miércoles, 15 de mayo de 2013

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En “Cómo suena la Recherche” consideraba el texto un continuum articulado por los elementos de su sonoridad, pero dejaba fuera de esta descripción el sentido que para Marcel Proust tiene “el sonar” del lenguaje. En realidad tal cosa sólo podría ser intuida si no contásemos con un testimonio precioso (o sobrecogedor) de hasta qué punto la razón estilística de este autor es profunda; sus elecciones rebasan el plano de lo léxico-semántico y de lo meramente eufónico para asentarse en una vivencia holística del lenguaje en que la sonoridad es elemento fundamental del conocimiento. Lo narra Ramón Fernández, amigo del autor, en L´accent perdu,  artículo con que contribuye al Hommage a Marcel Proust. NRF. 1923. Este es el relato.

Cuenta Ramón Fernández como en la alta noche agujereada por los obuses del París en guerra se oye llamar desde el patio de la casa por la milagrosa voz prudente, discreta, abstracta, puntuada, enguatada que parecía formar los sonidos, más allá de los labios, los dientes o la garganta, en las regiones mismas de la inteligencia, de Proust. Despertada la portera, Fernández recibe al amigo que habría tenido que caminar una buena media hora desde su casa y que se excusa prolijamente de tal irrupción a semejantes horas. Solamente la urgencia de solicitarle un favor importantísimo justifica su inoportunidad: necesita oir el sonido de dos palabras.

-¿Podría usted que conoce el italiano, pronunciar en esa lengua la traducción de “sans rigueur”? Inmediatamente, sin pedir explicaciones, pronuncié “senza rigore”con toda la claridad posible.  -¿Sería demasiado pedirle que lo repitiera? dijo con voz dulce y contenida. Una palabra extranjera que no sé pronunciar me produce una especie de angustia. No puedo intuirla, poseerla, no puedo instalarla en mí. Estoy obsesionado por ese “sans rigueur”, ese italianismo que he cometido la tontería de usar en un pasaje, por otra parte sin importancia,  de mi libro, y mi frase con esas palabras que no puedo oir  (1) me hace el efecto de estar en eso que los mecánicos, creo, llaman un bucle. Me resulta casi insoportable. Yo articulé de nuevo “senza rigore”. Él me escuchó con los ojos cerrados sin repetir la palabra que se fue  a resonar en el fondo de su memoria, y me dio las gracias con efusión, como si acabara de hacerle visitar la iglesia de Balbec o San Marcos de Venecia. Luego se marchó………

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1.- Subrayo para señalar el núcleo de mi tesis dentro de esta anécdota divertidísima. De todas formas las incursiones de Proust a horas intempestivas en casa de sus conocidos no eran raras. Como él no dormía de noche no parecía tener conciencia de que los demás sí lo hacían.