domingo, 29 de abril de 2012

¿Quién no quiere a Robert de Saint Loup?

Una amiga que tiene la paciencia de leer este blog y la generosidad de hacerme observaciones agudas esta vez se enfada conmigo: -Me has destrozado a Saint-Loup!

Pues ya somos dos, Montserrat, a mí me pasó lo mismo. Fue, en otro tiempo, mi galán preferido. Como Oriana de Guermantes me gustaba por mala, St L. me gustaba por encantador, pero… Las reclamaciones al maestro: él lo construyó así. Luego va y nos  castiga por el pecado de empatizar con un personaje, que según he leído hace poco (detesto no acordarme de a quién debo citar) * es “cosa propia de lectores de novelas y singularmente  de lectoras”.(¡¡¡ por dios, por dios, si se trata de bobos, las mujeres primero!!!)

El St. Loup de mi primera vez con La Recherche fue el de la escena del restaurante y esa imagen se superpuso bastante tiempo a la de lecturas sucesivas, incluso me parecía que el St. Loup miserable era otro personaje. Podemos darnos el gusto de releer ese pasaje aunque es tal que me da pena desnaturalizarlo traduciéndolo

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El protagonista, sumido en la más profunda melancolía por el plantón que acaba de darle la fantasmagórica Mlle de Stermaria, es literalmente arrastrado por St. Loup en una noche  de niebla y frío a un restaurante donde los contertulios menos chic son los jóvenes de Jockey Club. St. Loup, atento si no a disipar la tristeza del amigo al menos a reconfortarlo, declina la invitación de Príncipe de Foix, cuyo precioso gabán suscita comentarios en el restaurante y sólo lleva su cortesía a acompañarlo hasta su mesa para volver enseguida  con el amigo triste. Y aquí empieza la secuencia. Tiene mucho de cinematográfica.

“St. Loup reapareció en la entrada de nuestro comedor llevando en la mano el magnífico abrigo de vicuña del príncipe a quien comprendí que se lo había pedido para abrigarme. Como hubiera sido preciso que volvieran a mover la mesa o que yo me levantara para que él pudiera sentarse, desde lejos me hizo gesto de que no me molestase. Avanzó desde la entrada, subió ágilmente sobre los asientos de los divanes de terciopelo rojo que bordeaban la sala adosados a la pared y en los que sólo estaban  sentados tres o cuatro jóvenes de Jockey Club que no habían podido encontrar sitio en la sala pequeña. Entre las mesas, a una cierta altura, se tendían los cordones eléctricos de sus lámparas; sin dificultad, St. Loup los salvó diestramente como el caballo que salta un obstáculo. Confuso de que todo esto se hiciera por mí con el sólo objeto de evitarme un movimiento sencillísimo, yo estaba, a la vez, maravillado de la seguridad con que mi amigo llevaba a cabo semejante ejercicio de acrobacia. Y no era el único porque incluso aquellos a quienes menos hubiese gustado tal cosa si viniese de un cliente menos aristócrata y menos generoso, el patrón y los camareros, atendían fascinados como si fueran aficionados a la hípica presenciando en el hipódromo el pesaje de los jinetes, y un camarero como paralizado, se había quedado inmóvil sosteniendo la bandeja que unos comensales próximos a nosotros esperaban. Y cuando ST. Loup, que tenía que pasar por detrás de sus amigos, se encaramó al reborde del respaldo y avanzó por él en equilibrio, unos aplausos discretos estallaron en el fondo de la sala. Finalmente, llegado hasta mí, frenó, detuvo su impulso como un jefe militar ante la tribuna de un soberano, e, inclinándose, me tendió con un aire de cortesía y de sumisión el gabán de vicuña que en cuanto se hubo sentado junto a mí arregló sobre mis hombros como un chal ligero y cálido”
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 ¿Cabe más gracia del movimiento y del ánimo? ¿Cómo podría no gustar? Tánto que no he querido utilizarla en el artículo anterior aunque, irremediablemente, como dices, ha perdido luminosidad. Esto de la literatura puede ser duro…sí,  ¿qué hacemos, nos cambiamos a lectoras inocentes?

* pues ya me he acordado: Jules Gaultier. Le bovarisme, la psycologie dans l´oeuvre de Flaubert.