martes, 7 de junio de 2011

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Esta tarde ociosa y algo aburrida en que una navega por su propio hipertexto me ha llevado a dar una vuelta por el blog sin más propósito que autoleerme. No niego que hay en ello un cierto gusto, pero también es otro ejercicio. Al fin y al cabo esto ni lo lee casi nadie ni me esfuerzo en propiciar el acceso, así que no intento ponerme en los zapatos de un hipotético destinatario para imaginar su juicio, como hace Proust con su zarandeado artículo en Le Figaro, sino que, inevitable, yo misma me desdoblo en receptor e, inevitable, me juzgo. Todos nacemos locos, algunos persistimos en serlo, dice Samuel Beckett.

Soy una proustómana? Puede: como si aquejada de mala vista, este autor y esta obra se hubieran convertido en un instrumento óptico  para alejar, acercar, aumentar, ver en perspectiva o en detalle la idea, el laboratorio del lenguaje, el mundo interior del artista, la relación con lo otro y con los otros…  o como un desván divertido, inagotable, complejo y acogedor.
Una proustólatra? No creo: al menos si tal cosa supone pasión monomaníaca por un autor con referencia al cual se juzga toda obra literaria o al que no se le encuentran defectos. Mi caracter tiende al distanciamiento, y los argumentos maniqueos me parecen primarios, reñidos con la profundidad y la independencia.

Este blog es la historia de una lectura. La continuación de un movimiento que dura ya más de treinta años, que ha necesitado de apoyos técnicos, mnemotécnicos y eruditos consignados por aquí, pero en el que la idea propia es libre de dibujar sus contornos.

Al ojearlo, me doy cuenta de que en buena medida trasluce mi historia. La de mis preferencias: víctima gustosa de textos-ladrillo en que lo novelesco reside en la construcción de la novela, (si supiera inglés o ruso tal vez me hubiera entregado a Joyce o a Pushkin), de mis contradicciones, tan amante del minimalismo estético vengo a apasionarme por el mensaje artístico más hinchado, de mi temperamento (esto no voy a explicarlo, por si acaso).

Alguna de las entradas del blog no las suscribiría hoy, o no completamente ¡Qué se le va a hacer! a veces una se pierde en este iter cuyo final, por suerte, no se vislumbra; ignoro el tiempo que se necesitará para descubrir (como dice Passouline) el rosebud del héroe, ese elemento escondido en el texto que secretamente resume y revela la clave.  

En algún sitio dejo equiparado el personaje de la Recherche con la Moby Dyck textual, si fuera más moderna lo equipararía mejor a un avatar del autor. El avatar, esa otra piel virtual, (más virtual que la máscara clásica) que, en virtud de una construcción voluntaria, presenta la persona y la personalidad liberados de la ganga cotidiana y los transporta, en riesgo, a la levedad de la propia ausencia.

No sólo Proust. Al escoger y reflexionar, todos nos elegimos y nos reflejamos, nos convertimos en nuestro propio avatar y nuestra vida insípida en una aventura de búsqueda.

Sevilla, junio de 2011