estaba en el mismo estado de fragilidad, de debilidad, de indigencia.
Reuniendo todo lo que he comprendido en mis largas entrevistas con Proust, adquirí la convicción de que era un “babilan”,  más completamente que lo fue el Octave de la novela de Stendhal.
En los sentimientos que haya podido experimentar por los seres de uno u otro sexo la imaginación tuvo más que ver que los sentidos. Estos sentimientos pueden pues ser calificados de platónicos según la expresión acuñada hace mucho tiempo para ese género de inclinación”

El carácter y la obra. Del mismo modo ponderado Gautier Vignal va pasando revista a la vida y el carácter de Proust nada melancólico, dice, sino jovial, dulce y de una infinita paciencia, siempre dirigido a complacer y a gustar a los demás. También a la obra en un estudio agudo y elogioso. Y respecto a ella igualmente algunas demostraciones desmitificadoras acerca de lo que se ha juzgado conocimiento exhaustivo de Proust acerca de pintura, música, filosofía…pero quizá lo mas curioso es esta apreciación: ”Me parece sin embargo que la crítica concede demasiada importancia a la noción de tiempo perdido y recobrado. La concepción proustiana es nueva en la literatura novelesca, pero el sentimiento de la huida del tiempo no es una revelación reservada a los grandes espíritus. Está al alcance de todos”.

Puede coincidirse más o menos con la visión que Louis Gautier Vignal ofrece de Proust, pero no cabe duda de que esta mirada a ras de suelo es una aportación presidida por el amor a la verdad y como él mismo diría “higiénica” contra la suposición y la mitomanía que embrollan la biografía del autor de À la Recherche.

Sevilla, octubre de 2010

jueves, 19 de agosto de 2010

De un tirón! La frase más larga.

 Esa de más de mil cuatrocientas palabras que no encontraba en ÀLRDTP. Porque no pertenece a su texto: está en Contre Sainte-Beuve,  en el capítulo y página que se citan de la edición de Gallimard.

Mi curiosidad es si puede verterse al castellano tal cual, conservando la sintaxis y la puntuación. Nada más fácil que convertirla a la norma, pero también en francés el texto es un auténtico exceso y no exactamente un prodigio de elegancia sintáctica, con sus redundancias excesivas,  abuso de consecutivas, vertebrado sobre  pronombres cuyo antecedente (la race maudite) se pierde en las lejanías de una  maraña sintáctica de digresiones y enumeraciones uniformente pautadas por comas con sólo dos concesiones al punto y coma. Hipérbatos fortísimos, pero, que si se examinan con cuidado, apenas caen en el anacoluto ni yerran en la complicadísima consecutio temporum. ¡Qué pasión y qué audacia!

Proust, tan quisquilloso en punto a sintaxis, escribiendo a sus amigos para comentar las menudas faltas de propiedad que aparecían en las obras por ellos publicadas! No cabe duda de que este fragmento está compuesto así intencionadamente y que le habría sido más fácil ritmarlo como hace cuando lo retoma en Sodome et Gomorrhe I. Además, el mismo Proust es consciente de la desmesurada extensión de sus periodos gramaticales. En una carta de 1905 a Robert Dreyfus: ".... me siento obligado a tejer estas largas hebras de seda tal como las hilo, y si abreviara mis frases resultarían trocitos de frase, no verdaderas frases" .

Hago el experimento y no sé si contravengo la máxima de traducción: “tan literal como sea posible, tan libre como sea necesario”. Entiendo que en este caso la literalidad sintáctica es lo necesario para trasladar el sentido de esta enormidad.  Además confieso que es también mi preferencia: detesto esas traducciones que se dedican a “mejorar” al traducido o lo hacen hablar como un castizo del idioma de recepción. El personal sentido de lo castizo de cada traductor nos ha proporcionado algunas versiones que dios nos valga! El respeto a su lengua y a la mía hace que no tenga ningún propósito de castellanizar a Proust.
Las 1411 palabras francesas arrojan 1293 en esta versión.
Doy, al final, el texto original.


LA RAZA MALDITA (Fragmento)
Contre Sainte - Beuve. Gallimard. Folio essais. 249, 253

Raza maldita ya que lo que es para ella el ideal de la belleza y el alimento del deseo es también el objeto de la vergüenza y el temor al castigo, y obligada a vivir hasta en los banquillos del tribunal a los que llega como acusada y delante de Cristo en la mentira y el perjurio, porque su deseo sería de alguna manera, si supiera comprenderlo, inadmisible, dado que amando sólo al hombre que no tiene nada de mujer, al hombre que no es “homosexual”, no es ese quien pueda saciar un deseo que tal raza no debía poder experimentar por él más que él por ella si el deseo de amor no fuera un gran mentiroso y no prestara a la más infame “tía”(1) la apariencia de un hombre, de un auténtico hombre como los demás, que milagrosamente sería presa de amor o de condescendencia para con ella, raza obligada como los criminales a ocultar su secreto a quienes más ama, temiendo el dolor de su familia, el desprecio de sus amigos, el castigo de las leyes de su país; raza maldita, perseguida como Israel y como ese pueblo terminando, en el oprobio común de una abyección inmerecida, por adquirir unos caracteres comunes, la apariencia de una raza, al llegar a tener todos sus miembros ciertos rasgos físicos que a menudo repugnan aunque a veces sean bellos, unos corazones de mujer amorosos y delicados, pero también una naturaleza femenina sospechosa y perversa, coqueta y chismosa, facilidad de mujer para brillar en todo, incapacidad de mujer para sobresalir en nada; excluidos de la familia, con quien no pueden manifestarse en entera confianza, de la patria a cuyos ojos son criminales clandestinos, de sus propios semejantes, a quienes inspiran el desagrado de reconocerse, la advertencia de que lo que creían un amor natural es una locura enfermiza y también esa femineidad que les repugna, corazones amantes sin embargo, excluidos de la amistad porque sus amigos podrían sospechar que no es amistad pura lo que se experimenta por ellos pero tampoco comprendidos si confesaran que lo que sienten es otra cosa, objeto ora de un desconocimiento ciego que no los ama más que ignorándolos, ora de una repugnancia que los incrimina en lo que tienen de más limpio, ora de una curiosidad que intenta explicarlos y los comprende al revés, elaborando respecto a ellos una psicología de soldado de infantería (2) que, incluso creyéndose imparcial es tendenciosa y admite a priori, como esos jueces para quienes un judío es por naturaleza traidor, que un homosexual es fácilmente un asesino; como Israel buscando lo que no son y lo que nunca será suyo, pero experimentando los unos por los otros, por encima de las aparentes maledicencias, rivalidades y desprecios del menos homosexual por el más homosexual, como el más desjudaizado por el judío, una solidaridad profunda, en una especie de franc-masonería que es más vasta que la de los judíos porque lo que de ella se conoce es nada y sin embargo se extiende hasta el infinito más poderosa, por otra parte, que la verdadera fanc-masonería porque se asienta sobre una conformidad de naturaleza, una identidad de gustos, de necesidades, por decirlo así de reconocimiento y de comercio, con el granuja que le abre la portezuela del coche, o más dolorosamente a veces con el prometido de la propia hija y a veces, amarga ironía, con el médico que pretende que lo cure de su vicio, con el hombre de mundo que lo veta en el círculo, con el cura que lo confiesa, con el magistrado civil o militar encargado de interrogarlo, con el soberano que lo hace perseguir, y argumentando estúpida y continuamente con una satisfacción constante (o irritante) que Catón era homosexual igual que los judíos argumentan que Jesucristo era judío , sin comprender que no había homosexuales en la época en que la costumbre y el buen tono eran convivir con un hombre joven igual que hoy lo es mantener a una bailarina, en la que Sócrates, el hombre más moral que hubo jamás, hizo bromas escabrosas sobre dos jovencitos sentados juntos, bromas completamente naturales como se hacen a un primo y una prima que parecen estar mutuamente enamorados y que son más reveladoras de un estado social que de teorías que podrían ser sólo personales, igual que no había judíos antes de la crucifixión de Jesucristo, hasta el punto de que, por original que resulte, el pecado tiene su origen histórico en una disconformidad posterior al concepto; pero probando entonces por su resistencia a la predicación, al ejemplo, al desprecio, a los castigos de la ley, una disposición que el resto de los hombres saben tan fuerte y tan innata que les repugna más que los crímenes que necesitan una lesión de la moralidad, porque los crímenes pueden ser ocasionales y cualquiera puede comprender el acto de un ladrón o un asesino pero no de un homosexual; parte, así pues, repudiada de la humanidad, pero, sin embargo, miembro esencial, invisible, innumerable de la familia humana, sospechado donde no está, expuesto, insolente, impune donde no se lo conoce, en todas partes, en el pueblo, en el ejército, en el templo; en el teatro, en presidio, sobre el trono, desgarrándose pero sosteniéndose, no queriendo conocerse, pero reconociéndose y adivinando un semejante del que sobre todo no quiere confesarse a sí mismo – menos aún que lo sepan los demás – que sea su igual, viviendo en la intimidad de aquellos a quienes la vista de su crimen, si un escándalo se produjera, volvería, como la vista de la sangre, feroces como las fieras, pero como el domador, al verlos pacíficos en la sociedad, jugando con ellos, hablando de homosexualidad, provocando sus gruñidos, porque nunca se habla tanto de homosexualidad como delante de un homosexual, hasta el día infalible en que, tarde o temprano, será devorado, igual que el poeta recibido en todos los salones de Londres, (3) perseguidos él y sus obras, sin que se le pudiera encontrar un lecho donde dormir ni un teatro donde representarlas, y después de la expiación y la muerte, ya con una estatua erigida sobre la tumba, obligado a travestir sus sentimientos, a cambiar todas sus palabras, a cambiar al femenino sus frases, a dar conscientemente excusas a sus amigos, a la cólera de ellos, más embarazado por la necesidad interior y el orden imperioso de de no creerse presa de un vicio que por la necesidad social de no dejar ver sus gustos; raza que pone su orgullo en no ser una raza, en no ser diferente del resto de la humanidad para que su deseo no se le represente como una enfermedad, su realización misma como una imposibilidad, sus placeres como una ilusión, sus características como una tara hasta el punto que estas páginas, las primeras, puedo decirlo, desde que hay hombres y que estos escriben, que se le hayan consagrado en espíritu de justicia por sus méritos morales e intelectuales, que no están como se dice afeados en ella, de piedad por su infortunio innato y por sus desdichas injustas, serán las que ella escuche con más cólera y que leerá con el sentimiento de mayor pena, porque si en el fondo de todos los judíos hay un antisemita al que se halaga más si se le considera un cristiano aunque se le encuentren todos sus defectos, en el fondo de todo homosexual hay un antihomosexual a quien no se puede infligir mayor insulto que reconocerle los talentos, las virtudes, la inteligencia, el corazón, y en suma, como a cualquier carácter humano el derecho al amor bajo la forma que la naturaleza nos (4) haya permitido concebirlo, aunque, para decir verdad se está obligado a confesar que esta forma es rara, que estos hombres no son iguales a los demás. (5)


1. En esta época el término homosexual no era de curso legal en Francia. Recién importado de Alemania se dudaba en utilizarlo.En francés se empleaba el coloquialismo "tante": así el primer capítulo de Sodome et Gomorrhe se titula La race des tantes.

2. Soldado de infantería. La traducción no ofrece duda, pero el sentido se me escapa.

3. Alusión indudable a Oscar Wilde, muerto en 1900, ocho años antes de la redacción de Contre Sainte-Beuve.

4 "nos" pot "le". Anacoluto que no me atrevo a subsanar por razones evidentes

5. Contradicción flagrante: con esta última frase el autor cae en lo que está criticando.


Original
Race maudite puisque ce qui est pour elle l´idéal de la beauté et l'aliment du désir est aussi l'objet de la honte et la peur du châtiment, et qu'elle est obligée de vivre jusque sur les bancs du tribunal où elle vient comme accusée et devant le Christ, dans le mensonge et dans le parjure, puisque son désir serait en quelque sorte, si elle savait le comprendre, inadmissible, puisque n'aimant que l´homme qui n'a rien d'une femme, l'homme qui n'est pas « homosexuel », ce n'est que de celui-là qu'elle peut assouvir un désir qu'elle ne devrait pas pouvoir éprouver pour lui, qu'il ne devrait pas pouvoir éprouver pour elle, si le besoin d'amour n'était pas un grand trompeur et ne lui faisait pas de la plus infame  tante » l`apparence d´un homme, d'un vrai homme comme les autres, qui par miracle se serait pris d'amour ou de condescendance pour lui, puisque comme les criminels elle est obligée de cacher son secret à ceux qu´elle aime le plus, craignant la douleur de sa famille, le mépris de ses amis, le châtiment de son pays; race maudite, persécutée comme Israël et comme lui ayant fini, dans l´opprobre commun d´une abjection imméritée, par prendre des caractères communs, l´air d'une race, ayant tous certains traits caractéristiques, des traits physiques qui souvent répugnent, qui quelquefois sont beaux, des cœurs de femme aimants et délicats, mais aussi une nature de femme soupçonneuse et perverse, coquette et rapporteuse, des facilités de femme à briller à tout, une incapacité de femme à exceller en rien; exclus de la famille, avec qui ils ne peuvent être en entière confidence, de la patrie, aux yeux de qui ils sont des criminels non découverts, de leurs semblables eux-mêmes, à qui ils inspirent le dégoût de retrouver en eux-mêmes l´avertissement que ce qu´ils croient un amour naturel est une folie maladive, et aussi cette féminité qui leur déplaît, mais pourtant cœurs aimants, exclus de l´amitié parce que leurs amis pourraient soupçonner autre chose que de l”amitié quand ils n éprouvent que de la pure amitié pour eux, et ne les comprendraient pas s'ils leur avouaient quand ils éprouvent autre chose, objet tantôt d'une méconnaissance aveugle qui ne les aime qu´en ne les connaissant pas, tantôt d´un dégoût qui les incrimine dans ce qu´ils ont de plus pur, tantôt d'une curiosité qui cherche à les expliquer et les comprend tout de travers, élaborant à leur endroit une psychologie de fantassin qui, même en se croyant impartiale est encore tendancieuse et admet a priori, comme ces juges pour qui un Juif était naturellement un traître, qu´un homosexuel est facilement un assassin; comme Israël encore recherchant ce qui n”est pas eux, ce qui ne serait pas d'eux, mais éprouvant pourtant les uns pour les autres, sous l´apparence des médisances,des rivalités, des mépris du moins homosexuel pour le plus homosexuel comme du plus déjudaïsé pour le petit Juif, une solidarité profonde, dans une sorte de franc-maçonnerie qui est plus vaste que celle des Juifs parce que ce qu'on en connaît n'est rien et qu'elle s´étend à l'infini et qui est autrement puissante que la franc-maçonnerie véritable parce qu´elle repose sur une conformité de nature, sur une identité de goût, de besoins, pour ainsi dire de savoir et de commerce, en voiture dans le voyou qui lui ouvre la portière, ou plus douloureusement parfois dans le fiancé de sa fille et quelquefois avec une ironie amère dans le médecin par qui il veut faire soigner son vice, dans l'homme du monde qui lui met une boule noire au cercle, dans le prêtre à qui il se confesse, dans le magistrat civil ou militaire chargé de l´interroger, dans le souverain qui le fait poursuivre, radotant sans cesse avec une satisfaction constante (ou irritante) que Caton était homosexuel, comme les Juifs que Jésus-Christ était Juif, sans comprendre qu”il n'y avait pas d'homosexuels à l'époque où l´usage et le bon ton étaient vivre avec un jeune homme comme aujourd'hui d'entretenir une danseuse, où Socrate, l´homme le plus moral qui fût jamais, fit sur deux jeunes garçons assis l”un près de l”autre des plaisanteries toutes naturelles comme on fait sur un cousin et sa cousine qui ont l´air amoureux l´un de l'autre et qui sont plus révélatrices d'un état social que des théories qui pourraient ne lui être que personnelles, de même qu'il n'y avait pas de Juifs avant la cruciñxion de jésus-Christ, si bien que pour originel qu'il soit, le péché a son origine historique dans la non-conformité survivant à la réputation; mais prouvant alors par sa résistance à la prédication, à l´exemple, au mépris, aux châtiments de la loi, une disposition que le reste des hommes sait si forte et si innée qu´elle leur répugne davantage que des crimes qui nécessitent une lésion de la moralité, car ces crimes peuvent être momentanés et chacun peut comprendre l´acte d'un voleur, d'un assassin mais non d´un homosexuel; partie donc réprouvée de l´humanité mais membre pourtant essentiel, invisible, innombrable de la famille humaine, soupçonné là où il n'est pas, étalé, insolent, impuni là où on ne le sait pas, partout, dans le peuple, dans l´armée, dans le temple; au théâtre, au bagne, sur le trône, se déchirant et se soutenant, ne voulant pas se connaître mais se reconnaissant, et devinant un semblable dont surtout il ne veut pas s'avouer de lui-même - encore moins être su des autres – qu´il est le semblable, vivant dans l´intimité de ceux que la vue de son crime, si un scandale se produisait, rendrait, comme la vue du sang, féroces comme des fauves, mais habitué comme le dompteur en les voyant pacifiques avec lui dans le monde à jouer avec eux, à parler homosexualité, à provoquer leurs grognements si bien qu'on ne parle jamais tant homosexualité que devant l´homosexuel, jusqu'au jour infaillible où tôt ou tard il sera dévoré, comme le poète reçu dans tous les salons de Londres, poursuivi lui et ses oeuvres, lui ne pouvant trouver un lit où reposer, elles une salle où être jouées, et après l´expiation et la mort, voyant' s'élever sa statue audessus de sa tombe, obligé de travestir ses sentiments, de changer tous ses mots, de mettre au féminin ses phrases, de donner à ses propres yeux des excuses à ses amitiés, à ses colères, plus gêné par la nécessité
intérieure et l´ordre impérieux de son vice de ne pas se croire en proie à un vice que par la nécessité sociale de ne pas laisser voir ses goûts; race qui met son orgueil à ne pas être une race, à ne pas différer du reste de l´humanité, pour que son désir ne lui apparaisse pas comme une maladie, leur réalisation même comme une impossibilité, ses plaisirs comme une illusion, ses caractéristiques comme une tare, de sorte que les pages les premières, je peux le dire, depuis qu'il y a des hommes et qui écrivent, qu´on lui ait consacrées dans un esprit de justice pour ses mérites moraux et intellectuels, qui ne sont pas comme on dit enlaidis en elle, de pitié pour son infortune innée et pour ses malheurs injustes, seront celles qu'elle écoutera avec le plus de colère et qu´elle lira avec le sentiment le plus pénible, car si au fond de presque tous les Juifs il y a un antisémite qu´on flatte plus en lui trouvant tous les défauts mais en le considérant comme un chrétien, au fond de tout homosexuel, il y a un anti-homosexuel à qui on ne peut pas faire de plus grande insulte que de
lui reconnaître les talents, les vertus, l´intelligence, le cœur, et en somme comme à tout caractère humain, le droit à l´amour sous la forme où la nature nous a permis de le concevoir, si cependant pour rester dans la vérité on est obligé de confesser que cette forme est étrange, que ces hommes ne sont pas pareils aux autres.

Sevilla, agosto de 201
Etiqueta. Traducciones

viernes, 6 de agosto de 2010

Para Tgandara

 
Tus objeciones son razonables, pero aquí expreso criterios míos y se da el caso de que la literatura, el arte, que prefiero es la enigmática, la que insistentemente hace que el lector se plantee preguntas, no la que explica, promueve historias consumibles y aceptación del punto de vista autoral. Por eso, es cierto, no quiero a los personajes y nunca me ha hecho llorar una novela. Me conmueven de otra manera.

Pienso que si la lectura fuera distracción y consenso sería de la misma naturaleza que cualquier acto de consumo o curiosidad chismosa.  Y para posibles respuestas (por muy antiproustiano que esto sea) mejor la ciencia.

La actividadidad que acepto como destinataria es el enfrentamiento con el discurso formal-temático que el autor plantea. El estilo es para mí, como para Proust  (más o menos, cito de memoria)  la marca de transformación que el pensamiento del autor hace sufrir a la realidad y a la lengua. Pero que ambas cosas me admiren e interesen mucho no significa que me identifique con las que un autor propone

El lenguaje que uso para hablar de la literatura? No es el único posible. Se puede ir desde el de La Rueda de Virgilio al de la escuela idealista. Yo prefiero, para esto, terminología de contornos más precisos 

De todas formas, gracias por  debatir estas cosas; que nos interesen ya es tener algo en común ¿No crees?
 Agosto de 2010
mcmejias

domingo, 28 de febrero de 2010

Autoficción

I. Moby Dick no es una ballena
Ni siquiera cuando se comporta como una ballena.

 El Yo narrador de la Recherche no es Marcel Proust, ni siquiera cuando se comporta como Marcel Proust.

 La Recherche no es una autobiografía real ni encubierta. Sus peculiaridades narrativas la situan dentro de lo que muchos críticos están llamando autoficción. Ese es el pacto autor-lector y en este entendimiento radica la actitud lectora necesaria para su comprensión.

Y aquí un minuto para delimitar fronteras porque autoficción es un término tan atractivo como impreciso.
 Sergi Dubrovsky acuña el neologismo « autoficción » y lo define en 1977 como“Fiction d’événements et de faits strictement réels, si l’on veut, autofiction, d’avoir confié le langage d’une aventure à l’aventure du langage, hors sagesse et hors syntaxe du roman, traditionnel ou nouveau”. Subrayo lo más interesante y menos confuso de tal definición  “hechos estrictamente reales”…confiado(s) a la aventura del lenguaje  “fuera del propósito y de la sintaxis de la novela, tradicional o moderna”. Es decir: Dubrovsky deja claro que a lo que llama autoficción es a la biografía  cuando el autor decide fijar  su vida por escrito y, virtual o intencionadamente, entregarla a un lector.
Como sinónimo de autobiografía el término nada aporta, pero es útil como tecnicismo que venga a rellenar la casilla de lo que léxicamente indica: mezcla de autobiografía y ficción, y por ello (aparte de la curiosa historia de tal neologismo en la que no voy a entrar aquí)  se está utilizando cada vez más para referirse a una fabulación en primera persona que tome como marco una vida real. Este sentido sería  verdaderamente operativo, y a él me sumo porque me parece especialmente descriptivo para la modalidad narrativa de  la Recherche. 

 Volviendo al discurso. Autobiografía es el relato retrospectivo en que el autor, el narrador y el protagonista se identifican explícitamente, son una misma persona, un ser  real que cuenta su propia existencia poniendo el acento en su vida individual, ateniéndose a datos igualmente reales y que aparece con un lenguaje elaborado o no, dirigida al público o para uso privado, en memorias, confesiones o diarios personales y cuya validez se mide por la veracidad del contenido.

En cambio la novela, por definición, renuncia a la descripción de lo real y a la construcción histórica del yo que caracteriza al diario íntimo o la confesión y se abre a la imaginación literaria que aquellos excluían. El resultado es un ente de ficción, un mundo literario cuyo grado de ficcionalidad depende de la voluntad del autor, pero no una autobiografía. Es un texto literario que aun tomando materiales de experiencias personales y sociales (¿qué novela, incluso las de fantasía, no lo hace?) crea una acción  y unos personajes  remitidos al mundo de lo conceptual  fictivo- artístico-literario, no al de lo histórico.
La autoficción como narración en primera persona, es muy distinta en su efecto a la primera persona de la novela picaresca. Establece un grado distinto de veracidad: frente a "yo soy Lázaro de Tormes" dice como Rimbaud: "yo es otro" y si tal cosa se quiere subrayar, requiere un estilo narrativo diferente. Consiste, sobre todo, en una manera sutil que el libro tiene de atenderse a sí mismo. Instalada en el mundo de la creación literaria, establece vínculos vagos, pero eficaces, entre protagonista y autor diseminando entre ellos transparencias encaminadas no a proporcionar datos  biográficos, sino  referencias a la totalidad que sirve de marco a la obra. Lo interesante es que como método del narrar proyecta  la actividad del lector no el doble plano de la biografía y la novela, sino en los de la historia narrada  y la historia de su escritura, lo que he oído a Javier Marías llamar “la novela de una novela” o lo que la crítica llama mise en abyme.

La frontera entre autobiografía y autoficción no es borrosa, aunque haya suscitado discusiones que terminan en lindezas del tipo “Da lo mismo, lo que el lector quiere es conocer experiencias de vida no experiencias literarias”. Patente desenfoque en la afirmación de Lejeune. Ese lector hará mejor en dirigirse a documentos de psico-sociología.



 
II. Subir una escalera mecánica que baja

La confusión entre autobiografía más o menos encubierta y autoficción produce en ciertos receptores una lectura equivocada de la  Recherche: en algún estrato de su descodificación identifican a los personajes con seres reales y al autor con el narrador de la obra, se encuentran confundiendo a Albertine con Agostinelli, a Charlus con Montesquiou o al narrador con Marcel Proust, y esos lectores suben a contrapié la escalera, tratando  de reconocer a través de personajes de ficción habitantes del mundo real histórico. Desde esta óptica, el significado del libro viene a resultar para ellos una estampa de época o un diagnóstico clínico  de las obsesiones del autor, lo que sería  como si la lectura de Moby Dick  interesara por la experiencia marinera de Melville o la biología de las ballenas y estimase la obra y  su relevancia ateniéndose a  que Melville no distingue  ballena de cachalote o incluso se refiere a ella como pez, cosa, sin embargo, completamente irrelevante para el sentido de la novela. Menos abstracta que la poesía, la novela no es, sin embargo, un chismorreo acerca de sus personajes ni de su autor. 

Cosa diferente es que un biógrafo o un historiador encuentren en la obra literaria datos interesantes para sus investigaciones. Pero lo que estrictamente diferencia novela y autobiografía son la naturaleza literaria, el pacto autor- lector, y la libertad del lector en la creación del sentido.

Lo literario.
 Proust sobre un texto de Sthendal:……plaçait la litterature  non seulement au dessous de la vie, dont elle est au contraire l´aboutissement, mas des plus fades distractions. …… une conception de la littérature que je blâme, car elle fait de la littérature l´équivalent d´une belle soirée oú le zambayon est délicieux…… tout à l´opposé de ce poème ou même de cet alexandrin unique vers lequel tendent, selon Mallarmé, les diverses e vaines activités de la vie universelle (M. P., prólogo a Tendres stocks de Paul Morand,1920)
(«……  ponía la literatura no sólo por debajo de la vida, de la cual es, por el contrario, la cima, sino de las más insípidas distracciones…….  una concepción de la literatura que detesto, pues hace de ella el equivalente de una bonita velada en la que la crema sabayón es deliciosa…… todo lo contrario de ese poema o incluso de ese único alejandrino al que tienden, según Mallarmé, las diversas y vanas actividades de la vida universal”)

¿En qué consiste la literaturidad de un texto? Podemos saltarnos  sin problema  las hipótesis de los cientos de escuelas críticas que en busca de una definición de literatura estructuran su análisis sobre dicotomías (evaluación o descripción, objetivismo o subjetivismo, mímesis o semiosis, contenido o forma, etc.) uno de cuyos términos es  erróneo y el otro bueno para fundamentar sus postulados, y situarnos mucho más modestamente en la descripción de la existencia de textos  cuyas propiedades los diferencian de otros textos prácticos (científicos, informativos, documentales etc.), que los usuarios de una lengua aceptan clasificar como literatura y les reconocen como característica  que la sociedad puede usarlos sin referirlos necesariamente a su contexto de origen, porque la pertinencia de los mismos no consiste en “noticiar” acontecimientos, sino que se centra en la naturaleza estética y significativa del mensaje, conseguida por medios lingüísticos no transferibles. Textos asociados al placer de la recepción y al interés por un particular modo de expresión y composición que hacen de ellos  un modo especial, y específicamente artístico.

¿En qué reside la significación de la Recherche, en los acontecimientos, en el discurso histórico o en la construcción de esa voz por la que el narrador, con el acto mismo de su narrar, se convierte en el sujeto del enigma que comporta todo relato, y en la frase serpentina que impone un tempo de lectura, y permite la exposición digresiva, el culto al detalle sofisticado, la pelea lectora con la sintaxis? ¿Tendría el mismo sentido relatada en un estilo objetivo, llano, atropellado y directo?

 Lo que caracteriza a un escritor es la invención de un lenguaje: un  modo de narrar, un ritmo de ideas y forma  que singulariza  y trasciende el uso estrictamente lingüístico suficiente para relatar una historia, ese es su patrimonio individual y no su sexo, su sensibilidad política, sus experiencias personales ni el género a través del que se expresa. Un texto es literatura o no lo es. Y convenido está que la Recherche es una obra literaria.


El lector y el sentido
 Pero este modo de relacionarse con la lengua supone un extremo ejercicio de atención también por parte del receptor quien de los acontecimientos narrados tendrá que captar el uso personal del lenguaje, el significado del ritmo narrativo, el papel de la ironía, la forma que el texto tiene de reflexionar sobre sí mismo, el límite escéptico…porque en el texto literario el sentido no se afirma ni se niega, se sugiere y se suspende en el solo gesto en que el autor lo entrega a sus lectores. El texto literario funciona como enigma, pensamiento y emoción de una rara literalidad.

De los anteriores supuestos  se deduce que la forma de leer la Recherche como literatura no puede basar su decodificación en sucesos, anécdotas y superintrepretaciones externos al texto, como la psicología de su autor, el comportamiento de sus conocidos o la realidad topográfica de sus escenarios. El lector que así procediera estaría en la situación desesperada y un poco cómica de los dos críticos que trataron de reconstruir el itinerario y la topografía de le petit train en el que se desplaza el narrador por la comarca de Balbec. En vano. Porque el trenecillo de la costa existía, pero el itinerario que recorre en la novela es imposible e incoherente. Hay un borrador de Proust con dos planes  para el recorrido que consisten en una lista etimológica de nombres para las estaciones, sin preocuparse para nada de su existencia real o su situación geográfica. Imaginemos el error de quien leyendo los viajes a la Raspelière o Incarville quisiera localizar estos puntos o desplazarse a ellos peregrinando por las estaciones de la línea. El viaje sólo puede hacerse sobre la novela que aporta no un itinerario des chemins de fer, sino un despliegue de nombres lo más evocadores posibles de los topónimos de Normandía.

Lo mismo ocurre con los personajes, tienen realidad en el mundo literario de la Recherche, pero Proust no interrumpe su discurso estético introduciendo personajes reales. Los seres de la Recherche no son humanos, pertenecen al texto. El propio narrador es también un personaje literario cuya función consiste en dar profundidad  y relieve al mundo inventado a través de una existencia individual y, recíprocamente, encontrar en ese mundo la razón de sus rasgos y comportamiento. 

Y es que la interpretación del texto literario como tal no consiste en reconocer al modelo, sino la manera, el estilo y la fascinación por ese otro, personaje o narrador, cuya relación sensible con el mundo se relata y que no tiene por qué ser un calco de la vida del autor, sino que corresponde a su experiencia imaginaria. Lo que se nos entrega no es la biografía encubierta ni una guía sentimental o ética, es la pieza literaria. Aunque esta se inscriba necesariamente  en el tiempo, en el espacio y en la jerarquía social, en una novela no se lee la sociedad ni la vida, se las descifra, y Proust  no se cansa  de insistir en la naturaleza de la literatura y  las diferencias vida /literatura. No sólo son el objeto de su Ensayo sobre la lectura, también en la Recherche se extiende  sobre la idea y es muy explícito.

Hay que pensar por otra parte que la desdicha que nos resultaría más cruel, cambiar, convertirnos en otro, aniquilarnos, desdicha que nosotros no podemos percibir en la vida a causa de su lentitud y que cuando hemos cambiado, por el hecho mismo de que hemos cambiado, es este yo nuevo el que nos importa sin que nos lamentemos por el antiguo, la sufrimos completa, sin contrapeso de egoísmo, sin frecuentación ni oscurecimiento, en la lectura que después de haber identificado momentáneamente nuestro yo con el de los personajes los hace cambiar, nos los muestra no amando a los seres que amaban, dejando de dar importancia a aquello por lo que habrían dado su vida al comienzo, no viendo más de una vez al año a una persona por quien habían declarado morir antes que estar un día sin verla […...]  Este triste viaje que en la vida se cumple sin pena y sin darse cuenta, en estas montañas rusas de la lectura nos embarcamos para hacerlo en unas horas y sufrir los cambios que habitualmente la lentitud nos disimula……                           

A veces deseaba actuar algunas horas de mi vida como estos personajes. Si lo hubiera hecho, habría como todos los que lo han intentado, fracasado peligrosamente en todo en lo que ellos triunfan, me habrían metido en la cárcel al cabo de pocos días. Y no es que las novelas sean falsas, ni que la vida tenga menos posibilidades novelescas que en otros tiempos [……]  Y no es tampoco si los teóricos fracasan porque sean demasiado profundos, como les echan en cara los espíritus prácticos, al contrario, es por no serlo suficientemente, y por creer que las claridades superficiales de la inteligencia pueden penetrar, cuando el instinto es el único que puede, el misterio de lo particular literario……

Un hombre que a pesar del temor a los guardianes tratara de liberar a un prisionero porque d´Artagnan lo hizo, sería como un hombre acatarrado que habiendo leído que el aire libre mata los microbios, en lugar de seguir el instinto que lo empuja a calentarse se expusiera desnudo a la intemperie, o como un enamorado que, en lugar de hacer lo que en ese momento parece gustar a su amada, actuase al revés aplicando reglas leídas en Pascal. Las malas personas que consiguen tener una existencia tan novelescamente viciosa como ciertos héroes de Balzac es porque la construyen poco a poco, según las exigencias de su vicio y las inspecciones de su prudencia, sinceramente y no copiando la conducta de Vautrin o de Rastignac .
Esquisse XLVIII Fragment du cahier 30. LECTURA.  I. 791/ 2 y 3.

El pacto con el lector
No sólo es para poner a prueba la constancia de sus amantes para lo que las heroínas los someten a pruebas, sino para metamorfosearlos en lo que su amor ha descubierto en ellos. (M. P.)

Hay muchos tipos de lector amante, pero cualquiera, para ser interlocutor de un texto tiene que colaborar con el autor. El primer grado, e inexcusable, de colaboración entre ambos es el tan traído y llevado “pacto con el lector”, relación  que establece un acuerdo mutuo implícito por el que se regulan las expectativas del lector respecto al texto. La primera de ellas es que el lector necesita saber a qué clase de mensaje se enfrenta. En el pacto autobiográfico el autor, implícitamente, se compromete a que cuánto dice sea real y cierto. En el pacto ficcional el lector tiene que saber que se le entrega una historia imaginaria, lo que no implica que el escritor le esté mintiendo, sino que le presenta una verdad moral. Para la autoficción en sus diversas acepciones y particularmente para la Recherche en cuanto a su naturaleza biográfica o fictiva el pacto es especialmente importante.

Y en la Recherche no hay medias tintas. El pacto del autor existe. La interpretación que supone la participación activa del lector en la creación del sentido, para ser válida, no debe impugnar el contrato ni desbordar el cauce impuesto por el carácter verbal y semántico restrictivo del propio texto. Una cosa es elaborar el sentido a partir del texto dado y  otra hacer que el texto diga lo que el intérprete quiera que diga. Tampoco se niega que los factores extralingüísticos sean operativos  en la deconstrucción del mensaje, pero  aplicar al sentido textual datos biográficos funciona como una presuposición, es decir, un dato a partir del cual se infiere significado. Pero tal dato no aparece en el discurso, es ajeno a él, se refiere  a un universo que no es el textual. En el caso que nos ocupa la presuposición que identifica autor con Yo narrador equivoca al lector porque lo saca del enunciado narrado y lo confunde no sólo respecto al autor sino a la novela.

 Para ponerse en  “modo descodificación”, el lector necesita acercarse a la literatura  consciente del pacto con el autor,  saber qué tipo de aceptación se le pide. Actitud que podría ser descrita tomando prestado al teatro brechtiano el concepto de distanciamiento, por el cual el receptor se sitúa en la perspectiva adecuada para contemplar los sucesos narrados en el universo moral de la obra y mantener la capacidad de juicio sobre mensaje de  contenido y  forma literarios disipando el fenómeno de identificación sentimental. Lo que no quiere decir censurar sus sentimientos, sino tomar la distancia necesaria con el universo narrado, saberse exterior a él y entender la obra como descripción de un mundo interno. El distanciamiento es una actitud de alcance filosófico sin la cual el efecto artístico de la literatura sería mera retórica. Consiste precisamente en la singularización de los sucesos textuales, sin adscribirlos a  experiencias reales de un autor ni a generalidades de “la eterna naturaleza humana”. Quizás es especialmente necesaria esta actitud en la lectura de la Recherche para entender la obra como mundo autónomo y su forma como la representación de las contradicciones en las que residen las posibilidades de transformación del sentido, no como una serie de claves que oculten las experiencias vitales de Marcel Proust, cosa que genéricamente convertiría la novela en una adivinanza o una biografía fraudulenta.

Pero lo antedicho es un mínimo, es lo que correspondería escuetamente al pacto autor- lector. La operatividad del lector va, o puede ir, bastante más lejos, sobre todo si tiene que entendérselas con un  texto complejo.

Umberto Eco habla de dos tipos de lectores: un lector empírico, al que usualmente no gusta la poesía, que en un relato se interesa por el argumento de la obra y por saber cómo acaba, y otro lector que encuentra el disfrute más completo en la consciencia de los valores éticos (estéticos y significativos) de un “autor modelo” y hasta agotarlos necesita relecturas, “algunas historias hay que releerlas infinitas veces”, dice Eco, para convertirse en ese “lector modelo” a cuya búsqueda van el autor y la obra.

En la  Recherche Proust pone a prueba a su lector. En primer lugar establece un pacto de ficción: son innumerables las veces que en la propia obra, en la correspondencia y en artículos insiste en que él no es el narrador de la novela y en que tal o cual personaje no es una persona del mundo real. Si un lector de primer nivel tiende a rellenar los huecos de la ficción con la biografía del autor no será porque el pacto no sea explícito, pero hay que reconocer que se lo somete a un juego difícil porque el texto constante e intencionadamente lo pone al borde de la presuposición  situándolo en el límite del enunciado narrado.


III. “Marcel, mi querido Marcel”, técnicas de la autoficción

Queda dicho que en el juego realidad/ficción, de la Recherche  Proust pone a prueba al lector. Alimenta la ambigüedad jugando a combatir las consecuencias del equívoco después de haberlo provocado. Añadamos a demás que la mitología medio-turística de los lugares proustianos se encarga de mistificar el espacio real con el espacio de la diégesis y que son innumerables las publicaciones interesadas en el quién es quién de los personajes.

Sin embargo un lector no debe confundir el yo que escribe con el Yo que narra, y menos en la autoficción.  El yo que escribe es M. Proust, pero ¿quiés es  el Yo que narra? Desde la apertura, el texto dice “yo”. Longtemps je me suis couché de bonne heure  propone un locutor primera persona, pero sin indicación alguna que permita identificarlo con el autor expresamente ni con ningún otro personaje real o ficticio que conozcamos. Y  no aparece así sólo en el texto definitivo, está en todos los esbozos. À l´époque de cette matinée dont je voudrais fixer le souvenir…… (primera versión mecanografiada); Pendant les derniers mois que je passais dans la banlieue de París……(borrador tachado) ; Pendant bien des années, le soir, quand je venais de me coucher…… (b. tachado). Así pues, el texto deja manifiesto el propósito de presentar este je como mera  instancia que soporta el peso de la enunciación, distinta del sujeto narrado y completamente externa al escritor.
 
Aunque más complejo que la pura narración en tercera persona, no parece nuevo. Proust está utilizando la técnica de focalización interna: todo es conocido desde el punto de vista de un sujeto testigo interior al relato y la personal mirada arrojada sobre el tema expresa, precisamente, la singularidad del personaje. Sin embargo, a la vez, favorece un sutil ir y venir del autor al personaje narrador, un  movimiento de autorreferencia que es, precisamente, el modo de la autoficción.

La tentación es identificar esa primera persona con el autor. Hay razones para ello, la principal el estilo que señala una escritura muy personal; sin embargo, desde el punto de vista de la narración literaria el yo que habla no plantea ningún problema puesto que en  literatura la primera persona funciona naturalmente como instancia enunciadora del texto mismo. El problema se genera inconscientemente en el ánimo del lector ¿quién es el yo con el que entra en sistema? El automatismo lingüístico que produce la ampliación natural al nosotros parece establecere entre autor / lector, no entre personaje / lector, pero…¿Por qué el lector no piensa en  Cela cuando Pascual Duarte dice Yo, señor, no soy malo.? Seguramente porque Cela se mantiene escrupulosamente al margen del relato y de su tiempo de enunciación, más escrupulosamente que Proust, ya que  Pascual Duarte no es una autoficción ni Cela está estableciendo el mismo tipo de complicidad con el lector, su objetivo es un relato primario que, aunque susceptible de segundas lecturas, se satisface con un lector de primer nivel

En la construcción del marco temporal del narrador y de la historia, Proust activa una versatilidad cuidadosísima combinando el presente de la narración con el pasado de la acción:
" Aussi l´aprés-midi dont je parle (sigue una larga digresión de dos páginas) je sentais que cela allait se gâter....... " (III 549......551)  ("Además, la tarde de la que hablo..........yo notaba que aquello se iba a estropear").

Otras veces el narrador presente  abandona el plano de la historia  para dirigirse al lector, anticipándole sucesos posteriores al momento del relato o instándole a prestar atención a un hecho concreto.  En un  curioso pasaje este narrador presente se independiza del relato para sostener con el lector un auténtico diálogo en estilo directo, de más de trescientas palabras y  seis parlamentos, en el que además insinúa ¿irónicamente? la relación autor – personaje:

-“Tout ceci, dirá le lecteur, ne nous apprend rien [ ………]  mais laissez-moi, monsieur l´auteur, vous faire perdre une minute de plus pour vous dire qu´il es facheux que, jeune comme vous l´étiez (ou comme l´est votre héros s´il n´est pas vous)…………………..
……..- mais taissez vous et laissez-moi reprendre mon récit.
(«- Todo eso, dirá el lector, no nos informa de nada [……] pero déjeme, señor autor, que le haga perder un minuto más para decirle que es enojoso que tan joven como era (o como lo es su héroe, en el caso de que no se trate de usted mismo)…….
- ……..  cállese y déjeme retomar mi relato”)

Un poco chocante, pero tampoco inocente. Proust explica en sus textos críticos las referencias dialógicas a la instancia receptora como una estrategia de interacción que anime al lector a permanecer en el universo de lo narrado.

Más confusas son las autorreflexiones en que el autor se revela como narrador: en Le temps retrouvé IV 424,  haciendo,además, una restricción previa relativa al carácter fictivo de la obra: Dans ce livre où il n´y a pas un seul fait que ne soit fictif, où il ný a pas un seul personnage "á clefs", où tout tout à été inventé pour moi selon les besoins de ma demosntration, je dois dire ......... que seuls les parents millionnaires de Françoise....... que seuls ceux-là, sont des gents réels, qui existent. (En este libro en el que no hay ni un solo hecho que no sea ficción, ni un solo personaje en clave, donde todo ha sido inventado por mí según las necesidades de mi tesis, debo decir ....... que sólo los parientes millonarios de Françoise ....... unicamente esos, son personas reales, existen)
Ejemplo interesante para nuestro tema: existieron de verdad (incluso da sus nombres) esos parientes millonarios de...Céleste. Proust, a la vez que asevera su autenticidad de carne y hueso, los hace familia de Françoise, un personaje de ficción.

 La joya de la ambigüedad  es el nombre del narrador. Muy parecida al “Call me Ismael” del narrador de Moby Dick: “Llamadme Ismael” no es lo mismo que “Yo soy Ismael” o “Me llamo Ismael”; se aproxima más a “Podéis llamarme Ismael”, fórmula que no garantiza la identidad ni el nombre.

Si, especialmente en la autoficción, hay que tener diferenciados los planos de enunciación sin confundir el yo que escribe con el Yo que narra, el procedimiento habitual es dotar al narrador de un nombre ¿pero cómo se llama el personaje que habla en la Recherche?. Todos tienen nombre excepto él, pero también aquí el escritor juega. Una sola vez el autor da explícitamente al personaje el nombre de Marcel, que coincide con el suyo, si bien no faltan “exegetas”  que contabilicen cuatro momentos en que se identifique el nombre del autor con el del personaje y  lo atribuyan a descuido revelador del sentido biográfico que se venía negando. Es un error: ocurre  una sola vez  en La Prissonnière, en la respuesta escrita de Albertine a la nota que el narrador le ha enviado al Trocadero. Veamos el texto:

Mon chèri et cher Marcel [………] Quel Marcel ! Quel Marcel ! III. 663.


Se suele mencionar  una segunda ocasión en III.583 . Pero la incomprensión de este dato proviene de traducciones defectuosas del condicional francés; en la de Fernando Gutierrez. Plaza y Janés.1968 se traduce: ”lo que dando al narrador  el mismo nombre que tiene el autor de este libro era: ”Mi Marcel”. “Mi querido Marcel” . Nótese la diferencia con lo que dice la obra:…” lo que si hubiera dado al narrador el mismo nombre que al autor de este libro habría sido……”
 Esta es la cita literal.  Elle rétrouvait la parole et dissait : « mon » ou « Mon chèri », suivis l´un ou l´autre de mon nom de bâptème, ce qui, en donnant au narrateur le même prénom qu´à l´auteur de ce livre , eût fait : « Mon Marcel », « Mon chéri Marcel » III. 583

O sea: no hay tal cosa. El presente auteur de ce livre propone en condicional su nombre, Marcel, para le narrateur, héroe de la novela. Equívoco seguramente intencionado. No faltan al autor recursos y experiencia para  componer nombres (por otra parte, si Proust hubiera querido jugar con su identidad habría encontrado en su partida de nacimiento dónde escoger. ¿He dicho alguna vez que nuestro autor fue bautizado Marcel Valentin Louis Eugène Georges?)

Hay otros dos casos, uno también en La Prissonnière: Mais où vas tu comme cela, mon cheri ?en me donnnant mon prènom. III. 622 y otro en  Du côté de chez Swann I. 396. cuando el joven narrador cuenta sus sentimientos la primera vez que Gilberte lo llama por su nombre, pero en ninguno de los dos se menciona qué nombre es este.

 En los cuadernos 2 y 5 del proyecto inicial de Contre Sainte Beuve, que luego serán utilizados en la Recherche, el protagonista se llama Marcel y tiene un hermano, como Proust en la vida real. Pero, en la obra definitiva la elusión del nombre del autor es  fruto de correcciones y adiciones manuscritas posteriores que restringen la identidad manifestada en los borradores iniciales. 

En cuanto a lo anteriormente dicho de que no interrumpe su discurso literario para introducir personajes reales (exceptuados,naturalmente, los que se refieren a marco puramente histórico) y que no hace autoalusiones….pues… alguna vez, además de la antes citada: en Sodoma y Gomorra II. III.168, ridiculizando el habla cursi de una dama: elle eût peur de brusquer le doux chantre de Télémaque en l´appelant rudement Fénelon – comme je faisais moi même en connaissence de cause, ayant pour ami le plus cher l´être plus intelligent, bon e brave, inoubliable à tous ces que l´on connu, Bertrand de Fénelon -.
(“ella temió ser poco delicada con el dulce poeta de Telémaco si lo llamaba rudamente Fenelón  -como hacía yo con conocimiento de causa, ya que tenía por amigo más querido al ser más inteligente bueno y valiente, inolvidable para todos los que lo conocieron, Bertrand de Fénelon”-)  En esta mención rebuscada, que no viene a cuento, en que habla de sí mismo, Proust quiere rendir homenaje al amigo cuya muerte, el primer año de la guerra, lo había llenado de pena. Efectivamente, el conde Bertrand de Salignac Fénelon, descendiente del linaje de aristócratas y escritores del mismo nombre,  mantuvo una estrecha amistad con Proust, al parecer  enamorado de él,  desde 1901  hasta la partida del joven diplomático para Constantinopla en 1902.

¿Lapsus?, ¿Descosidos en más de tres mil páginas de relato? Más creibles como rasgos de la autoficción en la que las autoalusiones tienen el papel estructural de fijar los enclaves parciales al marco general de la obra.
Si en sus textos teóricos Proust insiste, invariable, en la diferencia esencial entre el yo creador y el yo social, si a sus ojos el artista es en todo diferente del hombre, cuando mantiene que la realidad no proporciona mecanismos a la intuición creadora, que ésta procede unicamente de la memoria y la sensación interpretadas por la inteligencia artística. ¿Es esa  misma inteligencia la que está exigiendo de su lector cómplice?

¿O, como dice Painter, Proust tenía en un grado elevadísimo la facultad de prescindir totalmente de su propia visión de la verdad cuando le convenía, y, en un repliegue narcisista, le convino suspenderla y automencionarse disimuladamente para elaborar esa fábula de autoficción literaria que es À la Recherche du temps perdu ?...

Toda obra de arte es un enigma. ¿Moby Dick, además de no ser una ballena, será también una ballena?

Sevilla febrero de 2010